Fede de los Ríos
JO PUNTUA

De liturgias antropofágicas

Hace ya algunos años, en estas mismas páginas, recogí la sospecha más que fundada de que, al carecer de gluten en deferencia a los celíacos, las nuevas hostias pudieran envolver una menor porción de Dios, para lo cual, este su humilde servidor, proponía que se comulgara varias rondas para así lograr la alícuota parte del cuerpo del hijo de María y el pobre José. Lo avisé… «Ja-ja, ja-ja, ja-ja, no digas bobadas», por toda respuesta.

Hace tan solo unos pocos días la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a petición de Jorge Mario Bergoglio, ha enviado una carta circular a los obispos sobre el pan y el vino para la Eucaristía, en la que recuerda que «las hostias sin gluten son materia inválida para la Eucaristía».

¿Y ahora qué? ¡Eh, listos de los cojones! Pensándose antropófagos del tal Jesús, en realidad lo que ingerían tenía menos sustancia que las tortitas de arroz inflao.

Por el nulo celo de obispos y curas pusilánimes, esos nada partidarios de los mayores de edad, hay en este momento decenas y decenas de miles de almas, condenadas unas al fuego eterno y otras, como a media pensión en el Purgatorio, al no haber muerto en estado de gracia por una comunión como Dios manda.

¿Acaso no hubiera sido mejor sacrificar el malestar de unos cuantos celíacos de mierda en beneficio de la totalidad del género humano católico? Lo decía mi abuela, por la caridad entra la peste.

La circular recuerda también que «el vino que se utiliza en la celebración del santo Sacrificio eucarístico debe ser natural, del fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas» De lo cual inferimos que ni kalimotxos, zurracapotes o tintos de verano propiciarían la transustanciación en sangre del crucificado, por más que el oficiante menee el cáliz de norte a sur y de este a oeste.

Así que lo dicho, para comerse a Jesús hace falta pan-pan y vino-vino. On egin, gastronomaris