Uberka BRAVO

POBRES DISCRIMINAN A POBRES EN SUDÁFRICA

Hace unas semanas saltó a la palestra mediática el tema migratorio en Sudáfrica, cuando la criminalización de los inmigrantes derivó en ataques a comercios regentados por somalíes, quienes ofrecen productos más baratos. Los brotes xenófobos de última generación se vienen produciendo desde 2008, cuando 62 personas murieron y miles tuvieron que desplazarse.

Sudáfrica tiene una tasa de desempleo oficial del 27,5% (8% entre los blancos). Pese a ello, es un país que recibe inmigrantes de países vecinos. Zimbabuenses y mozambiqueños encabezan la lista, pero también han llegado últimamente, entre otros, somalíes. Países que, en general, atraviesan situaciones económicas y políticas complicadas. Datos oficiales sitúan en un 5,72% de la población –3,1 millones– los residentes en Sudáfrica que proceden de un país extranjero, aunque las cifras de los habitantes sin papeles legales podría disparar ese número en hasta un millón más, según el servicio nacional de estadística sudafricano. Entre 2005 y 2010 los inmigrantes zimbabuenses que huían de su precaria situación tenían un permiso temporal especial en Sudáfrica, pero a partir de esa fecha empezaron las deportaciones masivas.

La mayoría de los africanos que buscan suerte en otro país viajan dentro de su propio continente. Este dato, además, es superior en los países del África subsahariana. Una emigración, la africana, que no sólo se da por motivos económicos, ya que las guerras, las fugas de cerebros a países ricos o las penosas situaciones ambientales están empujando también a mucha gente a salir de sus hogares. Quienes emigran a otro continente suelen tener mayor formación, mientras que quienes se quedan en suelo africano suelen ser aquellas a las que la economía no les permite ir más lejos. En el caso sudafricano, generalmente, las personas inmigrantes suelen ser de estratos económicos empobrecidos que intentan mejorar su situación económica.

Con el mejor PIB del continente y con la legitimidad de su lucha histórica contra el Apartheid, Sudáfrica juega un rol líder y sus políticas son referenciales para muchos africanos. Es por ello que la ciudadanía de Zimbabue, que tiene una de las peores economías del mundo, se ve seducida a intentar mejorar su situación en otro lugar. Pero el otrora país luchador contra la discriminación racial vive actualmente una nueva discriminación, esta vez contra los extranjeros. Existen sectores, entre los que deberíamos incluir al Gobierno, que se están activando en contra de la xenofobia y por la unidad africana. Pero en otra crisis xenófoba con siete muertos en 2015, pese a los llamamientos del Gobierno, las mismas autoridades allanaron viviendas en busca de inmigrantes indocumentados para deportarlos por el procedimiento urgente.

Una barrera electrificada

Las personas que no tienen papeles se arriesgan a ser deportadas, pero para llegar al país tienen que superar un obstáculo desconocida para el público en general: el muro que separa a Sudáfrica de Mozambique y Zimbabue. La barrera con su vecino del este se activó en 1975 y cubre 137 kilómetros; la de Zimbabue se construyó en la década de los 80 y se extiende a casi la totalidad de la frontera. Y está electrificada. Fue construida por el régimen del Apartheid y, entre 1986 y 1989, generó más muertes que el muro de Berlín en toda su historia. Aunque deteriorada y con una pequeña parte abierta para crear zonas naturales comunes, la barrera sigue en pie; ahora sin electricidad. Nos encontramos en una situación paradójica. El mismo sudafricano que podría ser discriminado por su condición de inmigrante en un país europeo, discrimina a su vecino de Zimbabue, alegando razones tales como la pérdida de trabajo y la supuesta alta tasa de delincuencia que se atribuye a los inmigrantes. Un argumentario parecido al que utiliza la derecha xenófoba europea. Esto mismo empieza a sucederles a europeos del sur que emigran al norte de su continente.

Al final, echando mano de los datos, la conclusión a la que se llega es que las personas pertenecientes a clases populares son quienes más se ensañan con los inmigrantes, que muchas veces están en situaciones todavía peores. Es decir, pobres discriminando a pobres. Porque la discriminación no se da en algún lujoso barrio de Johanesburgo, sino en las tristemente conocidas Township, donde en tiempos del Apartheid institucional vivían confinados los negros y que hoy día siguen siendo barrios marginales. Mientras las clases trabajadoras ponen el foco de su ira en gente que vive en situaciones de miseria, los sectores empresariales se frotan las manos y siguen aprovechando la mano de obra barata que necesitan, entre otros, para las conocidas minas de oro abandonadas.