Mikel ZUBIMENDI

Con su «Ruta de la Seda», China da forma a una nueva globalización

Representantes de más de cien países, entre ellos 29 jefes de estado y de Gobierno, se reúnen en Pekín para formalizar su participación en el proyecto de infraestructuras más grande del mundo. Una inversión multimillonaria para la unión de dos Océanos y tres continentes que puede marcar el tono y dirección de una nueva globalización.

El considerado como mayor evento diplomático de este año para China, acogerá hoy y mañana a representantes de más de un centenar de países, entre ellos 29 jefes de estado y de Gobierno, además de los máximos dirigentes de la ONU, el FMI y el Banco Mundial. La presencia a última hora de delegaciones de EEUU –en medio de la «luna de miel» entre los presidentes Xi Jinping y Trump–, Corea del Sur –justo tras la elección del presidente Moon Jae-in–, Japón (principal rival de China en el este de Asia) y hasta de Corea del Norte ha terminado por dar mayor empaque a esta cita, que coloca a Pekín como epicentro de la política y la economía global.

La conferencia internacional promovida por China busca que los países asistentes, muchos ilusionados y otros temerosos, estampen su firma junto con la del presidente chino Xi Jinping comprometiéndose en el proyecto popularmente conocido como nueva «Ruta de la Seda». Teorizado ya en la década de los 90, tomó cuerpo en el año 2013 de la mano de Xi. Este propuso crear una «Franja –o Cinturón– económico» por Asia Central hasta Europa y una «Nueva Ruta de la Seda» por el Océano Índico hasta Oriente Medio y África, lo que llevó a rebautizar la iniciativa como «Una Franja, Una Ruta» o en chino «yi dai yi lu or».

Sin ser exhaustivos, se trata de un plan enormemente ambicioso de infraestructuras que analistas financieros del Credit Suisse estiman que contaría con una inyección anual de 150.000 millones de dólares del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) promovido por el Gobierno chino y cuando termine podría llegar a un montante de varios billones de dólares. Terminales portuarias, ferrocarriles, carreteras, gasoductos, sistemas de telecomunicación con inversiones multimillonarias integradas en una red que conectará a todas.

Cambio en la balanza de poder

Se trata de una iniciativa multinacional, multifacética y multimillonaria que pretende establecer una mastodóntica red de corredores económicos terrestres y marítimos que se extenderá entre China y Europa e integrará nada menos que 60 países y un 60% de la población del planeta, además del 75% de sus recursos energéticos y un 70% del PIB global.

Un proyecto, sin duda, con potencial para cambiar de paradigmas y hacer temblar los cimientos de la actual globalización al poder conectar de manera más fluida gigantes económicos como China, Rusia, Irán, India y Europa e integrarlos en un bloque geoeconómico que podría cambiar la balanza del poder global.

Desde el puerto del Pireo, el mayor de Grecia ahora en manos chinas y estación terminal occidental de la Ruta marítima de la Seda, la gigantesco nudo ferroviario de Khorgos en Kazajistán, el nuevo puerto de Bakú en Aylat, el de Anaklia en Georgia, la línea férrea Bakú-Tiblisi-Kars, el corredor China-Pakistán hasta el puerto de Gwadar, macrocentros logísticos en la frontera entre Bielorrusia y Polonia… ya son operados por China o avanzan a velocidad crucero.

Mayor participación europea

Estas «partes» o «puntos» que, entre otros muchos, el macroproyecto unirá en red, marchan viento en popa por varias razones: una mayor institucionalización y acoplamiento a la legislación internacional mientras el desarrollo de las obras sobre el terreno no se detiene; en el análisis de proyectos, concesión de préstamos y gestión de licitacio nes, el BAII ha obtenido la certificación de funcionar según los baremos o estándares internacionales, por lo que un mayor uso de esta entidad para la «Nueva Ruta de la Seda» abrirá más oportunidades.

Así mismo, se observa una mayor participación europea que ha pasado de ver el megaproyecto como una vía que podría inundar el continente de productos baratos chinos a una oportunidad para la exportación de bienes de alto valor, que junto con los gigantes europeos de las obras de infraestructuras, ha hecho que empresas farmacéuticas, químicas, del automóvil o del lujo se posiciones a favor y busquen ventajas. Una tendencia, por otra parte, que los analistas esperan que aumente dado que buena parte de las discusiones que durante estos dos días se darán en Pekín se centrarán en que la declaración final incluya referencias de apertura, que haga de un proyecto chino a uno más global.

¿Regalo de China al mundo?

Por otra parte, durante este año se espera las primeras conexiones entre las secciones terrestres y marítimas, que agrandará las sinergías entre China, Rusia –con la que explora la posibilidad de que la nueva ruta ártica para unir el Atlántico y el Pacífico que sustituya al Canal de Suez–, Japón e incluso una India que, como gigante, no esconde sus reticencias ante la posibilidad de que su viejo enemigo tome el control estratégico del Océano Índico.

China, que presenta este proyecto como un «regalo» que hace al mundo, repite que la «Nueva Ruta de la Seda» es un proyecto inclusivo y abierto, al que nadie debe temer –y no faltan los temores de que pueda convertir a muchos países en «vasallos económicos» de la nueva potencia mundial– y que complementa los marcos regionales existentes, como los de la Unión Europea, la Unión Africana y el de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático –ASEAN, por sus siglas en inglés–. Los medios estatales chinos hablan ya de esa iniciativa en términos de «globalización 2.0» que «reestructurará la cadena de valor de la producción global en medio de los cambios del mundo post-crisis».

La diplomacia china insiste: la «Nueva Ruta de la Seda» no es «una canción que se canta en solitario sino un coro», «una sinfonía de todas las partes relevantes del planeta»... Entre los asistentes a la Conferencia Internacional abundan los que bailarán al son de ese estribillo pero no faltarán los que acudan con preocupación, llenos de reservas y sin demasiado entusiasmo. Como dato, de entre los líderes del G7 solo el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni ha acudido.

Trump delega en el director para Asia del Consejo de Seguridad Nacional, Matt Pottinger, que se interpreta como un cambio en las relaciones entre ambos países, que se habían enfriado a causa del despliegue del escudo antimisiles THAAD en suelo surcoreano.

No obstante, EEUU ve en la nueva «Ruta de la Seda» una potencial amenaza al sistema financiero dominado por Occidente nacido tras la Segunda Guerra Mundial en Bretton Woods, simbolizado por el Banco Mundial y el FMI. De ahí que ante la posibilidad del comienzo de una nueva era de globalización en el mundo, los chinos –y también los europeos, consideren fundamental no dejar al margen a EEUU, buscar mecanismo para involucrarla aun siendo conscientes de su nueva postura del «Make America Great Again» .

No exento de peligros

Por otra parte, a nadie se le escapa que el ambicioso plan chino para convertirse en la superpotencia mundial está plagado de peligros. Muchas de las infraestructuras pasarían por zonas en guerra o golpeadas por distintas insurgencias como Afganistán o Pakistán. En lo estratégico, la perspectiva de que China aumente su influencia en zonas históricamente dominadas por otras potencias, como Rusia en Asia Central, India en el Océano ïndico o Japón en el sureste asiático, augura tensiones y futuros roces.

El presidente ruso, Vladimir Putin, que viajó a Pekín al frente de una importante delegación gubernamental, al margen de sus temores, lleva bajo el brazo importantes iniciativas sobre rutas de transportes más cortas y efectivas que aseguren su paso a través del territorio ruso. La posibilidad de rutas del transporte de mercancías del océano Pacífico al Atlántico que no pasen por Rusia es algo que, estratégicamente, preocupa mucho en el Kremlin.

Ante ello, Putin tratará con Xi un ambicioso proyecto de una nueva red de carreteras transiberianas y, muy en particular, la que pretende unir la zona del lago Baikal con la del río Amur, frontera natural entre Rusia y China. También pretende poner en valor la capacidad de los puertos rusos en el Lejano Oriente y muestra mucho interés en asegurarse la inversión china en el desarrollo de la ruta ártica, algo que devaluaría el valor estratégico del Canal de Suez, verdadero cuello de botella del transporte.

De hecho, no faltan analistas que adelantan que a medio plazo el eslabón clave entre Asía-Pacífico y Europa no va a ser la «Nueva Ruta de la Seda» sino la «Nueva Ruta del Ártico».