Ramón SOLA
CON LA MADRE DE IBON IPARRAGIRRE

Ondarroa-Madrid, viaje al epicentro de la inhumanidad carcelaria

Muy a su pesar, pasada la edad de la jubilación Angelita Burgoa se ha convertido en una experta en medicina, en legislación penitenciaria y en conexiones de transporte público para poder llegar de Ondarroa a Alcalá-Meco. Pero sobre todo en la inseparable acompañante de su hijo, Ibon Iparragirre, en una carrera para volver vivo a casa. Una carrera contra el tiempo, la enfermedad y la absurda inhumanidad carcelaria.

Si hay algo que enerva a Angelita Burgoa, ¿a quién no?, es que la médico del Gregorio Marañón le espete: «Señora, es que su hijo se quiere morir». Porque sobre eso ella tiene un diagnóstico claro, y es el mismo de los 300 médicos de Osakidetza que en su informe reflejan que con esos datos analíticos resulta infrecuente seguir vivo: «Es justo lo contrario, ¡mi hijo quiere vivir, tiene muchas ganas de vivir!». Lo clama al cielo en algún punto perdido del páramo castellano, cuando la rotonda de entrada al puerto de Ondarroa en que ha comenzado este viaje ya ha quedado muy atrás.

Minutos después suena su móvil. Es Ibon, desde su habitación con barrotes. La mascarilla que debe llevar en la boca para hablar por teléfono hace más difícil aún la conversación de cinco minutos, pero la madre consigue entender la petición: unas zapatillas y un lápiz. Cosas propias de alguien que, queda claro, quiere vivir.

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«Alta eman eta etxera bidaliz gero etxean egiten da zaindu, baina kartzelan ez dago zaintzarik»

Sobrevive de momento Iparragirre. En su día le dieron una expectativa de vida de entre uno y cinco años. Y sobrevive con una neumonía que ha sobresaltado enormemente a quienes han visto su expediente, pero en absoluto ha sorprendido a Angelita: «Le dije al juez hace tiempo que esto iba a pasar, ¡es que estaba cantado!». Ayer se cumplían ocho días desde que lo llevaron al hospital desde Alcalá-Meco, muy poco tiempo para salir de una situación tan grave. Y sin embargo, perciben que quieren mandarlo a la cárcel cuanto antes, quizás hoy mismo. En los días que pasó en Madrid la pasada semana, la madre de Iparragirre pidió a la médico una resonancia, «porque llevan más de un año sin hacérsela, y esa mancha en la cabeza hay que mirarla». La respuesta fue: «¿Para qué?».

Hay detalles que dejan dudas sobre si quienes tratan el caso son malos profesionales o algo mucho peor. Iparragirre ha solicitado varias veces un especialista que haga seguimiento de sus afecciones cerebrales, que entre cosas lo han dejado medio ciego, pero lo terminan llevando al oculista, cuando su problema no está en los ojos sino en el cerebro. Los resultados de las últimas analíticas se niegan sistemáticamente a la familia. Ni siquiera se les informaba de cuánto pesa. Fue el propio Ibon quien se lo dio a conocer a su hermana Naia y a su madre en la visita de ayer tarde: 60 kilos, catorce menos de lo que es habitual en él

La madre

La agenda mental de Angelita Burgoa está llena. Vuelve a Madrid lógicamente para ver a su hijo, traspasando la puerta de esta habitación hospitalaria que solo se abre de 17.00 a 19.00. Pero también para insistir con los médicos, con el juez de Vigilancia Penitenciaria José Luis Castro (se sabe de memoria la dirección de su despacho) y con todo quien pueda hacer algo por sacar a Ibon de ese corredor. En los últimos años han tocado todas las puertas aquí y allí: el Congreso, Lakua, el Parlamento de Gasteiz, la ONU, la Asociación Médica Mundial…

Uno no sabe si Angelita Burgoa es así por naturaleza o es esta carrera contra el tiempo la que la mantiene en plena forma a los 73 años. Hoy baja a Madrid en coche junto a GARA, pero habitualmente tiene que hacerlo en autobús para ver a Ibon en Alcalá-Meco. Eso supone levantarse poco después de las 5 para coger el primer bus de Ondarroa a Bilbo (a las 6.10), otro de Bilbo a Madrid, un tercero de Madrid a Alcalá, y un taxi final hasta Meco. 40 minutos de visita y vuelta por el mismo circuito. Así que Burgoa no se quita de la cabeza que tras su enfermedad Ibon estuvo en casa con una pulsera telemática y también preso en Basauri. «Si al menos estuviera en el Hospital de Galdakao…», suspira. Tienen claro que el trato médico sería mejor en Euskal Herria, otra cosa es el policial: cuando estuvo ingresado en Basurto la Ertzaintza no permitía a la familia ni tocar al preso, aún no saben por qué.

Sin resultados analíticos que cotejar, buena parte de las cinco horas de viaje a Madrid se consumen en elucubraciones médicas. Todos los movimientos de las últimas horas apuntan a que el Hospital lo quiere devolver a prisión cuanto antes, una perspectiva muy inquietante. Resulta imposible creer que con tan escasas defensas (en el informe de los 300 médicos la cota era de 66 pero ahora no llega a 50) haya superado una neumonía en una semana. La interlocución con el subdirector médico de Alcalá-Meco tampoco ha sido mejor que con la médico del Gregorio Marañón. «‘Ya veo que usted y y no vamos a entendernos’, me dijo –cuenta Angelita Burgoa–. Y yo le contesté ‘¿Y por qué no? Pruebe a escucharme usted a mí y entenderme, igual que yo lo escucho e intento entender a usted’». Los médicos insisten en imponerle un tratamiento de retrovirales que Ibon y su madre destacan que le ha sentado mal siempre. Angelita matiza que sí toma pastillas para la epilepsia, medicación contra las infecciones o tranquilizantes.

Mientras vamos quemando kilómetros, la familia se ha ido movilizando para atender a las peticiones de Ibon. Hoy está en Madrid Naia; Jon Kirru, el hermano pequeño, se ha tenido que volver por la mañana por cuestiones laborales; Gotzon completa el cuarteto de hermanos; y luego están también amigos como Andoni, inasequibles al desaliento.

Y el hijo

¿Y cómo está Ibon? No hay opción de tener una imagen suya. Misteriosamente las cámaras dejan de funcionar al entrar en la habitación, donde parece funcionar algún aparato inhibidor. Así que hay que recurrir a quienes sí lo pueden ver: «Está animado, sí, él tiene ansias de vivir», insisten unos y otros.

Sin embargo, cuando entramos al detalle aparece un problema detrás de otro. Como esa ceguera parcial «de la que nunca se ha quejado», pero que se evidencia en prisión cuando no halla el locutorio donde espera su familia. O como el ataque epiléptico que le sobrevino en la época en que estuvo en casa: es inevitable no pensar qué ocurriría si se repitiera en la cárcel.

Pasadas las 19.00, madre e hija cruzan la puerta del Gregorio Marañón con rictus de preocupación, aunque Angelita recupera enseguida esa entereza tan suya, accede a hacer unas fotos a pleno sol bajo el bochorno madrileño y explica que ha visto a Ibon «nervioso, con miedo de que lo lleven otra vez a la cárcel». Hoy les ha contado algo nuevo; no cree que los tres botes de zumo, yogurt y leche que le dan en la enfermería de Alcalá-Meco contengan el suplemento vitamínico de 4.000 calorías que precisa al día según los médicos.

Acaba un día más, o un día menos según se mire. Angelita ya va pergeñando en su cabeza la agenda del día siguiente: lo primero, tocar otra vez la puerta del juez de Vigilancia Penitenciaria; después, plantarse en la puerta del Gregorio Marañón por si algún furgón policial («seguro que no es en ambulancia») devuelve su hijo a prisión.

 

Sortu llama a manifestarse el domingo en Bilbo

Ante la grave situación que atraviesa Ibon Iparragirre, la dinámica Kalera Kalera ha convocado una manifestación para este domingo en Bilbo. La marcha, que partirá a las 12.30 de la plaza Elíptica, será un llamamiento a que se cumpla la legislación en relación a los presos con enfermedades graves. «La situación a la que se le somete a Ibon Iparragirre es una pena de muerte encubierta que deja claras las intenciones del Estado en el tratamiento que desea otorgar a los presos y presas políticos vascos enfermos», denuncia en un comunicado. Ante ello, interpela a las instituciones vascas para que interceda ante Madrid en esta materia.GARA