Jon GARMENDIA
BIARRITZ
Entrevista
ÓSCAR CASTRO
ACTOR, DRAMATURGO Y DIRECTOR TEATRAL

«En el campo de prisioneros aprendí qué es el dolor, y el dolor humaniza»

Lleva una vida basada en el teatro, y ahora, un documental basado en su vida compite en la sección oficial del Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz. Un trabajo lleno de relatos y anécdotas sobre el artista chileno, que es capaz de generar y transmitir emociones en algo más de una hora.

Óscar nació en Santiago, allá por 1947, y es en 1966 cuando junto a sus compañeros estudiantes funda el grupo de teatro Aleph, según la crítica uno de los más vanguardistas y talentosos de la época. Pero llegó el golpe de estado de Pinochet, y Óscar fue detenido y llevado al campo de concentración de Tres Álamos. Su madre, María Julieta Ramírez, fue a visitarlo junto con su cuñado y un militante del MIR, y apresados los llevaron al centro clandestino de torturas Villa Grimaldi. Desde entonces engrosan la lista de desaparecidos.

Cuando Óscar salió de prisión se marchó al exilio, a París, y allí refundó el teatro Aleph, donde lleva casi cuarenta años buscando motivos para reír y no llorar, y hacer reír y llorar.

 

En el documental «Exil-sur-Scène» cuenta que no recibió con alegría la condena de los responsables de la desaparición de su madre.

Sí, así es. Las personas no paramos de contarnos pequeñas mentiras para poder seguir viviendo. Las situaciones son contradictorias, no nos damos cuenta de que nos mentimos; cada uno se miente en su inconsciente y de repente ese inconsciente se hace presente.

Mira, yo sabía que mi mamá había sido asesinada, no había muchas dudas, pero no había responsables ni había aparecido el cuerpo, por lo que me creé mi propia fantasía. Mi mamá no tenía nada que ver con la acción política, era una persona de campo, sencilla, que fue a ver a su hijo preso, como la mamá que va a visitar a su hijo enfermo, y nunca más la volví a ver.

Cuando después de tantos años llegó la condena por la desaparición tuve que decirme a mí mismo: «Entonces es verdad, la asesinaron». Fíjate que mi papá nunca se iba lejos, no quería ausentarse de nuestra casa, «quisiera estar en casa cuando ella vuelva», me decía.

 

Cárcel, exilio, pérdidas irreparables… ¿y aún así encuentra motivos para sonreír?

¿Por qué? Esa es la pregunta: ¿Por qué? La vida es terrible, porque termina con la muerte, es una bella y trágica aventura. En ese sentido, yo creo que me río de la tragedia que es la vida y de la poca conciencia que tiene la gente de que esto, la vida misma, tiene una duración determinada. En el campo de concentración, en aquel lugar donde en cualquier minuto te podían matar, pensaba: «Mientras respire, y yo pueda cantar… canto, cantaré».

 

¿Qué supone para usted «Exil-sur-Scène»?

Es curioso. Todo lo que yo he hecho en la vida lo he hecho de manera natural, no he hecho nada para ser “bueno”. No he hecho el documental para entusiasmar a la gente, ni para darle razones para vivir, lo he hecho porque he creído que tenía que hacerlo, y lo he hecho de la manera más natural y simple. Cuando veo a la gente que le da valor a estas cosas, digo: ¡Pero si he hecho lo que cualquier ser humano debería hacer en la vida, preocuparse del que no tiene techo, del que necesita ayuda…!

 

Pero algo tendrá de especial...

Mira, cuando estaba en el campo de concentración o en los lugares de tortura y compartía lo que tenía, hasta el pan que nos daban cuando nos cagábamos de hambre, aquello era un aprendizaje en el dolor, porque yo creo que el dolor humaniza.

 

Llama la atención que en el lugar donde los tenían presos la creatividad siguiera su curso y llegaran a fundar una compañía de teatro...

No sé de dónde me venía la pasión por el teatro. Mis padres eran agricultores, yo sentía que llevaba algo diferente dentro y a través del teatro comencé a comprender la vida. En el campo de concentración hacía teatro para mí, quería que me aplaudieran, porque mi sueño era ser actor. Pero pasó de ser mi sueño loco a ser también el de mis compañeros; mis compañeros recogieron ese sueño y me llevaron hasta él. Estábamos en Ritoque, en frente del mar, en un acantilado... Allí no había nada que hacer, una vez al día pasaba un tren y corríamos a contar sus vagones... Hicimos teatro allí, y después he seguido haciendo teatro para contar lo que ocurrió allí.