Jesús Nieto, María José Sagasti y Angel Rincón
GAURKOA

Eliseo y la memoria

Eliseo Larrañegui, a sus 82 años, recordaba y contaba a quien quiso escucharle una historia enterrada en un cogote del término de San Gil de Larraga, la del trágico final del circo de Lodosa, lugar donde fueron asesinadas 15 personas, mujeres y niños, en el mes de julio de 1936, justo antes de la festividad de Santiago matamoros.

Contaba Eliseo: «Era yo mocico, sería hacia 1948, venía buscando nidos en el término de San Gil, y de repente, en un yeco recién arado el día antes, había pues, una parvada de esqueletos, de cráneos grandes y pequeños, y… mucho pelo negro, y me asusté, no dije nada, hasta que, a la noche, cuando fui a casa, le dije a mi padre lo que había visto. Y dijo mi padre: pues esos tienen que ser los del circo de Lodosa, dicen que mataron a bastante gente. ¡Había chavales! Había cráneos grandes y cráneos pequeños. Un circo, pues sería de fuera seguramente».

El padre de Eliseo, que ya había oído hablar del circo masacrado en 1936, estuvo ocho meses preso en el fuerte de San Cristóbal. Era una familia humilde de izquierdas que temía represalias y callaron, como todos, pero no olvidaron. Año tras año, Eliseo volvió a San Gil, a veces solo, a veces con su hermano, y siempre encontró un montón de huesos, hasta que uno del pueblo llenó dos sacos y los llevó al cementerio de Larraga.

Su testimonio supuso un comienzo para ir tirando del hilo de esas muchas memorias que son tesoros únicos, hasta poder contar la historia de un crimen de lesa humanidad impune como tantos otros, cometido contra quince seres humanos, mujeres y niños sin nombre, sin identificación. Su testimonio fue, por tanto, un acto de justicia. Porque la persistente memoria de Eliseo nos ha transmitido el derecho que todos tenemos a saber la verdad, a evitar la manipulación de aquellos que niegan la evidencia y las pruebas.

La memoria de Eliseo, fallecido recientemente, fue, por su claridad, subversiva contra el franquismo por el solo hecho de mantenerse viva. Ha sido también denuncia insobornable frente a la amnesia hipócrita de esta restauración borbónica que nos impusieron, con una transición a la española, cimentada en el «democrático» y traidor olvido pactado entre una derecha franquista prepotente y una izquierda lacaya y sumisa, que se hizo monárquica y cambió de bandera y de principios. Llamaron entonces arteramente «libertad» a la negación de la memoria verdaderamente democrática, nuestro derecho colectivo negado, mientras la moderna izquierda postfranquista cuadrábase firme al escuchar el toque de retreta del gran retrete cuartelero y corrupto que es el engendro borbónico, cuyo padre putativo fue Franco, que va desenmascarándose poco a poco en los juzgados por su carácter depredador de lo público, manteniendo la esencia del señorito hispano.

Todavía hoy la propaganda de los vencedores monopoliza la historia oficial y domina en la sociedad. Incluso sus símbolos campean sin vergüenza. En Navarra se mantiene grotescamente erguido en el centro de Iruña uno de los principales: el monumento a una cripta vacía. Vacía, porque Mola y Sanjurjo fueron desalojados recientemente por el Ayuntamiento, aunque Sanjurjo volviera a ser enterrado con honores por las autoridades militares del Reino de España en Melilla. Parece que el tiempo no pasa cuando conviene recordar a genocidas salvadores de una patria sempiterna instalada en la herencia golpista. Como diría cualquier mafioso, «lo que importa son los negocios y los dividendos». Algunos llaman a este trato entre bribones «recuperación de soberanía y autogobierno» reconvertido en hormigón y gran infraestructura para las grandes familias constructoras de la oligarquía de por aquí cerca.

Pero he aquí que, sorprendentemente, el monumento a los cruzados franquistas de Iruña podría ser maquillado, reciclado, mantenido por iniciativa y empeño de no se sabe bien quién. Según algunos apagafuegos de la memoria, la cuestión no está en tirar o no tirar, sino en proyectar nuevos usos memorialistas, reivindicando una participación ciudadana que no se ha buscado hasta la fecha. La infamia que supone integrar este estafermo franquista en un proyecto memorialista democrático, es el acomodo de algunos a los nuevos tiempos de zozobra que acabará pasando factura.

«La arquitectura es un testigo insobornable de la historia», decía Octavio Paz. Por tanto, no vale el maletín de maquillaje de la señorita Barcina para mantener un símbolo fascista reconvertido en sala de exposición municipal. Nosotras, nosotros, valoramos la trascendencia y seriedad del debate generado sobre el futuro del monumento franquista a los Caídos en el centro de Iruña. Y defendemos que hay que distinguir clara y honestamente entre la necesidad de reivindicar para nuestra memoria democrática edificios destinados a la represión de republicanos, como el Fuerte de San Cristóbal, una de las grandes cárceles de exterminio franquista, y rechazar la ocurrencia de mantener en pie el monumento a la propaganda mendaz, al odio, a la dominación fascista del «Arriba España» falangista o del «Navarra siempre p´alante» requeté.

Este triste panteón cruzado que, como una máscara de akelarre goyesco ha negado siempre la razón, la luz y la memoria de las vidas que truncó, no debería seguir pastoreando la capital navarra. Y no lo queremos a la vista porque, después de 80 años de represión y conveniencia hipócrita, nuestra tierra sigue sembrada de cadáveres, huesos que son exhumados sin que esté presente un juez, aunque sean evidentes las huellas de crímenes todavía impunes: el orificio de una bala en la nuca o en la sien, los huesos destrozados a culatazos, las manos atadas a las del compañero hasta el momento final, los pies descalzos en la tierra arcillosa, el rostro aterrorizado, la boca entreabierta para la eternidad, el sufrimiento atroz desenterrado, el amontonamiento de cuerpos arrojados de cualquier manera… y a esas familias que esperan justicia, sólo se les ofrece sepulcros nuevos.

Son sus huesos la prueba de una humanidad exterminada que luchó por la educación para todos sin privilegios, emancipadora para la clase obrera y jornalera, por la reforma agraria, el derecho al trabajo y a la dignidad del trabajador, la denuncia del explotador y del corrupto, la eliminación de los privilegios de patrones y clérigos, la igualdad y dignidad de la mujer, la importancia de la cultura, el reconocimiento de nacionalidades y libertades, la conciencia de clase como sujeto y motor de la historia, de una historia que tiene la fuerza de transformar la sociedad y nuestras vidas todavía hoy.

Sabemos que un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro, y que esta situación sería la mayor y definitiva derrota, porque cuando olvidas algo desaparece para siempre. Pero gracias a personas como Eliseo, nosotras, nosotros, recuperaremos la memoria prohibida lejos de tétricos monumentos que ensalzaron a criminales, rescatando la palabra transmitida testimonio a testimonio, la misma lucha de ayer y de hoy, de fosa en fosa enraizada como árbol fecundo para el presente y para el futuro de esta tierra, exigiendo justicia, verdad y libertad, recogiendo el testigo de la lucha por la dignidad y la transformación social, porque al fin y al cabo, esa es la historia que nos pertenece.