Andoni LUBAKI
Mosul
DESDE MOSUL (I)

BATALLONES SUNÍES CONTRA EL ISIS ATRAPADOS EN EL SECTARISMO

Faisal conduce un Toyota por el este de Mosul. Usa Google Maps para llegar a los distintos destinos. Es natural de Mosul. Nació aquí y en sus calles se crió. «Estudié Arqueología en varias universidades, Jordania y Malasia entre ellas», explica Faisal, de 47 años.

Faisal, como la mayoría de habitantes de Mosul, es suní. Desde hace poco menos de un año es líder del batallón Jonás con alrededor de 500 efectivos a su cargo. «Decidí poner este nombre al batallón ya que Jonás es un personaje que aparece tanto en la religión cristiana como en la musulmana. Usar ese nombre implica que también queremos atraer a gente de otros credos a luchar contra el Estado Islámico (ISIS) y también contra el sectarismo». La bandera del batallón es una ballena con un hombre armado y en posición de disparo en su interior, en clara alusión al mito que da nombre al grupo.

«Mis hombres me han informado de que en la zona donde se encuentra el cuartel general del batallón hay una mujer con un cinturón explosivo dispuesta a inmolarse. Hay que tomar medidas al respecto y estamos alejando a todas las mujeres, sean ancianas o jóvenes, de la zona. No sabemos nada más», me explica Faisal a la entrada del cuartel. Este edificio se encuentra en el sudeste de Mosul, a la par del aeropuerto de la ciudad. Aunque armados hasta los dientes, no han entrado en batalla con el ISIS en ningún momento de la guerra. Se han limitado a labores de búsqueda de células yihadistas en el este que permanecían inactivas o a la detención de supuestos colaboradores.

Dentro de la base, los hombres de Faisal traen a un supuesto integrante del Estado Islámico cuando el Califato tenía el poder en el este de la ciudad. Alí, un viejo amigo de Faisal, corpulento y con voz potente, tiene el teléfono del sospechoso en la mano. «Ha borrado todos los datos de llamadas y mensajes. También ha borrado muchos contactos», me asegura. El hombre de unos 40 años tiene la tez curtida por el sol, pero la parte donde se encuentra la barba está blanquecina. Poco sol ha tocado esa piel en los últimos meses. Es la marca que delata la colaboración. O no. Durante el Califato, todo hombre era obligado a llevar barba, fueran o no simpatizantes. «Hay que investigar si ha tenido relación con el ISIS», asegura Faisal con tranquilidad.

La acusación entre vecinos es una de las maneras de delatar a supuestos yihadistas. Aunque como ha demostrado muchas veces la historia, también se utiliza como excusa para hacer borrar a indeseados tanto por religión como por ideología política. Faisal es consciente de ello y sin pruebas no acusa a ninguna persona de colaboración. Investiga bien al hombre, que se encuentra nervioso. Si es detenido será puesto en manos de la Justicia iraquí. Ellos se encargarán del juicio y la condena si fuera culpable. Sin pruebas claras, el hombre es liberado. «Sin pruebas no hay acusación formal», dice Faisal.

Fuera, los milicianos siguen vigilando la calle que continúa cortada a cualquier tipo de vehículo. Solo quienes tienen permiso tienen acceso. Uno de esos milicianos ordena a una mujer que viene desde la otra parte de la calle que no siga caminando hacia el cuartel. La señora, que va vestida con un niqab, obedece y cambia de rumbo. Mientras un soldado del batallón Jonás manda alejar a la mujer, dos hombres pasan el control de seguridad. Tras ser cacheados exhaustivamente, los dos varones de avanzada edad piden hablar con el jefe de la zona. Faisal habla con ellos y con Alí, su lugarteniente y hombre de confianza. «Uno de ellos es el padre de un sospechoso yihadista; el otro es su tío. Han venido a explicar que su hijo no ha tenido nada que ver con el ISIS y que deberíamos liberarlo por ser inocente. Alí les está explicando que se encontraron pruebas que le incriminaban. Ahora será la Justicia iraquí la que tenga la última palabra». Faisal me explica que hay que ser cauteloso con las acusaciones. «No podemos sembrar más odio del que ya hay en el país», advierte.

«El dinero debería de llegar de Bagdad cada mes, pero no lo hace. En varias ocasiones he pagado yo a mis soldados», dice Faisal. «En respuesta a la petición de cobrar nuestro sueldo, el Gobierno y el Ministerio de Defensa nos han obligado a aceptar a militares de alto rango chiíes, que poco o nada saben de nuestro entorno. Yo les dije que como ciudadanos iraquíes siempre serían bien recibidos y que serían nuestros invitados, pero que no les obedeceríamos. Nosotros no somos militares, somos parte del movimiento tribal de Nínive, pero no militares. Esta movilización fue auspiciada por el Gobierno estadounidense; el Gobierno iraquí no tuvo nada que ver en la fundación. Simplemente aceptaron lo que les venía de Washington».

En una habitación del interior del cuartel general un grupo de soldados y Alí discuten con el coronel del Ejército iraquí que se ha sentado en una ostentosa mesa. El edificio fue también cuartel de la Policía en la época en que los hombres de Al-Baghdadi dominaban la ciudad. La discusión sube de tono y Alí, gesticulando mucho, se dirige una y otra vez al coronel iraquí. Los hombres se retiran y el coronel vuelve a gritar; aunque no se dan la vuelta y saludan a Alí. «Acabas de ver cómo funciona aquí la cosa. Mis hombres se han retirado y el militar les ha dicho que tienen que saludar. Pero no son sus hombres, ni siquiera son militares, por eso no le deben nada a un militar de alto rango impuesto. Sin embargo sí han saludado a Alí».

Uno de esos militares empieza a preguntar por mi presencia. Sospecha de mí por mi condición de periodista y dice que podría ser un espía. Trata de que me marche del lugar pero Faisal aclara que soy un invitado más, igual que él en este lugar. El coronel se sienta a fumar en su sillón.

Faisal vuelve a poner en marcha su GPS. Me quiere mostrar el problema que vendrá cuando «todo esto se acabe». Las banderas chiíes se encuentran por doquier. «Son los mismos soldados de la Golden Division (fuerzas especiales iraquíes de combate) quienes las ponen. La gente tiene miedo de quitarlas por represalias. Después de 1.400 años, los chiítas aún están buscando revancha y hacen pagar por ello a los ciudadanos que nada tienen que ver con la guerra».

En una bocacalle cerca del río, un grupo de milicianos suníes portan una bandera chií y se hacen fotos con ella. Faisal se baja del coche lentamente y se dirige a ellos, habla unos pocos minutos y se vuelve a montar en el coche. «Me da miedo este tipo de actitud de los nuestros. La gente puede entenderlo mal, creo que ellos mismos lo han entendido mal. No podemos coger ningún símbolo chií como de liberación. Sería un error», explica con gesto preocupado.

De vuelta hacia el cuartel general, varios controles de carretera llevan banderas chiíes. Faisal me advierte de que «las milicias no pueden entrar dentro de la ciudad para evitar el sectarismo, pero poner la bandera delante del que ha sufrido tanto esa lacra y después la del ISIS es peligroso, estoy preocupado, muy preocupado».

Ya en la base, siguen buscando a la mujer con explosivos. A lo lejos se escuchan disparos de combates esporádicos entre los dos lados del río. Los coroneles iraquíes impuestos desde Bagdad siguen intentando poner su orden. Alí los ignora.

 

Los chiíes de la movilización popular cargan con el peso de su pasado reciente

En junio de 2014, el ISIS conquistó buena parte de Irak. Ante su avance surgió la Movilización Popular (MP), de mayoría chií. Aunque se defiende la aconfesionalidad de dicha fuerza por incluir en sus filas a suníes y yazidíes, más del 95% son chiíes provenientes de Bagdad y Basora.

El líder religioso Ali Sistani fue quien llamó a la guerra santa contra el ISIS cuando se acercaba a Bagdad. Expertos de la Universidad de Bagdad como Nuri Samarrai y Nibras Kazimi advirtieron ya entonces de que este movimiento fue creado antes de dicha fecha bajo el auspicio del entonces presidente Nuri Al-Maliki, con la bendición de Sistani. Muchos integrantes de estas fuerzas (conocidas como Hashd al Sahabi) provienen de las milicias Mahdi, acusadas durante años de practicar la guerra sectaria contra suníes.

Durante la ofensiva que devolvió Ramadi y Fallujah a Bagdad, la MP fue acusada de volver a practicar la guerra sectaria. Las acusaciones siguen y llegan a Mosul. Amnistía Internacional sostiene que fue Hashd al Sahabi quien perpetró los crímenes de octubre de 2016 en Al Mahakuk (sudoeste de Mosul). Fuentes del Ejército de EEUU, en declaraciones obtenidas por GARA sin que haya sido posible obtenerlas de modo oficial, afirman que estas milicias no obedecen a ningún Ministerio de Bagdad y que muchas veces actúan por libre. Estas milicias tienen prohibida la entrada a núcleos urbanos, aunque son centenares las veces que han violado esta ley incluso con la Policía federal y militares como testigos.

El movimiento tribal de Nínive fue organizado por EEUU con el auspicio de Bagdad. Dicho movimiento tribal quería evitar los problemas que hubo en el pasado en zonas con mayoría suní donde el Ejército invasor no respetó el sistema de tribus imperante, incluso por encima de los designios de Bagdad. Según fuentes oficiales empezó a crearse meses antes del ataque de las fuerzas iraquíes a Mosul. Fuentes consultadas por GARA aseguran que las reuniones para organizar este movimiento empezaron mucho antes, en 2015.

Si bien al principio tenía el beneplácito del Ejecutivo de Bagdad, poco a poco, fue perdiendo ese apoyo económico y logístico. Se les ha impedido entrar en combate directo con el Estado Islámico aunque se haya insistido en que deberían de tomar parte para evitar una mala imagen de estas tribus cuando el ISIS sea expulsado de la ciudad. Ha habido choques entre estas dos milicias paramilitares sin que haya trascendido información. Vecinos de Qayyara aseguraron que en noviembre hubo enfrentamientos que dejaron varios muertos en ambos bandos.Andoni LUBAKI