Raimundo Fitero
DE REOJO

Paraguas

La ya primera dama de los EEUU iba la noche anterior a la toma de posesión de su esposo con un vestido confeccionado con hilo de oro. Una obscena ostentación que se puede considerar como una simple declaración de principios de un mandato que nos va a entretener demasiado. Pero no todo es oro lo que reluce. En las ceremonias de este día 20 de enero que probablemente cambiará el precio del petróleo y quizás la idea de la remota posibilidad de un mundo mejor, más de treinta mil agentes de diferentes uniformes han estado en alerta constante para que todo transcurra bajo la lluvia sin incidentes notables.

Está Washington enjaulada. Los pocos miles de ciudadanos que han podido acercarse a los lugares donde se hacen estas pompas protocolarias y folclóricas han sido cacheados, han pasado filtros policiales de manera exhaustiva, ha habido discriminación preventiva y para culminar la expresión máxima de la paranoia estaban prohibidos los paraguas. No hace mucho en una cabalgata de reyes televisada se nos informó de que ese ayuntamiento había prohibido acudir con paraguas, peor lo hacía no por seguridad, sino para evitar el acopio exagerado de caramelos lanzados desde las carrozas, porque algunos listos los ponían abiertos, pero al revés, para pillar más. La cuestión es que el monstruo ya tiene escolta, que ha costado más de cien millones de dólares preparar este plató que entrará en millones de salones de estar del mundo entero y que abre una etapa de incertidumbre internacional. Y de regalo el Chapo Guzmán ha sido extraditado a Nueva York. Otro espectáculo televisivo. Tuve la ocasión de ver la noticia del traslado de Guzmán y parecía una mala película y hasta los propios reporteros dudaban de la autenticidad de lo que estaban narrando. El relativo poder de un paraguas mediático.