Pablo L. OROSA
Singapur

SINGAPUR BUSCA REFRENDAR EN LAS URNAS EL LEGADO DE LEE KUAN YEW

Casi año y medio antes de la fecha prevista, Singapur vuelve a las urnas mañana para ratificar un modelo de Estado que ha convertido a este país en uno de los más prósperos del mundo económicamente, al tiempo que uno de los más herméticos y autoritarios.

Estos comicios, los primeros tras el fallecimiento del “padre de la patria”, Lee Kuan Yew, definirán el rumbo de una nación que busca mantener el bienestar económico (su PIB per capita es de 85.198 dólares estadounidenses, el tercero en el ránking del FMI) mientras recupera las libertades políticas y sociales suspendidas durante medio siglo. «Estaréis eligiendo al equipo que trabajará con vosotros los próximos quince o veinte años, y marcando el camino a seguir por Singapur para los próximos cincuenta años». Con sus palabras, el actual primer ministro, Lee Hsien Loong, hijo del “adorado líder”, dejó claro que la votación de mañana es distinta a todas las anteriores: Singapur necesita reformas democráticas para acallar las voces críticas que, por primera vez desde su declaración de independencia en 1965, han comenzado a hacerse oír.

Educados en las más prestigiosas universidades del mundo, las nuevas generaciones de singapurenses reclaman un nuevo contrato social que supere el pacto que sus padres firmaron con Lee Kuan Yew en la década de los años 60. Exigen más alternativas políticas y menos restricciones a sus libertades y derechos sociales en un país en el que mascar chicle está prohibido y escupir o arrojar desperdicios está multado con penas que superan los 900 euros. La homosexualidad, solo “reconocida” en el caso de los hombres, es castigada con dos años de cárcel.

A diferencia de la revolución de los paraguas en Hong Kong o los levantamientos birmanos de 2007, los deseos de cambio en Singapur no se han transformado en protestas. Ni siquiera en manifestaciones. Las quejas por el desproporcionado precio de la vivienda, la política migratoria –una cuestión problemática que, en un inusual acto, concentró a 4.000 personas en las calles en 2013– o los elevados sueldos de los altos cargos de la Administración quedan restringidas a las redes sociales y a charlas informales.

Por su parte, los medios de comunicación temen alimentar el debate –actualmente, el país ocupa el puesto 153 de 180 en el índice de Reporteros sin Fronteras–.

En los círculos privados, los jóvenes singapurenses sí denuncian la falta de equidad y justicia social de un Estado que tiene una de las tasas de desigualad más altas del mundo, superior incluso a la de algunos países subdesarrollados, en el que las familias con residencia legal perciben una renta mensual media de 7.500 euros mientras los migrantes sobreviven con apenas 500.

La identidad nacional, amenazada por la baja tasa de natalidad y la llegada masiva de extranjeros, que según las previsiones del Gobierno supondrán casi la mitad de los 6,9 millones de habitantes estimados para 2030, y el control del sistema político son los otros ejes del descontento social. «Aquí tenemos buena educación y un alto nivel del vida, pero nos falta algo; a la gente, no sé cómo decirlo, le falta autenticidad», asegura Wei, una joven asistente social.

«Esto no es muy sorprendente. Con las necesidades básicas satisfechas, la atención se centra cada vez más en las preocupaciones y aspiraciones postmateriales, como la equidad y la justicia social, la identidad nacional o el control y equilibrio de nuestro sistema político», explica Eugene Tan, profesor de Derecho en la Singapore Management University.

El último legado de «Ah Kong» Lee

El resultado de los últimos comicios, celebrados en 2011, dejó entrever el desgaste del Partido de Acción Popular (PAP), fundado por Lee Kuan Yew, tras más de cincuenta años en el poder: obtuvo el menor respaldo de su historia, con el 60% de los votos, pese a lo cual consiguió hacerse con 80 de los 87 escaños del Parlamento. «Este resultado hay que interpretarlo como el deseo de un panorama político más competitivo, un reconocimiento de que el buen gobierno del país se puede asegurar aún más gracias a una mayor pluralidad política y más controles por parte de los diputados de la oposición y de la sociedad civil. El resultado fue también una llamada al partido gobernante para que sea más sensible a las preocupaciones de los ciudadanos, para que sea menos distante», arguye Tan.

La muerte, el pasado mes de marzo, de Ah Kong Lee, “el abuelo Lee” en dialecto hokkien, coincidió con una fuerte tormenta. Durante varios días, centenares de miles de personas desafiaron a la lluvia para presentar sus respetos ante la capilla ardiente. Las colas se prolongaron hasta diez horas. Wei seguía todo lo que ocurría a través de la pantalla de su teléfono móvil; era consciente de que el país ponía fin a una etapa.

A su llegada al poder, en 1959, Singapur era un lugar paupérrimo. Un pequeño rincón del Imperio británico enclavado entre barriadas olvidadas por el que ratas y perros callejeros deambulaban entre la basura. Lee Kuan Yew, denominado el “autócrata bueno” por el reputado autor estadounidense Robert Kaplan en su libro “Asia’s Cauldron”, lideró la independencia del país respecto a la metrópolis europea y su posterior emancipación de la Federación Malaya.

Creó un modelo económico propio, bautizado como «capitalismo autoritario», que catapultó el desarrollo de la ciudad-Estado: las multinacionales recibían exenciones fiscales a cambio de formar en sus factorías a trabajadores locales, mientras los sindicatos y la prensa quedaban bajo el control del poder gubernamental.

Estableció el inglés como idioma oficial –en la actualidad, el malayo, el chino mandarín y el tamil también están reconocidos oficialmente–, implantó un código de buenas prácticas para acabar con la corrupción e impulsó una política de grandes infraestructuras, servicios y proyectos artísticos que atrajo a una primera hornada de ingenieros e inversores occidentales que pronto establecieron en Singapur su campamento base para Asia.

En apenas tres décadas, este diminuto territorio insular de poco más de 700 kilómetros cuadrados (más pequeño que Zuberoa, que tiene 814 kilómetros cuadrados), sin recursos naturales y rodeado de enemigos étnicos e ideológicos, se transformó en uno de los estados más desarrollados del mundo. Sus calles son ahora una futurista geografía de rascacielos cristalinos y su puerto, enclavado en el estrecho de Malaca, una de las rutas comerciales más importantes del planeta, es ya uno de los más activos del mundo. De hecho, Singapur es el tercer mayor centro de refinado mundial.

Bajo el mandato de Lee Kuan Yew, Singapur se convirtió en un modelo de éxito ensalzado por las grandes democracias occidentales. El exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger lo definió, en una de las citas del libro “The Big Ideas of Lee Kuan Yew”, como «uno de los líderes más inteligentes y relevantes del siglo». «Singapur no sería hoy lo que es si no fuera por Lee Kuan Yew y sus lugartenientes, así como la generación pionera de singapurenses», remarca Tan.

Aunque dejó su puesto como primer ministro en 1990, la influencia de Lee Kuan Yew se extiende aún hoy «a todas las facetas de la vida en Singapur». Las políticas sobre las que fundamentó el país, «tales como el bilingüismo y una firme postura sobre tensiones raciales y religiosas», siguen todavía vigentes, asevera Tan. Es más, desde su retiro político, Ah Kong Lee dejó trazada la ruta del cambio. La ruta para una revolución tranquila. «El cambio es una constante en Singapur e incluso el modelo de Lee Kuan no es inmune a ello. Nuestro sistema político ha ido evolucionando para adaptarse a los deseos de la población de una mayor liberalización política. El mayor legado de Lee Kuan es que, incluso después de su muerte, Singapur continua siendo un Estado único», mantiene el profesor de la Singapore Management University.

Su hijo, Lee Hsien Loong, aceptó el camino del cambio como la mejor estrategia para consolidar el legado de su padre. En una entrevista publicada por “The Washington Post” en 2013, Hsein Loong reconoció que el país debe adaptarse a los nuevos tiempos: «Es una generación diferente, una sociedad diferente y la política será diferente… Tenemos que trabajar de una manera más abierta. Tenemos que aceptar más el desorden».

«Habrá cambios. No es una cuestión de si los habrá o no, la pregunta es cuándo tendrán lugar», añade Tan.

La economía de hoy Vs. la del pasado

El adelanto electoral –los comicios estaban previstos para enero de 2017– se produce en un momento en el que la economía singapurense ha comenzado a ralentizarse. En su última previsión, el Gobierno ha rebajado la previsión del crecimiento del PIB en 2015 de un 2-4% a un 2-2,5%, un dato que ha acrecentado los temores de una sociedad acostumbrada a presumir de un desarrollo económico imparable. Por ello, algunos miembros del PAP han puesto en duda la idoneidad de acudir ahora a las urnas.

Pero Lee Hsien Loong parece tenerlo todo minuciosamente calculado. La celebración del 50 aniversario de independencia ha llenado el país de loas a la gestión del partido. Durante meses, periódicos, radios y televisiones han rememorado una y otra vez las virtudes del «modelo Singapur», mientras los hogares se llenaban de alabanzas al “padre de la patria”. Su muerte, en marzo, desbordó el cariño de una sociedad que venera a Lee Kuan Ywe. Llamando a votar en este mes de setiembre, el primer ministro quiere aprovechar la memoria de un pasado admirado por su gente y ganar tiempo para completar las reformas reclamadas: frenar la inmigración; mejorar la asistencia social, especialmente a los mayores; aliviar la presión demográfica; rebajar el coste de la vivienda e impulsar la economía.

Paralelamente, aseguran algunos expertos, Lee Hsien Loong (63 años de edad) preparará su propia sucesión. Como él mismo aseguró en las redes sociales, la convocatoria electoral busca llevar a Singapur «más allá del 50 aniversario, hacia el próximo medio siglo». Al paraíso prometido por su padre.