Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

Tensiones secundarias

El ritmo político, la pérdida de centralidad y la acumulación de crónicas sin resolver que afectan al imaginario colectivo de la izquierda abertzale, han originado una serie de mini-crisis y tensiones en cuestiones cuyas relevancias en otras épocas eran apenas perceptibles. A ello se ha sumado la gestión en instancias que exigen respuestas inmediatas y la apertura a otros sectores, marginales o no, que requieren visibilidad. Gestiones que han provocado diversidades en el criterio a aplicar.

El carácter radical de una opción política como fue la del uso de la violencia para alcanzar unos objetivos mínimos (Alternativa KAS, Alternativa Democrática, etc), convirtió a Euskal Herria en una isla, incluso ideológica. Una excepcionalidad en Europa (con la anomalía de Irlanda del Norte y en algunas fases Corsica), que matizó desde los movimientos sociales hasta la actividad sindical.

Superada la fase histórica, sin resolver en sus puntos neurálgicos, la ausencia de la radicalidad que generaba el uso político de la violencia, unido a una ilegalización que franqueaba la década y provocó una marcha rápida hacia la recuperación de la homologación de la que estaban sobradas otras fuerzas políticas, provocaron desajustes. Algunos notorios, no por ello menos esperados.

Entre ellos, la confusión entre Proceso y Proyecto. El punto de partida en este revoltijo tuvo su origen en la contaminación social que ha provocado un concepto inexistente: Proceso de Paz. Y la paz, como bien sabemos, contempla diversas medidas centrales y (co)laterales que al día de hoy no se aplican. Por eso un concepto novedoso en este último medio siglo: unilateralidad.

Sin pedagogía, sin intervención directa, sin feedback entre militantes, simpatizantes y votantes (los tres ejes naturales de cualquier formación política en nuestro entorno, la comunidad de intereses), los soportes de intervención política son interpretados de manera diversa. Cada uno, en su particularidad universal, se convierte en sujeto. Esta trayectoria nos lleva al individualismo, a una de las expresiones más notorias del (neo)liberalismo.

El Proceso, en consecuencia, sin el añadido de Paz, es el camino hacia la consecución del Proyecto. Un Proyecto, por otro lado, que con matices, está marcado desde hace tiempo. Sin novedades. Táctica y estrategia. Y, con la transversalidad necesaria, ambos sufrirán una serie de alianzas de carácter estratégico o táctico, en función, sobre todo en el segundo de los casos, de los planteamientos coyunturales. Algo que nos transporta, y no quiero ser pesado en este párrafo, a la racionalización de aspectos objetivos y subjetivos, y por extensión, a su compresión y correcta evaluación.

Es en esta última reflexión donde quiero incorporar el título de este artículo. Las contradicciones principales siguen siendo las de siempre, las antagónicas. La nacional y la social. Las principales, por lo que deberían ser la vanguardia en la batalla por el logro de ese Proyecto que tenemos definido. Eje de la actividad militante.

El resto, evidentemente y nuevamente con matices, debería provocar contradicciones secundarias. La contradicción principal está en la esencia del marxismo, lo mutuamente excluyente, antagónico. Los neomarxistas las llevan hasta la naturaleza misma. A las secundarias, Mao las llamaba "contradicciones en el seno del pueblo". El boliviano o bolivariano Álvaro García Linera usaba un término más técnico, "tensiones secundarias al interior del bloque popular revolucionario".

Sin la pretensión de extraer de la teoría unas líneas para aplicarlas en aspectos y contradicciones que hemos padecido en los últimos tiempos, si quiero, en cambio, incidir en su caracterización. Subjetiva y como aporte a un debate. Mi opinión es clara al respecto. Las tensiones o contradicciones secundarias lo son en el Proceso, pero por lo que intuyo, alguien o algunos las conciernen al Proyecto.

Surge esta tendencia en un momento de debilidad ideológica y, sobre todo, de enflaquecimiento del movimiento popular, de los llamados movimientos sociales, germen del debate, de la aportación novedosa y sincera a la praxis. Una debilidad producto también de la modernidad o mejor, postmodernidad, donde buena parte de los movimientos sociales han sido sustituidos por lobbies y por grupos autorreferenciales.

El uso masivo de las redes ha venido a engordar la tendencia. Desde un ordenador, desde el fondo de una habitación, sin contacto con el exterior, con la base de información llegada a raudales sin criterio crítico sobre las fuentes, cada individuo se convierte en protagonista de un elenco político, social o cultural, defendiendo su intervención como si fuera consecuente con un movimiento organizado que busca la revolución local, nacional o mundial. A lo mucho, se habrá autocomplacido con su comunidad, mayor o menor según las circunstancias, y habrá, también y de esa manera, incidido en sus tesis.

No soy experto, pero creo que en sociología a este modo sistemático de abordar la realidad se le llama retroalimentación. Me queda la duda de si la práctica está alentada desde el exterior, para provocar esas contradicciones secundarias, legítimas por otro lado, a las que me refiero. En algunos casos es evidente, en otros quizás, no tanto.

Hay, sin embargo, otro escenario de tensiones secundarias que, objetivamente puntualizadas, son necesarias. Nada que ver con las anteriores a las que quizás he regalado un espacio inmerecido. Son esas contradicciones secundarias a las que varios autores neomarxistas llaman creativas, porque tienen la potencialidad de motorizar el Proceso.

Estas tensiones creativas son precisamente las que inducen a una dialéctica interna, al diálogo, a la persuasión y, en cierta medida, a la unificación de criterios. No son antagónicas porque el antagonismo es de clase o de nación. No son irresolubles si los cauces participativos están abiertos y, en todo caso, enriquecen el Proceso. No son en absoluto desdeñables. Más aún, necesarias.

La comunidad de intereses nos ha dejado diferentes tipos de militancia. Los que lo han dado todo, esos halagados en la hermosa frase de Bertolt Brech, los que pusieron límites entre franjas de su vida, los militantes a tiempo parcial y, finalmente, los revolucionarios de verso fácil y praxis dudosa. Casi todos son necesarios.

Pero este reparto voluntario del compromiso, también ha creado desigualdades en el discurso. El cierre de una fase histórica ha coincidido, además, con una de las épocas más transformadoras de nuestra sociedad, con aquella más contaminada por el neoliberalismo europeo. En ocasiones, y son abundantes, no me reconozco ni en modelos, ni en actividades particulares. Tengo la impresión de que esa integridad militante, 24 horas sobre 24, impermeable sobre las agresiones consumistas, etc. brilla por su ausencia en sectores a priori combatientes. Me dirán que es una queja atávica, generacional. Y es probable.

Quiero reseñar, con esta última reflexión, que las contradicciones secundarias también se dan en este espacio que roza la vida misma y la elección privada. En fin, que la cuestión reside en esos vínculos que hemos mantenido durante décadas, que nos han hecho fuertes en los momentos más difíciles y que, a pesar de esas tensiones, finalmente han reforzado nuestra cohesión.

Espero que sigamos transitando por esos surcos y que superemos esas contradicciones de segundo y tercer orden para centrarnos en el modo y manera de encarar y enfrentar las verdaderas contradicciones, esas a las que siempre hemos denominado contradicciones principales, esas que nos hacen visualizar al enemigo estratégico al que estamos obligados, por encima de todo, a combatir y a vencer sin enredarnos en otras discordias.