Nagore BELASTEGI

¿Es posible una transición energética en tan solo una década?

Hace años, cuando imaginábamos el segundo milenio, nos venían a la mente coches voladores. Sin embargo, lo que hay «en las tripas» de los automóviles apenas ha cambiado desde hace décadas. ¿Cuándo serán cotidianos los coches impulsados por baterías?

Estamos acostumbrados a los grandes avances, a que las nuevas tecnologías reemplacen a las anteriores casi sin esfuerzo, sin que suponga un gran trauma para nadie. Hace veinte años no podíamos ni imaginar que muchas de nuestras conversaciones con los amigos serían a través de un chat instantáneo en nuestro móvil y caritas amarillas. Internet se instauró en nuestras vidas de manera natural; los correos electrónicos inmediatos sustituyeron a las largas cartas escritas a mano en apenas unos años. Una actividad que fue común durante siglos hoy en día es considerada vintage y poco habitual.

Mientras que estos cambios los suponemos normales, hay otros que sabemos que no serán tan fáciles. Si miramos a la energía, el tema que nos ocupa en este reportaje, cambiar de un sistema a otro no fue fácil en la mayoría de los casos. Fueron necesarias décadas de consumo y sustitución de las viejas instalaciones para que dejáramos de mirar con recelo a las recién llegadas. Cuando por fin se generalizaban, comenzaban a desarrollarse nuevas formas de conseguir energía... y vuelta a empezar.

En estos tiempos en los que los avances tecnológicos son el pan de cada día sigue ocurriendo lo mismo. Sabemos que los combustibles fósiles son contaminantes, que un día se agotarán, sabemos que existen alternativas renovables y más ecológicas, pero aun así nos aferramos al gas y al petróleo. Aunque las cocinas de inducción están sustituyendo a las de gas poco a poco –más por seguridad que por preferencia de los usuarios– muchas calefacciones todavía se basan en calderas con gas.

Si nos fijamos en los automóviles, las cosas cambian aún más despacio. Los gobiernos llevan años pidiendo que se use el transporte público, pero sus políticas no lo impulsan. En el Estado español hay 471 vehículos a motor por cada 1.000 habitantes, lo que significa que casi la mitad tiene un coche o una moto. Los avances en este campo vienen de la mano del motor eléctrico, que año tras año da nuevos pasos, aunque todavía son más comunes los híbridos, es decir, los que utilizan energía eléctrica recargable junto a los depósitos de gasolina o gasoil.

Faltan estaciones de recarga para los coches eléctricos y, según sus defensores, es por falta de voluntad. Existen intereses detrás de la extracción del petróleo que podrían verse mermados si los motores eléctricos proliferan. De hecho, un estudio realizado por el profesor Benjamín Sovacool, director del Sussex Energy Group de la Universidad de Sussex, apunta a que la próxima gran revolución de la energía podría tener lugar en una fracción de tiempo relativamente pequeña. Cree que el uso del combustible fósil podría desaparecer gradualmente en diez años, siempre y cuando realmente se quiera hacerlo.

«Si la transición no es rápida puede que sea demasiado tarde. Esa es la paradoja: para cuando la humanidad se de cuenta de cuánto necesita formas de energía bajas en emisiones de carbono, ya se habrá sobrepasado el límite de no retorno», asegura Sovacool en su informe en un tono catastrofista, tal vez a modo de llamada de atención.

Para apoyar su tesis, ha elaborado un documento en el que analiza las transiciones energéticas del pasado, que fueron bastante lentas, pero también cambios que se han dado con relativa rapidez en lugares concretos. Por ejemplo, se tardaron entre 96 y 160 años en pasar del habitual uso de la biomasa preindustrial y las renovables tradicionales (madera, residuos ganaderos, molinos de agua y viento...) al uso habitual del carbón. El primer modelo cayó en picado mientras que el segundo continuó subiendo hasta la primera década del siglo XX.

Fue entonces cuando los combustibles fósiles comenzaron a ganar terreno al carbón. Esta transición fue más rápida, pero aún así tuvieron que pasar entre 47 y 69 años hasta su sustitución en el uso común.

Por el contrario, encontramos casos como el de Suecia, que fue capaz de sustituir las luces de los edificios comerciales a un sistema más eficiente en tan solo nueve años. El gobierno apostó por las lámparas de bajo consumo e invirtió en ello. Así, de 1991 a 2000, 2,3 millones de personas vieron cómo cambiaban las instalaciones de luz de sus puestos de trabajo. En el Estado francés, las centrales nucleares se multiplicaron entre 1974 y 1981, mientras que Ontario (Canadá) tomó el compromiso de eliminar todo uso de carbón por razones medioambientales y de salud: en once años (2003-2014) consiguió pasar del 25% del uso a la tasa cero.

Sin embargo, el record en rapidez lo tiene Brasil, que fue capaz de conseguir en cinco años (2004-2009) que la comercialización de los vehículos con combustible flexible fuera cotidiana. De hecho, en el primer año ya superó el 25% de las ventas, lo que se considera como algo normalizado.

También existe el caso de cambios que parecieron despegar en un inicio pero realmente no han tenido tanto éxito: «Una energía puede crecer rápidamente y ser un fracaso comparativamente. Es el caso de la energía solar y eólica. En Estados Unidos entre 2000 y 2010 creció su uso en un 16%. Sin embargo, mirándolo globalmente, menos del 1% de la energía proviene de esas fuentes», explica el autor del citado informe.

El profesor Sovacool considera que toda transición pasa por tres fases: la de la experimentación, la de comenzar a comercializar entre determinados sectores, y la de generalizar su uso, en la que se implica al público y da pie a las innovaciones y mejoras.

Las turbinas junto al río

No es fácil llegar a imaginarse los cambios a un nivel tan global, puesto que en cada lugar se han dado a un ritmo diferente. En Euskal Herria los recursos naturales favorecieron el auge de la industria, que creció junto a las nuevas formas de energía. Las pequeñas centrales hidroeléctricas eran habituales a finales del siglo XIX y principios del XX a orillas de los ríos.

Podemos encontrar ejemplos de estas transiciones, a pequeña escala, en la localidad guipuzcoana de Legazpi, conocida por tener una ferrería del siglo XVII, Mirandaola, que aún sigue en funcionamiento y que explica a la perfección cómo aprovechaban antiguamente la fuerza del agua. Un canal encauza el agua del río hacia una rueda que, al girar, mueve los grandes fuelles que avivan el fuego. Mientras, otra rueda gira al mismo tiempo para mover el martillo. Los ferrones calientan el hierro en el fuego y, al rojo vivo, después lo moldean en el yunque.

No muy lejos de Mirandaola, en el barrio de Brinkola, está Ikaztegia, un caserío que sirvió para almacenar el carbón vegetal. Su situación era clave puesto que estaba cerca de la sierra de Aizkorri, donde la elaboración del carbón vegetal era una actividad tradicional. El uso de este edificio se extendió hasta bien entrado el siglo XX, razón por la cual todavía hoy puede verse ese segundo piso acondicionado para la ventilación del material.

También en Brinkola y en el cercano barrio de Telleriarte existían numerosas turbinas junto al río, que aprovechaban los saltos de agua para producir energía. Así, en 1888 el empresario Pedro Segura instaló una para suministrar electricidad a su tejería mecánica. Fue él quien, en 1904, realizó una petición para instalar alumbrado público eléctrico en la localidad, ya que hasta entonces las lámparas de la calle funcionaban a base de queroseno (era necesaria la intervención del sereno para alumbrar las calles). «Siendo ya pocos los pueblos que carecen de alumbrado público eléctrico entre los que figura esta villa, ha entrado en el ánimo del exponente el establecerlo desde luego este recurso tan favorable al vecindario en particular como al público en general», comenzaba uno de sus escritos. Así, sugería «atravesar con los hilos de cobre desnudos calles y vías públicas, fijando en algunas paredes de casas de propiedad particular apoyos para ellos».

El Ayuntamiento de Legazpi aprobó su propuesta y en 1905 una turbina existente en el caserío de Plazaola comenzó a suplir al alumbrado de gas. En 1910 comenzó a operar la central de Guritegi –construida en Brinkola por la sociedad Segura, Ugalde y Cia–, que distribuía energía desde este barrio hasta Urretxu. La transición energética en favor de los combustibles fósiles hizo que en 1970 esta central fuera desmantelada y su maquinaria llevada a Arantzazu. Aunque en su interior ya no haya turbina alguna, el edificio, una casa particular actualmente, sigue siendo conocido como “Turbina etxea” y forma parte del recorrido propuesto por la fundación Lenbur.

Las grandes fábricas

Otro tipo de molinos que también funcionaban con la fuerza del agua los encontramos en pleno casco urbano de Legazpi, en la antigua papelera Azpikoetxe. Actualmente, el edificio alberga un museo sobre el proceso de creación de las obras de Eduardo Chillida. Un molino de papel se encuentra en la planta superior, como recordatorio de lo que se hacía allí. No obstante, el verdadero tesoro está en la trastienda, en el sótano, puesto que hay otros dos molinos a los que todavía les queda pegado la pasta de papel. Justo debajo pasa el río, cuya fuerza hacía mover el molino de piedra en dos direcciones.

Esos molinos datan del siglo XIX y la fábrica pertenecía a la familia de Patricio Echeverria, quien llegado el momento decidió cambiar la papelera por el metal y fundar una pequeña herrería en 1904. Su apuesta industrial creció y necesitaba más energía de la que las pequeñas centrales hidroeléctricas podían insuflar, por lo que adquiría electricidad de la Hidroeléctrica Ibérica y Electra Aizkorri. Posteriormente adquirió la central Urederra, de Lizarra. Años más tarde el abastecimiento de energía pasó a Iberduero.

En cuanto al funcionamiento de la empresa, el carbón era el combustible principal para el calentamiento usado en la mayoría de los procesos de la fabricación excepto en los hornos de fundición, que empleaban electricidad. El carbón fue usado hasta muy tarde. No fue hasta 1985, con la llegada del gas natural, que se sustituyó ese sistema.

Del tren al coche

La proliferación de la industria en el Alto Urola hizo posible que el ferrocarril que venía desde Irun llegara hasta Brinkola (la línea se inauguró en 1864), si bien mientras Zumarraga tenía estación Brinkola no era más que una vía muerta, por lo que la facturación de las mercancías debían hacerlas desde Zumarraga. También desde esa localidad partía el tren del Urola hasta Zumaia, uno de los primeros trenes eléctricos del Estado –en el puesto 16–, inaugurado el 22 de febrero de 1926.

Poco antes, en 1904, Brinkola consiguió su estatus de estación, lo que benefició a las empresas mineras y a la fábrica de cemento de Brinkola. Sin embargo, las empresas que comenzaban a crecer en el centro de Legazpi estaban demasiado lejos de la estación de Brinkola o de la de Zumarraga, por lo que pidieron que el tren parara en el centro. Esto no fue posible hasta la electrificación del ferrocarril en 1929. Así, el 12 de setiembre de 1931 paró el tren por primera vez en Legazpi, tal y como anunció un bando municipal.

Además de las mercancías, también los pasajeros pudieron aprovecharse de esta mejora ya que no todos tenían «la suerte» de ser Patricio Echeverria, quien junto a otros dos amigos, compró el primer coche que llegó a Legazpi en 1915. Un Fiat 509.