Ainara LERTXUNDI
EL PAPEL DE LAS MUJERES EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ

LA PAZ, MÁS ALLÁ DE LOS ACUERDOS, Y LA MEMORIA COMO BASE DE LA NO REPETICIÓN

LUZ MARINA MONZÓN, CLAUDIA SAMAYOA Y MARTA ALICIA HERNÁNDEZ COMPARTEN REALIDADES ATRAVESADAS POR LA VIOLENCIA Y EL CONFLICTO ARMADO. HAN VISITADO EUSKAL HERRIA DE LA MANO DE MUGEN GAINETIK PARA PONER VOZ A LA EXPERIENCIA DE LAS MUJERES EN LOS PROCESOS DE PAZ EN GUATEMALA, EL SALVADOR Y COLOMBIA.

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Hablar de lo vivido. Es la conclusión a la que llegan las activistas Claudia Samayoa, Marta Alicia Hernández y Luz Marina Monzón de visita en Donostia para abordar el papel que tuvieron las mujeres en la construcción de los acuerdos de paz de Guatemala y El Salvador, y los retos que afronta el proceso de diálogo en Colombia.

«La paz se suele vincular a la ausencia de confrontación armada, al silencio de los fusiles. Pero tenemos toda una experiencia como sociedad que nos muestra que los procesos de paz que se ciñen únicamente al cese al fuego no abordan las causas profundas que originaron el conflicto. En Guatemala, el poder privilegió el desarme, la desarticulación de la guerrilla y el cese al fuego. Todo lo que tenía que ver con las causas y consecuencias del conflicto no se asumió públicamente», afirma Samayoa, con larga trayectoria en defensa de los derechos humanos. «Lo que nos han demostrado nuestros países –en alusión a los acuerdos de paz de Guatemala y El Salvador– es que se puede cesar la parte armada, pero persisten los factores que en un momento determinado llevaron a un grupo de personas a declarar la guerra al Estado. En el caso de Latinoamérica, el semillero es la tierra y la distribución de la riqueza». «Los conflictos se pueden silenciar, pero si no los transformas, regresan reconvertidos en distintas expresiones de violencia. Ese es el gran aprendizaje», subraya.

Marta Alicia Hernández –a quien retuvieron durante 24 horas en el aeropuerto madrileño de Barajas «con la excusa de que no tenía visado y de que la carta de invitación no cumplía los requisitos»– comparte la misma opinión. «En El Salvador, a 22 años de los acuerdos de paz, estamos viendo las consecuencias de no haber profundizado en cómo iba a ser el día después del cese al fuego. Muchas cuestiones quedaron en el vacío. Todo se limitó a decir se callan las armas, se destruyen y aquí no pasó nada», critica.

Considera «importante cómo recuperar la memoria para que lo ocurrido no se repita ni se manifieste por otras vías, como ocurre en mi país con el surgimiento del crimen organizado, las pandillas… Todo esto proviene de causas no tratadas, no discutidas, por ejemplo, la reinserción de los actores de la guerra, ya fueran de uno u otro bando. Salir de un conflicto y meterte a una sociedad que ha sido víctima de unos y otros es una situación complicada. En El Salvador, la participación de las mujeres fue muy invisibilizada. Tres meses después de la firma de los acuerdos, las organizaciones de mujeres decidimos, tras un profundo debate, publicar en uno de los periódicos de mayor tirada una página en blanco para reflejar la nula participación que tuvimos en la elaboración de la agenda. Paradójicamente, la participación tan activa que tuvimos en la lucha se convirtió en una página en blanco en las negociaciones. Aquella fue una protesta simbólica que también interpeló a los sectores de izquierda que no entendían qué estábamos cuestionando las mujeres», rememora. El 30% de la fuerza combatiente fueron mujeres.

Lejos de las aulas

Samayoa incide en la importancia de transmitir a las nuevas generaciones el pasado más reciente. «Si en la escuela no se habla del conflicto, de sus consecuencias y del proceso de paz, no hay vía posible de socialización. Y de lo que se trata es de garantizar que esto no vuelva a pasar y de que nuestros hijos y nietos puedan entender lo que vivieron sus mayores para ver por dónde sacar el país. En Guatemala, hasta el año 2008 no se logró aprobar que el sistema educativo incluyera el conflicto en su currículum. ¿Pero qué hicieron? Reducir el conflicto a una página y media sin una explicación de lo que fue la guerra y todas las posibles víctimas. Se redujo a un frío conteo, lo que provocó un fuerte rechazo por parte de los jóvenes que ven ‘aburrido’ su contenido. Si ese proceso no es reflexivo e inclusivo, no hay maestro ni comunidad que pueda darle vida a ese contenido para los más jóvenes», destaca.

El juicio por genocidio contra el dictador Ríos Montt y los testimonios de las víctimas –«el decir de la gente»– supusieron un punto de inflexión.

«El gran error de nuestros países –Hernández– ha sido querer encubrir estas historias; hacer un borrón y cuenta nueva para pasar a otra fase. El abordaje ha sido muy simple incluso dentro de las familias, lo que sigue generando interrogantes. Las amnistías y comisiones de la verdad jugaron un papel en ese sentido, porque si se condenaba a un bando, al otro también había que condenarlo y se pensó que era mejor dejar las cosas como estaban y no generar otro conflicto. Aquello que sirvió en ese contexto ha llevado a esconder otras verdades».

Luz Marina Monzón se muestra crítica con la insuficiente participación de las víctimas en el proceso de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP, aunque reconoce que «este proceso tiene características diferentes en comparación con los anteriores. Hay canales de participación a modo de consulta, pero que todo eso necesariamente incida en la mesa de conversaciones entra dentro del terreno de la expectativa».

Observa «ciertas lecciones aprendidas en cuanto a que hay una apertura a escuchar», pero también «carencias». Pone como ejemplo la composición de la Comisión de Esclarecimiento del Conflicto y sus Causas acordada por la Mesa de Conversaciones, donde únicamente hay una mujer. «María Emma Wills –asesora del Centro Nacional de Memoria Histórica– hace su aporte, pero es insuficiente, por eso las mujeres estamos reclamando poder escribir nuestro propio capítulo. Compartimos lo que se dice en el informe final –de casi 900 páginas–, pero nos parece que no recoge la perspectiva de lo que ha sido el conflicto armado para las mujeres», subraya. «¿Además, quiénes han construido este informe? Unos expertos, muy expertos en la temática, sin lugar a dudas, pero que lo han hecho desde su experticia; no lo han construido con la gente que ha vivido el conflicto en carne propia, entonces, termina siendo un libro para expertos. Estamos ante un error repetitivo de exclusión sobre cómo y quién escribe lo que ha pasado. De ahí que las mujeres estén planteando la necesidad de un espacio propio para escribir y ojalá que lo puedan hacer de una forma más inclusiva; que no sean solo expertas las que lo hagan».

«Los impactos de la guerra sobre las mujeres son una manifestación pero la discriminación histórica de las mujeres en Colombia es muy grande y ésta no se percibe. El Estado dispone de toda una gama de normas interesantes, pero, en la práctica no ha habido transformaciones y ése es el reto. Valoro que simbólicamente haya una comisión de género asesorando a la Mesa, pero no estoy tan segura de que los acuerdos finales logren transformar prácticas históricas, porque para que eso fuera así, ya deberíamos estar viendo en la práctica esa transformación».

«La implementación de lo que se vaya a acordar es el reto más grande que afrontamos en Colombia», insiste Monzón.

 

Experiencias

«En Guatemala, el poder privilegió el desarme, la desarticulación de la guerrilla y el cese al fuego»

«Somos las mujeres las que estamos diciendo ‘sí yo milité o apoyé la militancia y no me avergüenzo’. Fue un momento que se enlaza con mi presente »

CLAUDIA SAMAYOA

Guatemala

 

el cara a cara de las víctimas con sus victimarios

«Gracias a una labor admirable, las organizaciones de mujeres han documentado y logrado que los paramilitares hablen de la violencia sexual, que siempre negaban. Han documentado prácticas terribles de exclavitud sexual donde los paramilitares tomaban el control de comunidades, en las cuales establecían reglas de conducta y de ‘resolución de conflictos’ entre comillas. Ellos se enteraban, por ejemplo, de que había una disputa en un hogar entre el matrimonio y el comandante paramilitar llamaba a la mujer para pedirle explicaciones, sometiéndola a una exclavitud doméstica durante el tiempo que él quisiera, además de forzarla sexualmente o bien él mismo o bien quien él eligiera. Era una forma de sanción para que esta mujer regresara a su casa a comportarse ‘bien’ con su esposo», explica la experta colombiana Luz Marina Monzón. Dentro del marco jurídico Justicia y Paz, muchas de estas mujeres víctimas de violencia sexual lograron tras cuatro años de lucha que el paramilitar Jorge Giraldo «se viera obligado a escucharlas en audiencia una a una».A. LERTXUNDI