V.E.
EL BAR

Ese lugar de reunión de toda la vida

E n un bar madrileño cualquiera, una fauna de lo más heterogénea se cita para empezar la jornada laboral como Dios manda. Con un café, con un carajillo, con un zumo de naranja más o menos natural... Para gustos los colores, y para cafres, Álex de la Iglesia. Así, en un abrir y cerrar de ojos, un indeseable de la calle entra en escena, profiere insultos a diestro y siniestro; a propios y a extraños... hasta que alguien dispara y se hace el silencio.

Tras comprobar que en el suelo yace la primera víctima de la función, invade nuestro cuerpo una sensación térmica que sin llegar a templada, ofrece contrastes marcadísimos entre frío y calor. Sin término medio que valga. Estaba escrito. Ahí está, precisamente, el encanto y el principal inconveniente de la propuesta. A estas alturas, el cineasta bilbaino se ha convertido en una especie de viejo conocido cuyo repertorio es igualmente conocido. Esto ayuda a que cada una de sus películas sea algo así como una –gamberra– zona de confort en la que ver materializados nuestros placeres culpables más gratificantes. Por el contrario, a cada nuevo proyecto, descienden las probabilidades de que esta vaya a sorprendernos. Hay diversión, sí, pero cada vez menos frescura.