Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Del cielo al infierno

El cine francés es el más atractivo del mundo. En parte porque es el único capaz de ponernos, en cada una de sus propuestas, en esa angustiosa (pero maravillosa) incertidumbre apriorística de no saber si estamos a punto de ver la mejor o la peor película de la historia. Sin medias tintas que valgan, aquí se ha venido a apostar fuerte. En lo que haga falta. ¿En las neuras de pareja? Sí. ¿En la historia del arte? También.

Para el sprint final, la 70ª edición del Festival de Cannes nos propone una ración doble de cine galo, saldada en un estallido de esquizofrenia colectiva. Al final de la proyección de “L’amant double”, de François Ozon, la sala Debussy estalla en una sonora ovación; con “Rodin”, de Jacques Doillon, los pocos que aguantan en pie profieren insultos hacia el director y cualquier familiar involucrado en la producción. Del cielo al infierno sin movernos de Francia. Recopilemos.

Con su nuevo film, François Ozon sigue confirmándose como uno de los autores más polivalentes del panorama internacional. Poco importa el género con el que se atreva, la seguridad de que va a triunfar es absoluta. “L’amant double” coge una base a lo “Sexo, mentiras y cintas de video”, y después de añadirle unas gotas de paranoia doppelganger, la lleva al drama sicológico, y al terror, y al suspense y, sobre todo, a la comedia. En todas estas facetas, Ozon se luce en la creación de imágenes perturbadoras y en la conjugación de referentes de altura. La lástima es que en este juego de reflejos, llega un momento en que se cae en el narcisismo, y ahí, el producto pierde en sutileza, en ambigüedad... en aquello de darle al espectador su propio espacio. Poco importa, el conjunto sigue provocando, divirtiendo y, ojo al dato, recordando mucho a Almodóvar. Atención al Palmarés.

Como ya se ha dicho, el “Rodin” de Jacques Doillon pareció llegar a Cannes solo para recordarnos la peor cara del cine francés. Esta producción de –supuesto– prestigio es un biopic del legenario escultor Auguste Rodin, interpretado este por un apático Vincent Lindon. Los demás elementos de la película se muestran iguales. La historia avanza de manera cargante, confundiendo constantemente la elipsis con la negligencia; lo apasionante con lo pedante. Lo que viene a ser la configuración perfecta de un ladrillo igualmente perfecto. Un monumento al aburrimiento.

Por último, un breve momento para el cine alemán, el cual tiene en Fatih Akin a su único representante. Así de mal está. “In the Fade” es un simplón y peligroso acercamiento al terrorismo. Es tal la confusión y torpeza con la que Akin trata el tema, que después de ridiculizar (involuntariamente) a víctimas y verdugos, remata la faena con lo que parece ser una defensa a la autoinmolación. Como suena. Asimismo termina el hombre. Y ahí, también. Adivinen dónde.