Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
PACO IGNACIO TAIBO II
ESCRITOR

«Me hacen reír los fantoches que proclaman el fin de la Historia»

Nacido en 1949, como novelista y creador de la Semana Negra de Gijón (que dirigió entre 1988 y 2012) es uno de los forjadores del «neopolicial latinoamericano». En su faceta de historiador, su último libro, «Que sean fuego las estrellas», evoca los albores del movimiento anarcosindicalista.

En 1917 el movimiento obrero hizo su primera gran demostración de fuerza en el Estado español con una huelga general que en Catalunya, sostenida por la CNT (organización surgida apenas unos años antes), fue asumida como el inicio de un movimiento revolucionario que tocaría a su fin con el golpe de Estado del general Primo de Rivera en 1923. En ese lapso de seis años, la capital catalana se convirtió en un auténtico campo de batalla en el que el proletariado urbano y la patronal (respaldada por las autoridades políticas y militares del Estado) echaron un pulso de imprevisibles consecuencias donde la dialéctica de las pistolas terminó por imponerse ante el empeño de los poderes económicos por aniquilar el auge del anarcosindicalismo, cuya pujanza se manifiesta en los más de 700.000 afiliados con los que contaba entonces la CNT. Paco Ignacio Taibo II reconstruye minuciosamente lo que fueron aquellos años en un relato que él mismo define como “de épica proletaria”.

 

En la nota introductoria que abre el volumen, usted afirma: «Aquellos que piensan que el pasado no existe se han equivocado de libro». Toda una declaración de intenciones, ¿no?

Es una manera de dedicar esta obra a quienes creen que la memoria histórica no solo es algo que merece ser activado sino que es necesario hacerlo poniéndola a convivir con nuestro presente, para así llegar a comprendernos mejor. La Historia no es un desván donde se acumulan objetos y recuerdos cogiendo polvo, la Historia es un conjunto de experiencias, de pequeñas historias que están ahí para que cada quien se las apropie en la búsqueda de sus propios referentes vitales.

¿Y no le dio miedo abordar una historia que, como usted mismo reconoce, sucede en una ciudad que no le pertenece?

Barcelona no es mi ciudad, de hecho es un territorio donde me cuesta encontrarme, pero eso no quita para que la historia que cuento en estas páginas sí que sea mi historia.

Cuando dice que esta historia es su historia, ¿está vinculando, de alguna manera, esta obra con sus estudios sobre la revolución de Asturias?

Sí. De hecho fueron mis trabajos sobre la comuna asturiana del 34 los que me condujeron hasta los orígenes de la CNT en Barcelona buscando, en cierto modo, profundizar en otro de esos grandes episodios de épica proletaria que tanto me interesan como historiador.

El hecho de estar inmersos en una situación de regresión en lo referente a los derechos laborales, donde buena parte de las conquistas alcanzadas por el proletariado en los últimos cien años se han visto atacadas, ¿fue también algo que le impulsó a escribir este libro?

Absolutamente, y no solo eso sino que cuando me decidí a escribir “Que sean fuego las estrellas” lo hice impelido por una pregunta que me lleva rondando desde hace varios años: ¿Qué fue de esa clase obrera luchadora que hace tiempo que no veo? No sé si es que se ha desvanecido en las dinámicas organizativas de sindicatos muy burocratizadas, pero el caso es que echo de menos aquel proletariado cuya fuerza radicaba en la solidez de los principios éticos de quienes lo integraban, obreros autodidactas que tras trabajar once horas aún sacaban tiempo para aprender a leer y escribir.

¿Cree que hemos perdido la lucha de clases?

Lo que creo es que hay épocas y épocas y que, desde luego, no hay que enterrar lo que aún no está muerto. Cada vez que aparece uno de esos fantoches que proclaman el fin de la Historia a mí me da un ataque de risa porque, en el fondo, lo que hacen implícitamente es reconocer su propia incapacidad para repensarla. Lo que toca a su fin, por tanto, no es la Historia sino su propio método de análisis.

Aunque ya ha explicado los antecedentes que le condujeron a esta obra, ¿cómo fue el proceso de investigación?

Pues muy laborioso porque han sido casi tres décadas las que he estado recogiendo información y contrastándola hasta crear un inmenso archivo documental. Lo que pasa que hasta hace dos años aproximadamente no di con la tecla para convertir todo esa información en un relato y como había pasado tanto tiempo desde que empecé mi investigación, me vi obligado a revisar todo el proceso. Escribir sobre un movimiento de masas no es lo mismo que escribir una biografía sobre el Ché o sobre Pancho Villa. En este caso me vi obligado a localizar la singularidad de determinados rostros en medio de la multitud.

¿En algún momento contempló la posibilidad de servirse de ese material para construir una novela en lugar de una narración histórica?

No, porque una historia tan potente como esta vehiculada a través de un relato de ficción, quedaría debilitada. En mi novela “La bicicleta de Leonardo”, por ejemplo, incluí elementos puntuales en la trama que hacían referencia a la historia del anarcosindicalismo barcelonés y a sus enfrentamientos con los pistoleros de la patronal en los años 20. Pero una cosa es eso y otra aventurarse a novelar una historia de semejante magnitud. La ficción te sirve para llenar los huecos que siempre hay en todo relato. En ese sentido especular, fantasear, resultan procesos útiles. Pero cuando partes de  un relato tan sólido es mejor ceñirse a los hechos.

En su caso, ¿nunca entran en conflicto el historiador y el novelista?

Permanentemente, pero cuando uno escribe Historia tiene que tener amarrado en corto al novelista que lleva dentro. Puedes darte el lujo de explotar tu faceta como narrador, pues tanto en la novela como en la narración histórica es muy importante saber estructurar el relato, pero hasta ahí, porque lo que no cabe es la fabulación, el hecho de decir ‘fulanito pensó que…’ Tú no sabes lo que pensó ese personaje, así que debes de estar alerta ante ese tipo de coyunturas.

El rigor que maneja en esta obra es innegable. Resulta muy prolijo en la evocación de cada reunión, de cada huelga, de cada atentado, recogiendo todas las fechas, todos los nombres… ¿Esa exhaustividad se la impuso como deber?

Cuando haces una investigación tan minuciosa luego te cuesta trabajo desprenderte de esas minucias y al final esa exhaustividad es una mezcla de virtud y de vicio, pero al mismo tiempo quería ser absolutamente exacto con lo que contaba. Aun así he de reconocer que me costó mucho pulir el manuscrito original, que tenía más de mil páginas, hasta dejarlo reducido a la mitad, intentado, eso sí, mantener íntegras las claves del relato.

Llama también la atención su afirmación de que este libro está hecho contra otros libros. ¿Sentía la necesidad de enmendar la plana a otros autores?

Es que siempre me ha molestado la historiografía conductiva, que es aquella que practican quienes ya tienen resuelto el libro antes de escribirlo.

Esos autores solo utilizan aquellos datos que les son útiles para corroborar las tesis que tienen ya prefiguradas de antemano, optando por ofrecer una justificación de los acontecimientos ante la que no cabe respuesta alguna por parte del lector, que es tomado por idiota.

A mí no me interesa proporcionar al lector una interpretación de los hechos, sino relatárselos. La Historia es un arte narrativo e informativo, no una herramienta pedagógica.

 

«Para los anarquistas, la patronal catalana y la madrileña defendían los mismos intereses»

Leyendo algunas partes del libro parece que estemos ante una crónica de actualidad. Por ejemplo, cuando narra el empeño  de la CNT por absorber la UGT. Esa discusión entre absorber o coaligarse sigue estando en el centro del debate político de la izquierda.

Y no solo eso, también está el debate sobre cómo organizar la vanguardia del proletariado, sobre si esta ha de quedar vehiculada en un gran movimiento de masas o si es preferible que sea una élite constituida en sus márgenes la que estimule y coordine sus acciones. Se trata de debates que ya se daban hace cien años en el seno del movimiento obrero. Revisar la Historia sirve justamente para buscar las herramientas que nos permitan repensar la acción política.

Pero que un siglo después estemos en la misma disyuntiva ¿no puede llegar a resultar frustrante?

La frustración es algo normal si atendemos a que se trata de controversias que giran sobre cuestiones cuyas respuestas jamás va a estar en nuestra mano obtener. Sobre todo porque esas respuestas no serían hoy las mismas que hace cien o cincuenta años, por mucho que las preguntas sean parecidas. Lo interesante es crear referentes para que un joven de veinte años que se pregunte ‘¿de dónde vengo y quién soy?’, pueda ubicarse.

En su libro recoge como la CNT siempre denunció la agitación del sentimiento nacionalista por parte de la burguesía catalana como una cortina de humo para ocultar la represión hacia las aspiraciones de la clase obrera. ¿Cabe interpretar esto también bajo el foco de la actualidad?

Eso lo dejo a la libre interpretación del lector, pero lo que está claro es que para los anarquistas las diferencias nacionales contaban poco en el sentido de que la patronal catalana y la madrileña al final defendían los mismos intereses. En todo caso, la utilización de los símbolos nacionales con fines políticos sigue siendo un argumento que merece la pena ser debatido.J.I.