Mertxe AIZPURUA
DESAFíoS GLOBALES

La ONU mira a unos océanos intoxicados de microplástico

La primera evaluación mundial de los océanos es reciente en el tiempo. La ONU la auspició en 2016 y su conclusión fue clara: los océanos están en peligro y, con ellos, la vida en un planeta que cada vez es menos azul. La Audiencia Parlamentaria Anual en las Naciones Unidas centrará su mirada en ellos hoy y mañana.

El mundo azul peligra y la amenaza viene de la tierra. La voz de alarma no es nueva. Científicos y expertos habían puesto sobre la mesa en sucesivas ocasiones el riesgo que supone no tomar medidas para la sostenibilidad del ecosistema más grande del planeta, pero hasta la última década los organismos internacionales no parecían tomarse el asunto demasiado en serio.

Los mares, más allá de las aguas bajo jurisdicción de cada estado, representan el 45% de la superficie de nuestro planeta y su salud es crucial para garantizar la seguridad alimentaria y para mitigar el cambio climático. A partir de hoy, y durante dos días, la sede de la ONU en Nueva York alberga la Audiencia Parlamentaria que anualmente celebra en su seno, una sesión preparatoria de la Conferencia que en este 2017 se ha decidido dedicar a los océanos.

Concretamente, la reunión se centrará en uno de los nuevos objetivos de desarrollo sostenible adoptados por la ONU, el 14, que prescribe «conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible».

El equilibrio entre la explotación y la preservación del medio ambiente, los modos de consumo, el marco reglamentario de la acuicultura, las infraestructuras de conexión submarinas, los desechos y vertidos, la elevación del nivel del mar o la acidificación de las aguas y la necesidad de una nueva gobernanza son algunos de los debates que se abordarán en las sesiones, cuyas conclusiones se recogerán en un informe final.

Diferentes expertos serán los encargados de exponer las ponencias en cada sesión, en un auténtico desafío global sobre el que la comunidad científica alerta, cada vez con más evidencias y datos, del agotamiento de los recursos pesqueros, los graves efectos de la acidificación del océano para la vida marina o sobre la interacción entre el cambio climático y las alteraciones en la temperatura, las corrientes y, en general, la dinámica del océano.

Una inmensa riqueza, asociada a la práctica ausencia de normas y de controles que para algunos representantes medioambientales evoca aquel «salvaje Oeste» en el que se imponía la ley del más fuerte.

Vertedero acuático

No es exagerada la denominación de vertedero. Lo cierto es que todo acaba en el océano: plásticos, plomo, mercurio, fertilizantes o aguas residuales. La contaminación es uno de los grandes males y el plástico es letal. En el año 2010 se vertieron al mar una media de ocho millones de toneladas de plástico, según un estudio publicado en la revista “Science” en febrero del pasado año.

Una geografía sucia y flotante sobre los mares que se ha hecho algo más nítida con el paso del tiempo. Han sido suficientes unas décadas de uso masivo del plástico para generar un terrible problema de contaminación marina que ahora la ciencia trata de abordar, pero que precisa de medidas legales y decisiones políticas.

En caso de no actuar, las estimaciones futuras ayudan a ver los contornos del desastre. La media de ocho millones de toneladas de plástico al año equivale a verter al agua del mar la carga de un camión de gran tonelaje cada minuto o, si se quiere algo más gráfico, sería el resultado de colocar montones de cinco bolsas de la compra llenas de plástico con una separación de 30 centímetros a lo largo de las costas de todo el planeta.

El mismo estudio de “Science” advertía de que al finalizar 2025 la cantidad de vertido sería el doble que la de 2010. El uso de plásticos ha aumentado veinte veces en el último medio siglo y se espera que se duplique de nuevo en los próximos 20 años.

Más plástico que peces

La proyección es más que angustiosa: de seguir así, en 2050 habrá en el océano más toneladas de plástico que de peces. Las investigaciones se han multiplicado en todo el mundo en los últimos años y la alerta ha llegado a la ciudadanía, a los negocios y a algunos gobiernos. Mientras, el mar ya deja constancia de lo que ocurre con ballenas, cachalotes y otras grandes especies que llegan a las costas con las barrigas llenas de residuos plásticos.

En los laboratorios, los tubos de ensayo han demostrado el inquietante peligro que encierran las pequeñas cuentas de colores, del tamaño de unos granos de arroz. Son los microplásticos, que antes eran botellas, bolsas, tapones o redes y se han ido fragmentando hasta hacerse tan pequeños que son muy difíciles de eliminar y fáciles de tragar. Pueden ingerirlos animales muy pequeños o grandes depredadores. Incluso los humanos. Contienen un cóctel de contaminantes cuyo impacto en la cadena trófica, grave en cualquier caso, es difícil de evaluar para los científicos.

Limpiar el ancho océano de microplástico es una tarea imposible, por lo que el dictamen es evidente: «El foco debería estar en tierra, hay que evitar que los microplásticos lleguen al mar».

Organizaciones como Ocean Cleanup plantean la necesidad de un cambio estructural; algo que trastoque la manera de consumir y de producir. Y eso, para empezar, necesita de voluntad política.

La Comisión Europea presentó en diciembre de 2016 un paquete de medidas para emprender la transición a la economía circular: un sistema en el que los productos se reutilizan, se reparan, se reciclan. En ese bucle, la basura se reduce al mínimo.

 

El ciberespacio está en el fondo del mar

No los vemos y se habla poco de ellos, pero están ahí, enlazando kilómetros y kilómetros a través de los fondos marinos. Los océanos están entrecruzados por una maraña de cables que comunican los cinco continentes y canalizan el tráfico de internet alrededor del mundo. De hecho, el 99% de ese tráfico se desliza a través de cables instalados bajo el mar. Las vídeollamadas, los mensajes instantáneos, los correos y las visitas a las páginas web viajan a la velocidad de la luz a través del océano, en cables de fibra óptica, mucho más rápidos y baratos que las ondas satelitales. Solo en el Atlántico hay 400.000 kilómetros de cable. El que hasta ahora se presenta como el de mayor capacidad en el mundo mide 9.000 kilómetros y une Estados Unidos y Japón. Llamado «faster» (más rápido), conecta Oregón a Japón y Taiwán. Es propiedad de Google y un consorcio de otras compañías de comunicación. M.A.

 

La contaminación marina y terrestre

TOXICIDAD

Las actividades marinas, como la extracción de combustibles fósiles, los transportes (incluidos los cruceros) y la pesca arrojan grandes dosis de sustancias tóxicas en el océano.

DESDE TIERRA

Los fertilizantes y los pesticidas, los desechos industriales y las basuras nucleares, las emisiones a la atmósfera provocadas por industria y los transportes, las aguas usadas y los desperdicios se vierten en los cursos de agua y terminan en el océano.

COLISIONES

La contaminación petrolífera causada por colisiones navales o naves encalladas es un grave problema, al que se añaden los de las sustancias de riesgo. Naufragios como el del Prestige o el Exxon Valdez causan daños que perduran durante décadas.

BOLSAS

Acumuladas junto a otros residuos, las bolsas y las botellas en PET (Tereftalato de polietileno) pueden formar extensiones gigantescas, auténticos vertederos flotantes. El más famoso, conocido con el nombre de Trash Vortex, es más grande que Texas. Se trata de un enorme vertedero generado por las corrientes marinas entre las islas Hawai y el Pacífico Norte.