Dabid LAZKANOITURBURU

Sobre votos y minorías

Un primer análisis comparativo de los resultados de las presidenciales del martes confirma que, pese a lograr más votos en el conjunto de la Unión, Clinton fue incapaz de movilizar suficientemente el voto de las minorías y tampoco concitó el apoyo masivo de las mujeres a su candidatura frente a la de su rival –como mínimo, machista–.

Frente a ella, Trump confirmó su ascendiente sobre el electorado blanco, mayor aún entre los varones, y cimentó su victoria, ajustada en porcentajes pero decisiva en los estados bisagra, en su triunfo en los del entorno del otrora cinturón industrial de los Grandes Lagos, como Wisconsin, Ohio, Pensylvania y Michigan, estado este en el que el ya presidente electo aventajaba a la demócrata en 16.000 votos con el 99% escrutado.

El discurso de Trump, que reconocía y denunciaba la pérdida de empleo y de expectativas de los cuellos azules (trabajadores fabriles en el argot estadounidense) ha logrado seducir a parte de ese electorado, históricamente demócrata, pero que ya en los ochenta viró hacia los republicanos votando a Ronald Reagan.

Ese giro hizo que este segmento electoral fuera bautizado por los analistas como los dedmócratas reaganianos.

Buena parte de estos estados volvieron al redil demócrata con Bill Clinton en 1997 y le han sido fieles hasta el martes. Fueron a su vez, si no decisivos, sí apuntaladores sobre todo del primer triunfo electoral de Barack Obama. Pero el desembarco del ya presidente saliente de EEUU en Michigan y otros enclaves no ha servido para mantener la balanza, lo que implica paradójicamente –o no tanto–, que electores que votaron a Obama han optado esta vez por Trump, el encargado de fulminar su legado.

Y es que, más allá de cualquier comparación –en este caso indudablemente odiosa–, ambos supieron congregar el ansia de cambio. En positivo y en negativo respectivamente, pero cambio.

Por contra, Clinton no fue capaz de concitar entusiasmo. Así, logró el martes el 65% del voto latino, frente al 71% que cosechó Obama en 2012, lo que le valió para encarar su segunda y ya última legislatura. En la misma línea, y pese a cosechar el 54% del voto femenino frente al 42% de Trump, fue insuficiente para neutralizar el 53% de voto masculino para Trump, 63% en el caso de los votantes varones blancos. Como dato, el 53% de las mujeres blancas que votaron lo hicieron por el magnate. Así de claro.

Los tres puntos menos de participación (55,6% frente al 58,6% de 2012) fueron decisivos para impedir que Clinton ampliara su triunfo en votos totales y lo trasladara a los estados bisagra.

Al contrario, el voto republicano, tradicionalmente fiel –como el de la derecha aquí en Europa–, no falló y, haciendo caso omiso de la tibieza o la repulsa abierta que generaba Trump en los dirigentes del Old Party, le votó masivamente.

Y conviene no olvidarlo, sobre todo para matizar lecturas antisistema de los resultados. Y, sobre todo, para augurar que lo que le espera a los EEUU de Trump y del Congreso republicano es un escoramiento sin complejos hacia la derecha.