Jose Angel ORIA
HACIA LA CUMBRE DEL CLIMA EN PARÍS

DEMOCRACIA, LA ASIGNATURA PENDIENTE QUE PUEDE SALVARNOS

Nos presentan la conferencia mundial sobre el clima como la última cita de una movilización internacional que comenzó a finales de los años 80, «la última oportunidad», pero todo indica que fracasará por lo de siempre, por la ausencia de una democracia real.

Los representantes de las grandes compañías multinacionales ligadas a la energía tienen la capacidad de alterar las agendas y compromisos de los gobernantes del planeta en teoría más poderosos (conservarán esa característica siempre que no osen perjudicar a aquellos); de imponer un discurso que defiende sus intereses a corto plazo por mucho que sea contrario a la voluntad popular; y de dejar sin efecto las movilizaciones de millones de personas en todo el planeta (sobre todo en los países más industrializados, por ahora) que exigen «cambiar el sistema, no el clima». De ellos es el «mérito» de que 27 años de discusiones y negociaciones para frenar el cambio climático no hayan servido para nada, o casi. ¿Supondrá París el punto de inflexión que tanta falta nos hace? Hay razones para sospechar que no; que nos volverán a ofertar un paso adelante, para rápidamente dar dos para atrás.

Samuel Martín-Sosa, responsable de Internacional de Ecologistas en Acción, y Rodrigo Irurzun, coordinador de Energía de dicha organización, han hecho un extenso análisis sobre la Conferencia del Clima de París. Adelantan que los participantes más poderosos volverán a «marear la perdiz» para no tener que ceder ningún privilegio: «Los grandes grupos de poder están dispuestos a hablar de cambio climático mientras este pueda ser presentado como una oportunidad de negocio, dentro de la lógica del mercado (mercados de carbono, beneficios de aseguradoras frente a catástrofes, mercados de derivados del clima, nuevos cultivos climáticamente inteligentes, biocombustibles, soluciones de geoingeniería,…). Pero la contundente y seria planificación política que requeriría afrontar una crisis mundial del alcance que tiene la actual crisis climática, se sitúa totalmente fuera de esas fronteras».

La fuerza de la negación interesada

Quienes se hacen de oro con los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas) mueven sus fichas como nadie para evitar que riesgos –para ellos– como el desarrollo de las energías renovables acaben con su negocio.

Jerry Brown, el gobernador de California, les conoce bien. Calificó en julio de «trogloditas» a los negacionistas del cambio climático. Los negacionistas, como los multimillonarios «hermanos (Charles y David) Koch, no se quedan quietos», según Brown. «Están recaudando dinero, apoyando candidatos, poniendo dinero en centros de investigación, y la negación, la duda y el escepticismo se propagan por diversos medios de comunicación», afirmó Brown.

Según una investigación de Greenpeace, los Koch, que también financian al ultraderechista Tea Party en EEUU, donaron más de 79 millones de dólares a organizaciones que niegan las conclusiones científicas sobre el cambio climático desde 1997.

La resistencia a cualquier cambio de quienes de hecho son los humanos más poderosos (mucho más que los políticos que ellos financian) ayuda a explicar por qué no se ha avanzado más desde 1988, año en el que se produjo la creación, bajo el amparo de Naciones Unidas, del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), encargado de realizar la síntesis de conocimientos sobre el cambio climático. En 1990, el primer informe del IPCC demuestra que los gases de efecto invernadero, vinculados a las actividades humanas, aumentan y podrían intensificar el calentamiento global. Otros cuatro informes se publicarán en 1995, 2001, 2007 y 2014, cada vez más alarmantes, porque van aumentando el número y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos en el planeta, así como los análisis científicos sobre los mismos.

En 1992 la «Cumbre de la Tierra» de Rio de Janeiro elabora la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y lanza un llamamiento a una reducción «voluntaria» de las emisiones de gases de efecto invernadero, que es como no hacer nada simulando que haces algo.

Entre Kioto y Copenhague

Desde 1995, la Conferencia de las Partes de dicha convención (COP), que incluye a todos los Estados firmantes (195 países y la UE), se reúne anualmente para intentar avanzar. Dos años más tarde llega lo que sí parecía un paso decisivo, capaz de revolucionar el panorama. El Protocolo de Kioto impone a los países industrializados una reducción del 5,2% de sus emisiones de gases de efecto invernadero (una cantidad que mirada desde 2015 resulta ridícula) antes de 2012 respecto a sus niveles de 1990. El acuerdo no se aplica a los grandes países emergentes como China, India o Brasil. EEUU, entonces el mayor emisor de gases, rechazó ratificarlo. Europa parecía ser consciente del problema que preferían ignorar las otras potencias. La entrada en vigor del Protocolo de Kioto se produce en febrero de 2005, después de que Rusia lo ratificara en 2004.

En diciembre de 2009 se da otra «importante cita», en Copenhague. Un fiasco. La conferencia desemboca en un acuerdo político negociado en el último minuto. El texto pretende limitar el alza de la temperatura del planeta a dos grados, pero sin precisar los medios para ello. Asimismo, prevé una ayuda de 100.000 millones de dólares anuales antes de 2020 para ayudar a los países empobrecidos. Un año más tarde, el acuerdo de Cancún prevé la creación de un Fondo Verde para ayudar a esos países a hacer frente al calentamiento, pero no se determinan las fuentes de financiación.

La presión social ha demostrado que puede obligar a rectificar a los gobernantes. Nueva York fue escenario en 2014 de una movilización sin precedentes (300.000 personas) para pedir a los gobiernos que actúen contra el calentamiento global. La mayor parte eran estadounidenses, los más expuestos al discurso negacionista. Resulta esperanzador que en EEUU haya crecido la sensibilidad en torno al cambio climático, a pesar de todo. Las calles reclaman ser escuchadas y los próximos desastres que nos traiga el cambio climático ya en marcha (como el huracán Sandy que en 2012 afectó a millones de neoyorquinos) debilitarán el aún muy fuerte discurso que niega lo que no conviene a sus promotores. ¿Solo podrá avanzar la democracia a golpe de desastres?

Un jefe de Estado ilustró, como nadie más podía hacerlo, el carácter profundamente antidemocrático de las negociaciones climáticas en la capital danesa en 2009. El finado Hugo Chávez lo denunció con estas palabras: «Nos estábamos sentando cuando oímos a la presidenta de la sesión anterior, la ministra, decir que venía un documento por ahí, pero que nadie conoce; yo he preguntado por el documento, aún no lo tenemos, creo que nadie sabe de ese documento ‘top secret’. Ciertamente, la camarada boliviana lo dijo, no es democrático, no es inclusivo. Ahora, señoras, señores, ¿acaso no es esa precisamente la realidad de este mundo? ¿Acaso estamos en un mundo democrático? ¿Acaso el sistema mundial es inclusivo? ¿Podemos esperar algo democrático, inclusivo, del sistema mundial actual? Lo que vivimos en este planeta es una dictadura imperial, y desde aquí la seguimos denunciando. ¡Abajo la dictadura imperial! ¡Y que vivan los pueblos, la democracia y la igualdad en este planeta!».

El líder bolivariano denunciaba que ni los representantes de los estados conocían el texto que se suponía que estaban negociando: «Hay un grupo de países que se creen superiores a nosotros los del Sur, a nosotros el Tercer Mundo, a nosotros los subdesarrollados, o como dice el gran amigo Eduardo Galeano: nosotros, lo países arrollados como por un tren que nos arrolló en la historia».

Una cosa parece clara: si la democracia no se abre paso en eventos como el de París, ni los empobrecidos lograrán la ayuda que necesitan para hacer frente a un problema que ellos no han creado, ni los industrializados harán nada que perjudique sus privilegios.

Pero el suelo en el que se mueven unos y otros no sabe estarse quieto y sacudirá el panorama. Cada vez más violentamente. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EEUU ha difundido recientemente su informe sobre los fenómenos climáticos extremos de 2014. Lo ha hecho a menos de un mes para que comience la cumbre de París. La principal consecuencia de este trabajo, donde se analizan 28 fenómenos extremos de todo el planeta, es que las emisiones de gases de efecto invernadero y las actividades humanas han incrementado la intensidad de ciclones, lluvias torrenciales, sequías y olas de calor. «El cambio climático es real y está aquí», sostiene Stephanie Herring, autora del informe: «Hay una relación directa entre el cambio climático y los episodios de calor extremos registrados en 2014 en Argentina, Europa, China, Corea, Australia, el Atlántico Norte y el Pacífico».