Pablo L. OROSA
PROCESO DE PAZ BIRMANO

Myanmar acuerda una paz inconclusa con las guerrillas

Aunque la firma ayer de un acuerdo de alto al fuego entre el Gobierno birmano y ocho guerrillas étnicas acerca al país a la paz tras seis décadas de conflicto armado, la estabilidad del Estado está aún en el aire. Los principales grupos insurgentes, el Kachin Independence Army (KIA) y el Ejército Wa, han rechazado adherirse al pacto.

Tras casi dos años de negociaciones, el acuerdo nacional de alto al fuego –NCA por sus siglas en inglés– fue rubricado en la capital administrativa del país, Naypyidaw, por el presidente birmano, el exgeneral Thein Sein, y representantes de las ocho guerrillas étnicas que se ha avenido al pacto. «El NCA es una herencia duradera para las futuras generaciones», aseguró el líder birmano, quien insistió en que el camino «hacia un futuro de paz en Myanmar está abierto», después de que otros siete grupos armados se desmarcaran del pacto en las últimas semanas. La ausencia de estas guerrillas, además de la de otra media docena de ejércitos étnicos que fueron excluidos del proceso, ha deslucido el acuerdo de alto al fuego, la gran apuesta del presidente de cara a los comicios del 8 de noviembre, en los que opta a la reelección.

De entre los grupos firmantes, solo destaca el Karen National Union (KNU), una de las facciones étnicas más activa en la lucha contra el Tatmadaw, como se conoce al Ejército birmano. «Confiamos en que el alto al fuego suponga el fin de la guerra civil y la construcción de una paz genuina en el país», señaló el KNU. En un primer gesto, los ochos grupos rebeldes, que suman unos 16.000 combatientes, han sido retirados de la lista gubernamental de organizaciones ilícitas.

El documento firmado en Naypyidaw es solo un conjunto de compromisos por los que el Gobierno y las minorías étnicas se comprometen a seguir dialogando sin más enfrentamientos bélicos para la articulación de un nuevo Estado que por primera vez desde la conferencia fundacional de Panglong de 1947 se abre al federalismo.

Desde su llegada al poder en 2011 como parte de la transición democrática acordada por la Junta Militar, el exgeneral Thein Sein ha firmado más de una docena de armisticios bilaterales con los grupos armados. Su objetivo era extender el alto al fuego a todo el país antes de los comicios. Pero, desde el primer momento, la minoría Wa, la más poderosa de los grupos rebeldes con un ejército de unos 25.000 hombres y que desde 1989 administra de facto un vasto territorio fronterizo con China al este del estado Shan, se han desvinculado del acuerdo.

El Kachin Independence Army (KAI), la segunda guerrilla más fuerte del país, con unos 10.000 hombres, también decidió escindirse en setiembre del borrador pactado después de que otros grupos insurgentes afines, como el Ta’ang National Liberation Army y Myanmar National Democracy Alliance Army (MNDAA), fueran excluidos de las negociaciones. Desde febrero, el Ejército birmano está enfrascado en una fuerte lucha con esta última guerrilla, también conocida como los kokang, fuertemente vinculada a los intereses chinos –esta minoría está formada por descendientes de inmigrantes chinos instalados en territorios birmanos del norte–.

Aunque el Gobierno de Xi Jinping siempre ha negado las acusaciones, desde el comienzo del proceso han sido muchas las voces que han acusado a China de entrometerse en las negociaciones de paz. La pasada semana, Min Zaw Oo, uno de los negociadores del Myanmar Peace Center que coordina las conversaciones entre las minorías y el Gobierno, acusó al enviado especial chino de haber presionado a dos grupos rebeldes «claves» para no apoyar el acuerdo de alto al fuego. «China siempre dice que quiere estabilidad. Por supuesto que quiere estabilidad, pero al mismo tiempo quiere ejercer influencia sobre esos grupos a lo largo de la frontera», aseguró Min Zaw Oo.

Más allá de la influencia china, otras fuerzas insurgentes, como el Partido Progresista del Estado Shan o el Ejército Nacional de Liberación Mon, tampoco se han sumado al alto al fuego.

En Myitkyina, la capital del estado Kachin, la guerra no deja huellas físicas. No hay huecos de balas en las paredes, ni ecos de bombas en el paisaje. Pero hay silencio. Puertas cerradas. Alambradas. Y puestos militares en cada acceso a la ciudad. Solo desde setiembre se han registrado más de 40 enfrentamientos armados entre los soldados del Tatmadaw y las milicias del KIA en los territorios kachin del norte. «Sobre la mesa el Gobierno está poniendo buenas palabras, pero al mismo tiempo nos continúan atacando», asegura Htang Kai Naung, responsable de la Kachin Legal Aid Network.

Más de 100.000 personas se han visto obligadas a dejar sus casas y refugiarse en campos como el de Maina, a las afueras de la capital. En su estrategia «four cuts» para asfixiar a la resistencia, repetida en los dominios shan donde esta misma semana mil personas han tenido que huir por la violencia, el Ejército lleva meses imponiendo una campaña masiva de torturas, abusos sexuales y expropiaciones perpetrada por sus propios soldados. «Seguimos en guerra. Nos siguen atacando», afirma la activista kachin Khon Ja.