Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

La máquina de los sueños

Una exposición sobre la reclusión, notas sobre ella dice la muestra, ha abierto sus puertas hasta la víspera del santo asateado, San Sebastián. “Giltzapekoak”, exhibida en la capital guipuzcoana. Un total de 25 de sus paneles, si mis cuentas a pie de obras (artísticas) no me fallan, han sido censuradas, retiradas, y así lo hacen saber con una explicidad que les honra, los tres comisarios (artísticos) de la exposición, que achacan a los comisarios (políticos) de DSS16, la capitalidad «cultural» europea, el castigo.

Porque se trata de una censura, pero también un castigo añadido a la condena. Tres presos vascos se han visto afectados por la censura. No por la calidad o no de sus obras, sino por su condición. Una de las presas censuradas, mujer, mostraba en un video los límites de su celda. No se puede ver. Lo han retirado. En cambio, en la sala contigua a la que se debía exponer el video censurado, un hombre, también preso, explica los límites de la suya. En blanco y negro. No sé quién es, pero es evidente que no es vasco. Una voz en off comunica sus sensaciones en inglés.

La exposición, en su conjunto, es brutal. Acogota las conciencias, describe el influjo de la reclusión en los internamientos, y nos lanza a cada uno de nosotros esa pregunta que nos hacemos de vez en cuando. ¿En qué sociedad vivimos? En una sociedad que descarta a disidentes políticos o no, delincuentes, dementes o migrantes, y los aleja del estatus del resto. Los encierra en un mundo paralelo, o más bien en un inframundo. Pasan de la existencia a la irrelevancia. Una relación de poder, que diría Michel Foucault.

Como si la exposición ahondara en una franja surrealista, los paneles censurados encajan a la perfección en ese dibujo general de la reclusión. No hay cárcel, ni manicomio, ni centro de internamiento de extranjeros que no tenga en la censura uno de sus puntos de apoyo. Así se profundiza el hecho de la prisión. Los presos vascos lo conocen de sobra, sistemáticamente: censura de cartas, libros, revistas, diarios, camisetas, a pesar de que esos mismos elementos sean perfectamente legales en el exterior. Un objetivo, evitar la contaminación entre el mundo «real», virtual en muchas ocasiones, y el inframundo, el de la reclusión, está vez sin metáforas, agresivamente tangible.

Desconozco si los comisarios políticos de DSS16 se han apoyado en esta idea. Es probable. Lo que sí es notorio es que su «excusa» no tiene ni pies ni cabeza. La sensibilidad de las víctimas. Si es así, el hecho únicamente se ha aplicado a los vascos. Un gran y excelente “Guernica”, abre la muestra. Su autor, imputado y condenado por matar a más de un «agente del orden» (fuerzas y cuerpos de seguridad del estado). Tiene derecho a expresar sentimientos, emociones, como es obvio y que generen en los espectadores sensaciones. A eso le llamamos, con buen criterio, arte. Es de Valladolid, no de Bilbao. Ahí parece estar el problema.

No es el único caso y no quiero importunar a los organizadores, pero si ustedes siguen la exposición comprobarán lo que escribo. Carteles explícitos sobre la tortura, con acusaciones a ministros españoles, notas sobre los GRAPO, Copel, obras de condenados a cadena perpetua por motivos políticos... Pero ningún origen político en Euskal Herria. Al parecer, el código genético humano, la secuencia de nucleótidos, es idéntica en todos los ejemplares del sapiens. Incluidos los internados en centros de reclusión. La excepción la imaginan, la vasca. Alguna encima delatora.

Tengo la impresión que la primera sacudida de los comisarios políticos de DSS16 fue la de abortar la exposición. Porque si la muestra exporta esa idea de arrojar al infierno a quienes sobran de este nuestro mundo cercano a la virtualidad de Disneylandia (aunque sea rotundamente falso; la mayoría de los medios ya se encargan de invisibilizar o minimizar las tragedias colectivas o particulares), la luminosidad de la reclusión niega la mayor. Y nuestro inconsciente, tan ágil a veces, nos va a trasladar a la cercanía. Los ejemplos que llegan de Italia o EEUU los tenemos en casa, multiplicados por mil, en algunas ocasiones. No lo hicieron, si lo llegaron a plantear, por razones técnicas, por ofrecer la idea de que «Euskadi siempre está mejor» o, simplemente, porque infravaloraron nuestras percepciones. Es decir, que nos ubicaron como consumidores y no como instruidos.

También han demostrado esos comisarios políticos de DSS16 que, junto a otros actores, tienen una obsesión. Debería haberla descrito con mayúsculas, pero el papel exige pautas. Una obsesión por descartar de los derechos universales, de la visibilidad normalizada, a presos, recluidos, represaliados. Para integrarlos en una condición negativa, cuando no peyorativa. En los últimos meses hemos asistido a más vetos, más censuras, más cuestiones relacionadas con una supuesta pluralidad que, a la postre, ha resultado un camelo.

Las últimas por partida doble, la exclusión de la familia de Mikel Salegi, muerto en un control de la Guardia Civil en Donostia en 1974, como víctima de fuerzas policiales españolas, del encuentro institucional organizado en la capital guipuzcoana. La anterior, también muy reciente, la cesión de una sala para celebrar las jornadas “Bakea, gugandik eraikitzen”. Con el apoyo de la UEU, las hermanas de Mikel Salegi tuvieron que ser acogidas por el Ayuntamiento de Azpeitia para celebrar, con éxito por cierto, el seminario. La capitalidad "cultural" donostiarra, no se atrevió a señalarlo explícitamente, no quiso compartir escenario con la exposición “Tratados de Paz”. Una muestra que tuvo más presupuesto que las ayudas para emergencias sociales previstas por el Ayuntamiento donostiarra para 2017. Una muestra, inaugurada por el rey español Felipe VI, que debió titularse “Tratados de Guerra” y que se expandió hacia la apología de la monarquía hispana. Y que, por cierto, en número de visitantes fue un gran fracaso. Siguen tratándonos como consumidores, no como instruidos.

“Giltzapekoak” es una mezcla de horrores, de intencionalidades políticas acotando el «pensamiento políticamente correcto», nuevamente Foucault, pero también es un panegírico a la evasión de los recluidos, obviamente en esta ocasión metafórica, en términos vitales. Es mentira que no sean como nosotros. Son parte nuestra, a pesar de los comisarios políticos. Y esa evasión se produce, en gran medida, a través de sus sueños. El arte es un sueño, la vida (no quiero parafrasear a Calderón, tampoco a Chuang Tzu en su sentencia de la mariposa) también es un sueño. Más aún en reclusión.

La exposición recoge precisamente un proyecto de máquina de sueños. Su autor, recluido en un centro de salud mental de Castelnovo ne' Monti (Italia), asistió a unos cursillos «alquímicos» en el interior del centro. Y elaboró un boceto a colores en un gran panel. El título sorprendente: “Máquina de sueños y cerveza como producto de decadencia”. Lo hizo en 1977 y a través de una serie de alambiques y cables, conectaba diversas molduras: una central nuclear, una pizarra, la Biblia por su capítulo del Apocalipsis, unos óvulos, un papagayo, una videocasete, un piano... para concluir en esa máquina de sueños. Un proyecto extravagante, irrealizable sin duda, pero fruto de la creatividad de un sueño. ¿Qué sería, sin embargo, de nosotros sin sueños? Lo malo del sueño, escribía Julio Cortázar, el escritor argentino que visitó y quedó maravillado con el también censurado diario Egin, es el despertar.

Un despertar que han trasladado los comisarios políticos de DSS16 a los recluidos censurados. Están privados de libertad, estigmatizados por ese poder omnipresente que quiere controlar hasta el último detalle su pasado, presente y futuro. Tampoco pueden soñar porque han sido condenados de por vida. Como aparece en uno de los paneles de la muestra: «Si con la pena de muerte el estado arrebata la vida a una persona, con la cadena perpetua se apodera de ella».