Janina PÉREZ ARIAS
Entrevista
WAYNE WANG
DIRECTOR, PRODUCTOR Y ESCRITOR

«En China me ven más bien como a una especie de bastardo»

«Mientras ellas duermen», película basada en el relato homónimo de Javier Marías que llegó la pasada semana a nuestras salas de cine, es el nuevo largometraje del celebrado realizador chino-americano Wayne Wang, quien por contar con el actor de culto Takeshi Kitano en el rol protagónico, no dudó en cambiar Barcelona por Japón.

El mundo de la ciencia perdió a un soldado cuando Wayne Wang (Hong Kong, 1949) decidió abandonar su idea de ser médico para así cambiar el curso de su vida. Tal vez sus padres tuvieran algo de culpa al bautizarlo como el eterno vaquero de “El Álamo y Río Grande”, y siguiendo los designios de su nombre, en la extensa trayectoria artística de Wayne Wang salta a la vista la mezcla de culturas.

Algunos de sus filmes, como “Smoke” (1995), “La caja china” (1997), “La princesa de Nebraska” (2007), “Mil años de oración” (2007) o “Sucedió en Manhattan” (2002), van de lo más independiente al cine comercial, en algunos ha explorado la cultura chino-americana, sin embargo sus historias son diversas, lo cual denota en Wayne Wang a un director interesado por indagar más allá de las obviedades.

Con “Mientras ellas duermen”, filme basado en el relato homónimo del madrileño Javier Marías, el realizador, escritor y productor chino-estadounidense se sumerge en una historia que va de obsesiones, del proceso de envejecimiento y muerte, cuyos protagonistas son un escritor (Hidetoshi Nishijima) en pleno bloqueo creativo, que en un viaje conoce a una misteriosa pareja compuesta por un hombre mayor (Takeshi Kitano) y una joven mujer (Shioli Kutsuna).

Y una vez más Wang se aleja de lo predecible, cambiando el escenario original de Barcelona para situar la historia en la península de Izu en Japón, rodando en un idioma que no domina, enfrentándose a una cultura de códigos enigmáticos, y sometiendo al espectador a la difícil tarea de dilucidar entre lo real y lo ficticio.

Es muy extraño ver una historia de Javier Marías convertida en una película desarrollada en Japón. ¿Cómo fue el trabajo de adaptar ese relato a la cultura japonesa?

Me di cuenta que quería tomar y centrarme en la esencia del trabajo de Javier, pero también que no podía quedarme con todos los detalles de la historia. El relato es en torno a una conversación muy filosófica y extensa entre dos hombres (Sahara y Kenji) a lo largo de una noche. Por otra parte, tenía muy presente la primera exigencia de Takeshi, que a él no le gustan los diálogos (se sonríe), así que tuve que cambiar mucho. Sin embargo, capté la esencia del personaje porque lo que me cautivó la primera vez que leí el relato fue precisamente la obsesión de ese hombre mayor hacia esa jovencita, a quien él percibe inocente y pura, y a la que le graba en video mientras duerme.

¿Cómo llegó Takeshi Kitano a este proyecto?

Soy un gran seguidor de Takeshi, y no solamente de él, sino también de su cine, que es bastante violento, con mucha sangre, y que a veces hasta da miedo; pero también sus películas contienen muchos valores humanos y gran calidad artística. Pensé que para interpretar a ese hombre mayor, Takeshi posee el lado oscuro como también el lado luminoso de ese personaje. Me encanta el aura de misterio de Takeshi, en realidad él es así, pero de ninguna manera es aterrador (se ríe). Posee una cualidad enigmática que traté de captar para Sahara, su personaje.

El otro personaje, Kenji, es autor. Siendo usted también escritor, ¿de alguna manera se vio reflejado en él?

Me gusta mucho observar, ser un voyeur todo el tiempo. De hecho, mi esposa y yo tenemos un juego: cuando vamos a un restaurante y vemos a una pareja o a una persona que nos llame la atención, nos ponemos a construir una historia en torno a ellos. Es un juego bastante creativo e interesante. Todo el tiempo estoy atravesando esa crisis de dilucidar qué es ficción y qué es real, y todos mis guiones siempre pasan por ese mismo proceso. El juego entre realidad y ficción siempre ha estado presente en mi mente y en mi trabajo, y este filme no es la excepción. Más allá de mis películas, la cuestión en torno a qué es real e irreal es una pregunta relevante en nuestros tiempos. En internet hay tanta información que, da igual si se trata de una imagen o un video, siempre te preguntas cuánto de lo que ves es real. Es muy difícil, y la gente está confrontada a esa dicotomía todo el tiempo.

¿Cómo llegan a usted las historias, como el caso del relato de Javier Marías?

Mi esposa (la actriz Cora Miao) lee mucho, así como gente que tengo a mi alrededor, de manera que a través de ellos accedo al material. En este caso fue mi asistente de dirección de un filme que estaba haciendo en China, quien me dio el relato de Marías. A decir verdad, estaba bastante harto en China, y mi asistente me dijo “léete esto”; se trataba de “Mientras ellas duermen”, que había sido publicado en “The New Yorker”, donde por lo general se encuentran cosas bastante interesantes. Ese es uno de los caminos por los cuales tengo acceso al material de mis películas.

¿Cómo fue el proceso creativo de este filme?

Fue muy difícil, pero precisamente me fascinó enfrentarme a las dificultades que sabía que tendría. Tal vez para otras personas eso no sea tan interesante, pero todo el mundo tiene que pasar por eso, porque tratas de entender el sentido de tu vida a medida que te ves envuelto en el desarrollo de una historia.

Para usted, ¿es el proceso creativo un «gran problema» pero a la vez una bendición?

(Se ríe) Quien diga que la creación no implica un “gran problema”, es estúpido (se ríe). Aunque pienses que lo has logrado no es así del todo, la realidad es que te has acercado, ya que ninguna película es perfecta. Sin embargo me siento bendecido de tener la capacidad de poner en marcha un proceso creativo, de estar dentro de la mente de tantos personajes, y de tratar de hacer algo interesante para la audiencia.

Teniendo en cuenta que usted no sabe japonés, ¿cómo fue ceder el control total del director y confiar en otras personas?

En mis inicios siempre quería tener el control total, todo tenía que ser correcto y perfecto, desde los actores, hasta cada escena, cada momento… Estaba obsesionado, me estresaba mucho, y mis películas tal vez eran un poco rígidas. Ahora entiendo que en la realización de un filme trabaja una comunidad, y trato de emplear el talento de cada una de las personas que trabajan conmigo. Entendí que hay que trabajar juntos, que dependes de ellos, y que debes tener confianza. En esta película tuve que confiar en muchas más personas, todos eran japoneses y era muy consciente de que ellos conocen más su cultura que yo. Entonces, me concentré en trabajar con los actores para lograr la autenticidad que quería.

¿Cree que la relación con sus actores ha cambiado a través de sus películas y con el tiempo?

Sí. He trabajado con muchos actores extraordinarios, algunos de ellos hasta han ganado un Óscar, al parecer yo soy el único que no ha ganado ninguno (se ríe). De ellos he aprendido mucho, y sigo aprendiendo y cambiando con cada uno de mis proyectos. Todos ellos son diferentes, desde Harvey Keitel a Susan Sarandon, William Hurt o Jeremy Irons…. Uno de mis propósitos como director es no imponer mi visión, lo que hago es intentar de que se pongan de manifiesto las cualidades interesantes de los actores, con la finalidad de enriquecer la película.

Siendo originario de Hong Kong, ¿cómo ha cambiado su imaginario, su percepción cada vez que se enfrenta a un proyecto?

Es diferente cada vez, y eso es lo que más disfruto. Me gusta mucho el reto de estar en una nueva cultura, en un entorno diverso, con personas nuevas. No es fácil, pero soy como una especie de camaleón, y no me cuesta nada introducirme en ese nuevo ambiente para estudiarlo y trabajar con él.

¿Cómo se percibe su trabajo en China?

Soy chino, pero cuando voy a China la gente piensa que no lo soy. En China me ven más bien como a una especie de bastardo. Se ríen de mi cuando hablo en chino, a pesar de que no me expreso mal. Se ríen de lo que soy, y hasta piensan que mis películas no son chinas. Vale, ¡que se jodan! (se ríe).

Hacia finales de los 60, usted llegó a Nueva York siendo un adolescente. ¿Cuáles fueron sus primeras impresiones?

Recuerdo que estaba bastante asustado (se ríe), porque cuando venía del aeropuerto y salí del metro en plena ciudad, presencié un robo a mano armada con pistolas de verdad. Aquella fue una época muy mala en Nueva York, y me pregunté, en medio de mi miedo, qué estaba haciendo yo allí (se sonríe). Recuerdo que hacía mucho calor, y estaba alojado en un apartamento con dos amigos en la denominada black zone. Un día se metieron en nuestra casa para robar, y cuando regresamos estaban todas nuestras cosas por el suelo; me sentí personalmente atacado al ver que hasta mis diarios estaban tirados, porque habían violado mis pertenencias. Así que al principio, Nueva York para mí fue una experiencia bastante aterradora.

¿Cómo logró hacer suya esa ciudad tan hostil?

Tengo que decir que cuando rodé “Smoke” empecé a vivir en Brooklyn. Tenía un apartamento muy barato en un edificio con muchos artistas. Vivía como un neoyorkino, o más bien como un neoyorkino de los de antes, porque en la actualidad es muy diferente. Paul [Auster, autor de “Smoke”] fue quien literalmente me llevó por todos los rincones de Brooklyn, contándome historias interesantes acerca de esos lugares. De manera que puedo decir que me convertí en neoyorkino a través de las películas que hice. Y eso también lo experimento con otros países, por ejemplo con Japón, adonde voy con mucha frecuencia y me quedo durante una larga temporada. De modo que me convierto en ciudadano de esos lugares, y eso es lo que más disfruto.

No solamente Nueva York ha cambiado, sino también Hong Kong. ¿Qué siente al ver las transformaciones de esas ciudades?

Lo que siento es una profunda depresión (se sonríe). Mi esposa siempre me dice que debo mirar hacia adelante, porque siempre va a haber cambios. Tampoco quiero ser como mis padres, que se pasaban el día quejándose de todos los cambios que veían. Trato de aceptar esas transformaciones y, sin embargo, mi actitud es muy escéptica y cínica hacia el futuro. Si miras el mundo actual, lo mal que va la economía, los cambios climáticos, el odio entre las personas… No lo sé, pero si tuviera hijos, mi preocupación sería aún más fuerte. Sin embargo, trato de ser feliz.

¿Cómo se logra ese estado de felicidad?

Tengo una influencia de la cultura budista, la cual dice que si te despiertas cada mañana, no estás enfermo y puedes levantarte de la cama para hacer cosas, te puedes considerar bienaventurado; entonces, tienes que salir y hacer algo beneficioso para otro, no para ti mismo. Me gusta esa filosofía positiva, de otro modo, creo que ya no viviría, o me mataría a golpes como hacen muchas personas.