Mikel CHAMIZO
DonostiA
Entrevista
DIEGO MARTIN-ETXEBARRIA
DIRECTOR DE ORQUESTA

«Afortunadamente, mi carrera ya no depende de que me ayuden en casa»

Aunque apenas haya actuado en Euskal Herria en los últimos años, el amurriano Diego Martin-Etxebarria es uno de los directores de orquesta vascos con mayor proyección internacional. Ganador del Concurso de Dirección de Tokio, ha debutado ya con numerosas orquestas internacionales y acaba de ser nombrado titular de los teatros de ópera de Krefeld y Mönchengladbach, en Alemania. 

La carrera de Diego Martin-Etxebarria (Amurrio, 1979) lleva unos años creciendo de forma imparable. Tras estudiar oboe, su primera oportunidad como director de orquesta se la dio la Orquesta Sinfónica de Bilbo, invitándolo a dirigir un concierto infantil. Le llamaron después de la Orquesta de Euskadi, de la ABAO y de otras orquestas como la de Galicia, Tenerife o Granada. Poco después se trasladó a vivir a Alemania y allí debutó en uno de los teatros más importantes del país, la Ópera Estatal de Berlín, quedando su carrera definitivamente ligada al mercado musical alemán. Esto se ha visto confirmado recientemente, con el anuncio de que Diego Martin-Etxebarria será el nuevo director musical de los teatros de Krefeld y Mönchengladbach, dos de las casas de ópera más importantes de la región de Renania del Norte.

La última vez que GARA habló con usted fue en 2014. En aquellos momentos estaba debutando en la Ópera Estatal de Berlín y acababa de participar en el estreno de «Brokeback Mountain» en el Teatro Real de Madrid. ¿Cómo ha cambiado su carrera en estos últimos tres años?

Mi carrera cambió bastante a partir de 2015, debido a un hecho clave que fue ganar el Concurso Internacional de Dirección de Orquesta de Tokio. Ningún músico es fan de los concursos y yo tampoco lo soy, pero hay que reconocer que, al final, hay pocas alternativas para hacerse un hueco en el mercado musical si no es presentándote a competiciones. El concurso de Tokio, además, estaba marcado por una circunstancia especial: históricamente había sido uno de los grandes concursos de dirección de orquesta, pero llevaban ya quince años declarando el primer premio desierto. Por eso, cuando yo lo gané en 2015, la reacción mediática fue brutal. Cuando ofrecimos la rueda de prensa posterior, yo no me podía creer lo que estaba viendo, la sala de prensa estaba completamente abarrotada. Como llevaban quince años sin declarar ningún ganador, se formó la idea de que mi actuación en el concurso debió de ser algo realmente fuera de serie, y la gente me comentaba «¡Madre mía! Tuvo que ser espectacular lo que hiciste».

¿En qué oportunidades se tradujo ese éxito?

Para mi carrera fue fundamental ganar ese concurso y, además, hacerlo en esas circunstancias concretas, porque mucha gente comenzó a tener curiosidad por mí. En el mundo de la dirección de orquesta la competencia es salvaje, somos muchísimos los directores que andamos buscando trabajo y oportunidades, pero lo habitual es que los agentes y programadores no sepan quién eres a no ser que ocurra algo que te ponga bajo los focos. Por eso, aquel concurso para mí lo cambió todo, empezaron a pedirme que dirigiera conciertos más importantes, en vez de los repertorios desconocidos, los conciertos fuera de ciclo y las propuestas pedagógicas que, sobre todo, había venido haciendo hasta el momento. Ahora me llamaban para dirigir dentro de las temporadas regulares, o para volver al Teatro Real no ya como asistente, sino como director principal. También se me han abierto las puertas de muchos países asiáticos, especialmente Corea del Sur, China y Taiwan, además de Japón, por supuesto. Todo eso es fundamental, porque cuando empiezas a moverte por numerosos países y a actuar dentro de las temporadas de las orquestas, es cuando aumentan las posibilidades de que te llamen para asumir la titularidad de alguna de ellas.

¿Cómo es la vida musical clásica en Japón y el trabajo con las orquestas japonesas?

Si te digo la verdad, antes del concurso la realidad de la música en Japón era completamente desconocida para mí. Luego descubrí que, tratándose de unas islas tan pequeñas, la cantidad de orquestas que tienen y el número de conciertos que se ofertan es increíble. Además, las orquestas de allí son técnicamente perfectas, no lograrías descuadrar a una orquesta japonesa ni aunque lo intentases. Tienen una gran disciplina de trabajo y, curiosamente, eso se traduce en que ensayan muy poco: unas dos horas por ensayo y solo dos ensayos antes del concierto. Pero se aprovechan tanto, están tan concentrados en el trabajo y llegan tan preparados de antemano, que al final los conciertos salen muy bien.

Al margen de su vertiente asiática, su carrera está muy ligada a Alemania desde hace muchos años. Aquel fue el país al que decidió trasladarse para proseguir sus estudios de dirección y donde más ha trabajado desde entonces.

Creo que para todos los músicos está bastante claro que Alemania, y Austria, son la cuna de la música clásica. La oferta de escuelas de música, conservatorios, etcétera, es inmensamente superior a la de aquí. Ocurre lo mismo con las orquestas: la AEOS [Asociación Española de Orquesta Sinfónicas] tiene veintiocho miembros, mientras que en Alemania se superan las ciento cincuenta orquestas. Y donde yo vivo, en toda la zona que rodea Düsseldorf, habrá alrededor de treinta teatros de ópera. Solo por razones cuantitativas, las posibilidades laborales para una director de orquesta allí son muchos más grandes, mientras que en el Estado español son casi inexistentes.

Sin embargo, los alemanes tienen fama de ser muy proteccionistas con su mercado musical.

Efectivamente, son muy protectores de lo suyo, pero eso no significa que allí trabajen exclusivamente los músicos alemanes. Si tú te has formado en Alemania y ellos consideran que han invertido en ti, ten por seguro que te impulsarán y protegerán tu carrera. Otra cosa es que llegues directamente de otro país y pretendas trabajar sin más en Alemania; a no ser que tengas un carrerón, no lo vas a conseguir. Siempre priman los músicos que han estudiado y viven en Alemania.

La vida profesional de los músicos en Alemania se rige por parámetros muy distintos a los nuestros. Aquí, por ejemplo, estamos acostumbrados a que los puestos de director titular y artístico de una orquesta o teatro se elijan en secreto, por una comisión artística. En Alemania, por el contrario, se hace todo por oposición: si aspiras a un puesto como director deberás enviar tu currículum y, si te seleccionan, te invitarán a trabajar con ellos durante unos días. Y, tras ese proceso, son los propios músicos de la orquesta los que votarán por el director que más les ha gustado. En ese aspecto, allí todo es mucho más democrático.

Acaba de ser nombrado titular de las óperas de Krefeld y Mönchengladbach para las próximas dos temporadas. ¿Qué tipo de teatros son y qué funciones va a realizar en ellos?

Se trata de dos teatros que, desde hace más de cien años, tienen la gestión unificada. Es decir, cada teatro tiene personal administrativo y técnico propio, pero la dirección artística es la misma y nos vamos moviendo entre uno y otro. Esto supone una cantidad de trabajo bestial, porque cada teatro tiene una programación diferente, con temporadas de ópera, ballet y conciertos independientes. Entre lo que haré en uno y otro teatro, la próxima temporada tendré que dirigir cinco operas, un ballet, numerosos conciertos sinfónicos, galas de ópera, dos conciertos extraordinarios...

En los últimos años ha dirigido muchos títulos de ópera contemporánea y de autores poco conocidos. ¿Podrá seguir en esa línea en sus nuevos teatros?

En todas partes cuesta hacer repertorio contemporáneo. Como mucho, se programa un título por temporada. Al final, la preocupación de los gerentes porque el público acuda es siempre una gran presión, y es con ellos con quien hay que negociar la programación. La próxima temporada, lo más contemporáneo que haremos es “El cónsul” de Menotti, una ópera fantástica que se debería hacer mucho más a menudo. Pero el peso principal seguirá siendo el Romanticismo italiano y alemán, como en cualquier otro teatro de ópera del mundo.

¿Se siente cómodo descubriendo y dando a conocer partituras nuevas?

Sí, por supuesto, y además lo he hecho muchísimo. Cuando estudiaba en la ESMUC [Escola Superior de Música de Catalunya] era el director de cabecera de los compañeros de composición. También he sido asistente de Titus Engel, un gran especialista en música contemporánea, y he pasado por numerosas producciones de óperas nuevas. Dentro de este terreno, como en todo, te encuentras con lo mejor y con lo peor. Del repertorio histórico han llegado hasta hoy los títulos que han sobrevivido al paso del tiempo, las obras de menor calidad han sido olvidadas; con el repertorio contemporáneo, por el contrario, lo tocamos todo, aún no hay filtros, y puede ser que algunas de las obras sean malas. Por eso hay gente que se queja de que se programen óperas nuevas, pero es algo completamente necesario si se quiere mantener vivo el género. El tiempo dirá qué títulos pasan a la posteridad.

Le hemos visto regresar en algunas ocasiones a Euskal Herria, la última vez para dirigir «Powder her face» en el Arriaga, pero la mayoría de sus compromisos siguen estando fuera. ¿No termina de encontrar su lugar en Euskal Herria?

Este es un tema complicado, es verdad que me cuesta encontrar actuaciones aquí. Siempre he tenido la sensación de que mi carrera en el extranjero ha ido dos pasos por delante que en Euskal Herria. Después del concurso de Tokio me llamaron de Galicia, Granada, Málaga... pero ni la BOS ni la OSE me han invitado a actuar en sus temporadas de abono, aunque sí he trabajado con ellas en conciertos pequeños o pedagógicos. Ahora mismo no tengo ningún compromiso para volver a dirigir aquí, aunque imagino que algo llegará en el futuro. Afortunadamente, en este momento mi carrera ya no depende de que me ayuden en casa.