gara, donostia
EDITORIALA

«Si todo siguiese igual…» no parece un lema muy realista

A modo de cierre del curso, esta semana el PNV se ha retratado dos días seguidos con sus actuales aliados políticos. Primero en Madrid, de la mano del ministro Cristobal Montoro, en la firma del pacto con el Gobierno del PP sobre el Cupo. Después en Lehendakaritza, en la reunión con el revalidado líder del PSOE, Pedro Sánchez, y con su socia de Gobierno, Idoia Mendia. Antes de nada hay que recordar que son la cuarta y la quinta fuerza, la última y la penúltima, en el Parlamento de Gasteiz. En todo caso esas dos fotografías buscaban transmitir normalidad y estabilidad, pese a que la elección del extraño sofá en el que se posaba Andoni Ortuzar daba una imagen un tanto estrafalaria a la escena del lehendakari con el propio Ortuzar, Mendia y Sánchez.

Con salvar los muebles no basta

Más allá del mobiliario, el escenario detrás de estas reuniones no ha sido acorde con el relato general del momento político que realizan los jelkides. En Euskal Herria, la concatenación de noticias desastrosas sobre la crisis industrial –con Edesa, Grupo CEL y Xey en estado crítico–, ponía en aprietos a la consejera más activa y aparentemente eficaz del Gobierno de Lakua, Arantxa Tapia. La presentación de la misma política industrial con otro formato más solemne no lograba contrarrestar la evidencia de que Lakua había minimizado o minusvalorado la dimensión de los problemas de esas empresas, o el hecho de que detrás de algunas de las quiebras más sonadas de la industria vasca está una descapitalización en empresas participadas y el abandono por parte de quienes han recibido ayudas públicas como parte precisamente de esa política industrial.

Patrimonializar el éxito en términos tan particulares y partidistas tiene el hándicap de que cuando la cosa se tuerce también se aparece como responsable principal del fracaso. Es evidente que la «recuperación económica» no tiene asociadas las consecuencias respecto a empleo, redistribución de la riqueza, consumo y estabilidad que tenía en ciclos anteriores. Además, el PNV se muestra obsesionado con ELA porque piensa que esa asociación de ideas daña a la izquierda abertzale, pero su antisindicalismo está abriendo la puerta a la peor versión del lobby empresarial, que para colmo no representa en modo alguno la realidad del tejido socioeconómico vasco. Las cooperativas también deberían analizar hacia qué escenario se les está empujando. Los sindicatos ya están reflexionando sobre el ciclo que se abre. Lo evidente es que las recetas tradicionales no sirven.

En el Estado español, la imagen de la Guardia Civil a las puertas de la Generalitat y entrando en el Parlament con la excusa de la corrupción sonaba a matonismo pueril. El primer precio por los acuerdos logrados por los jelkides en Madrid es que el PP ponga a Urkullu como ejemplo frente a Puigdemont. Es triste ser el palo con el que Rajoy azota a los catalanes. Respecto al referéndum, Rajoy no tiene más estrategia que el «pensamiento mágico» –«no puede pasar porque yo no quiero que pase»–, la tradicional antinsurgencia aplicada a los vascos –para eso era la Policía Política–, y un escenario post «a la griega» –asfixia y aislamiento para torcer la voluntad democrática de un pueblo–. Mientras tanto, desde Barcelona, Ibarretxe recordaba la doctrina del lehendakari Agirre: «a Catalunya siempre sí».

El suicidio del banquero Miguel Blesa en una finca, la emisión del documental “Las cloacas de Interior” y el debate parlamentario sobre esa Policía Política que dirigía el anterior ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, o la detención de Ángel María Villar y su clan, todo en la misma semana, dotan a ese estado de descomposición de una atmósfera cinematográfica. Es difícil definir cuál es el papel del PNV en esta película sin atender a cuál puede ser el desenlace.

Ambiente cinematográfico y realidad política

Sea cual sea el escenario tras el 1 de octubre, es difícil sostener que será una simple continuación del actual. Ni siquiera si los independentistas pierden en las urnas. Los pactos del PNV con PP y PSOE siguen el esquema de legislatura tradicional, la idea de poner «huevos en más de una cesta», el foco en Madrid, la tradición del «business as usual» y el dogma del realismo político.

Es innegable su capacidad para rentabilizar este escenario, pero no parece contemplar otros. Quien acierte a definirlos tendrá una ventaja que ahora parece irreal.