Arantxa MANTEROLA

LA PUGNA DE LAS GRANDES SUPERFICIES DE BAIONALDEA, SIN VISOS DE APACIGUARSE

La carrera de los grandes centros comerciales para intentar hacerse con las bolsas de consumidores de la aglomeración bayonesa y sus alrededores parece no tener fin. El último esprint de la irracional contienda lo han protagonizado Ikea-Ametzondo y el BAB2.

El pasado jueves abría sus puertas el nuevo centro comercial Ametzondo integrado en el complejo Ikea. En total, 76.000 metros cuadrados, de los cuáles 42.000 son para la galería comercial en la que se han instalado o están terminando de hacerlo cerca de 70 firmas comerciales, si bien tiene capacidad para albergar otras 30 más entre boutiques, restaurantes, cafeterías y grandes almacenes. Una de las aperturas más reseñables es el hipermercado Carrefour que, emulando un mercado tradicional, ha apostado por «un diseño diferente y muy moderno que privilegia la cercanía con los clientes y los productos frescos», según reza su publicidad.

No es el único de los anzuelos de la empresa sueca para atraer a la clientela, aunque uno de los mayores –la instalación de la marca irlandesa de ropa Primark– no ha podido hacerse realidad «por el momento» ya que el proyecto, paralizado por los tribunales administrativos tras la demanda de la Unión de Comerciantes de Baiona y otras asociaciones, está ahora en manos del Consejo de Estado francés, al que han recurrido tanto Ikea como la propia Primark y cuya decisión definitiva sobre la autorización de apertura se conocerá en unas semanas.

La línea de resistencia de los pequeños comerciantes locales parece racional toda vez que es evidente que estos mastodontes comerciales situados a las puertas del centro de la ciudad merman sin piedad su clientela provocando, en muchos casos, el cierre definitivo de estos establecimientos y, por ende, la pérdida de puestos de trabajo.

También puede entenderse que otros grandes centros comerciales existentes antes de la apertura de Ametzondo intenten fidelizar su clientela, aunque lo que ya no parece tan lógico es que entren en una pugna disparatada como está ocurriendo con otro complejo gigante de la gran distribución, el del BAB2.

El pasado 14 de octubre, unos días antes de la inauguración de Ikea-Ametzondo, BAB2 hacía lo propio con nueve nuevos comercios en su galería, entre ellos la primera tienda de Zara en Ipar Euskal Herria. Se trata de la primera fase de su extensión, coincidente, pero obviamente no casual, con la apertura de la galería comercial de Ikea. Cuando el proyecto de ampliación con 35 tiendas más esté terminado, probablemente para la próxima primavera, BAB2 contará en total con 120 comercios, 3.000 plazas de parking y 1.300 empleados. Las prisas del centro comercial de Angelu por coger la delantera al de Ametzondo y visualizar que cuenta con una oferta actual y dinámica evidencian la dimensión de la pugna por mantener, y aumentar si es posible, la parte del pastel de consumidores potenciales.

Oferta desproporcionada

Si a esto se añade que en los últimos meses otras firmas comerciales presentes en particular en la franja costera labortana y en las aglomeraciones limítrofes de su capital también han agrandado o modernizado sus instalaciones, han abierto otras e, incluso, hay otros proyectos previstos (6.000 metros cuadrados en Marinadour de Baiona), lo irracional de esta carrera a la caza del consumidor es aún más manifiesta.

Ante esta situación de saturación comercial anunciada, y denunciada en más de una ocasión con datos y estudios que demuestran la desproporción de la oferta comercial en relación a los nichos demográficos de la zona en la que se ubican y de su área de influencia potencial (léase sur de Landas, norte de Gipuzkoa y de Nafarroa), entre otros, por la propia Cámara de Comercio e Industria de Baiona, lo que resulta más incomprensible es la actuación de los electos y de las administraciones públicas que dan el visto bueno a la instalación de esos proyectos gigantescos.

Obnubilados por las promesas de creación de empleo, estos terminan por ceder ante los intereses financieros y especuladores de los grandes promotores de estos complejos aunque está demostrado que los puestos creados por ellos destruyen los del comercio local o de los centros de las ciudades. Tampoco se plantean los estragos que las políticas del suelo y de mercado acarrean en el sector agrícola o en la vida social de los centros, barrios y pueblos cercanos.

Pero, por mucho que se empeñen en no verlo, la realidad es terca. Y es que los trozos del pastel de consumidores son cada vez más pequeños mientras que los costes de todo tipo (suelo, medio ambiente, desertificación de los centros, cierre del comercio de proximidad, empleo…) aumentan. Y eso terminará por pasarles factura, también a ellos.