Luis Mª MARTÍNEZ GARATE
ZIRIKAZAN

Día grande en Navarra

Día grande de Navarra es el título de un panfleto insulso que el padre Isla escribió, con éxito en su época, en el colegio de la Compañía de Jesús en Pamplona en 1747. El título, sin embargo, es oportuno, ya que la decisión del Ayuntamiento de nuestra capital de desalojar y «vaciar» el llamado “Monumento a los Caídos” de los restos sepultados en su cripta, constituye un cambio copernicano en el campo de nuestra memoria histórica: un día grande.

El edificio en sí es un auténtico «monumento a la barbarie», un símbolo que, para escarnio de nuestro pueblo, mantenía, a través de sus sepulcros, principalmente el de Emilio Mola, una memoria que ensalza la represión carnicera desatada en 1936 en la Alta Navarra de modo impune. El general Mola junto con el director y factótum del “Diario de Navarra”, Raimundo García, fueron los responsables, intelectuales y materiales, de tal barbarie. Como dejó escrito: «Hay que sembrar el terror… hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros» (Emilio Mola). Entre ambos supieron urdir la trama y manipular la organización del carlismo, desnortado y rancio, para llevarla a participar como protagonista en la orgía de sangre que se vivió en aquella etapa histórica en beneficio de la España triunfante, negra e imperial.

Sanjurjo representa esa tendencia del carlismo podrido, contagiada e inoculada de los males del sistema político español del siglo XIX: espadones, militares, pronunciamientos, reacción… Sanjurjo es un arcaísmo; una expresión del siglo XIX. Mola, no. Mola no es anacrónico, es un auténtico genocida del siglo XX, inspirador también del bombardeo de Gernika. La guerra execrable que inició y puso en el disparadero era fruto de su designio. Por eso es tan importante que el vaciado del Monumento haya comenzado por él.

La memoria de una colectividad se construye sobre procesos de selección y olvido, pero en ningún caso puede erigirse sobre la exaltación de la brutalidad. La presencia de estas sepulturas en un lugar honrado de la capital navarra ha sido eso desde el principio, un símbolo de la victoria, de la barbarie impune. Una vez vacío, sin la presencia de esos sujetos, el monumento pierde la mayor parte de su valor simbólico, de su bestial significado. Queda en manos de la ciudadanía debatir su porvenir. Reflexionar sobre su valor estético y su función urbana. Planear su futuro.