Anjel Ordóñez
Periodista
JO PUNTUA

Kepa lepoan

La venganza es una afilada herramienta de control ideológico que los estados totalitarios han desarrollado con una minuciosidad exquisita. Todo escrúpulo, no ya de índole legal, sino también ética o moral, queda profundamente sepultado en el lodo más infecto cuando se trata de doblegar al disidente y extender el miedo en sociedades insumisas, con el objeto de extirpar de raíz cualquier aspiración legítima contraria al interés impuesto por la fuerza. Una práctica que alcanza, a menudo, extremos inhumanos.

Así, cuando la crueldad límite de los métodos de la represión no funciona en personas con una determinación y compromiso que superan las barreras de la propia muerte, cuando no basta con encerrarlos para cumplir penas cuya duración vulnera sin rubor normas penitenciarias internacionalmente aceptadas, cuando no logran doblegarlos mediante la violencia física y mental en sus exigencias de humillación, entonces, las cloacas de la cobardía fijan el punto de mira en sus familias. Y se ceban con ellas. Una suerte de sadismo institucional que hunde sus raíces en el precepto maquiavélico de que el fin justifica los medios.

Hace hoy una semana moría de un paro cardiaco el preso político Kepa del Hoyo. Dejó su vida entre los barrotes de una celda en Badajoz, a más de 700 kilómetros de su casa, de su mujer, de su hijo, de su familia. Víctima mortal de la dispersión, política injustificable y desalmada, de consecuencias fatales. Y cuando su corazón se paró para siempre, tembló de rabia el pulso de un pueblo que nunca se acostumbrará al sufrimiento. El que espera a Maite, a Peru, a toda su familia y amigos por la pérdida irreparable, y al que responderá Euskal Herria sin desaliento y con ánimos renovados por alcanzar, en paz, la libertad que precisamente le niegan quienes de forma miserable han provocado la muerte de Kepa.

Hoy, las palabras fracasan en su esfuerzo por bucear en las profundidades del sentimiento, del dolor. Solo alcanzo a decir que para quienes le conocimos, su huella humana será para siempre imborrable. Y toca ahora llorar, pero también trabajar sin descanso para que la muerte de Kepa sea la última.