Daniel GALVALIZZI
PRIMARIAS EN ARGENTINA

Macri tiene tantas razones para el optimismo como para la cautela

Cambiemos fue la fuerza más votada en la elección del domingo pasado, cosechando el 34% de los votos, en parte por la división del peronismo y por los primeros signos de mejora en la economía. Pero el resultado también muestra el poco margen que tiene el Gobierno para considerar el triunfo como un cheque en blanco.

Contra todos los pronósticos, la alianza liberal-socialdemócrata que gobierna Argentina desde hace 19 meses obtuvo casi ocho millones de votos en las primarias para renovar la Cámara de Diputados y el Senado. Los sondeos auguraban una noche algo peor, con éxitos solamente en la zona centro del país y una derrota digna en la gigantesca provincia de Buenos Aires. Allí se avizoraba un triunfo escueto de la ex presidenta Cristina Fernández, que competía para senadora. Pero no fue así.

Los encuestadores se sumaron a la tendencia global y fracasaron en prevenir que Cambiemos terminaría ganando en 11 de las 24 provincias, incluyendo cuatro de las cinco más pobladas. Es la mayor cantidad de provincias ganadas para una fuerza no peronista desde 1999.

Pero sin duda, la sorpresa fue Buenos Aires, en donde la jefatura de campaña de Cambiemos dejaba trascender que se conformaba con una derrota por dos puntos porcentuales ante la ex presidenta, pensando que era un resultado que remontarían fácilmente en las generales de octubre (cuyos resultados sí cambiarán la configuración del Parlamento), apostando a la polarización con el kirchnerismo.

Finalmente, y por la insólita suma de apenas 7.000 votos, el candidato a senador Esteban Bullrich (Cambiemos) superó lacónicamente a Fernández, aunque técnicamente empataron en torno al 34% (en la papeleta para diputados la lista kirchnerista perdió por 2,2%). La expectativa previa de derrota hizo sentir un empate como una victoria exigua, que dejó al kirchnerismo con el peor resultado en su bastión desde 2009.

Bocanada de oxígeno

El día después, la Casa Rosada comenzó con la aritmética legislativa y, de repetirse este resultado en las generales, incrementaría su bloque de diputados en 19 escaños, sumando 115, aunque quedando lejos de la mayoría absoluta (129). En el Senado sólo incorporaría tres escaños.

El aliento de las urnas, que tampoco fue arrasador (como es costumbre en este país para las elecciones de medio término, menos proclives a favorecer al partido de gobierno), resulta un viento de aire fresco para un Ejecutivo que recién a mediados de este año comienza a exhibir buenas noticias en materia macroeconómica, con crecimiento tibio, descenso de la inflación (que persiste en 1,7% mensual y lleva 13,8% acumulado en lo que va del año) y una gradual creación de empleo privado.

Pero las cifras positivas –«brotes verdes»– llegan luego de un 2016 de performance calamitosa, en el que aumentó el paro, cayó 5% el poder adquisitivo de los trabajadores y la economía decreció 2,3%, en el marco del ajuste emprendido por Macri apenas asumido el Gobierno.

«Después de haber tomado medidas impopulares y con la economía apenas recién creciendo, lo consideramos un resultado más que positivo», dijo a GARA un funcionario de la Casa Rosada con despacho cercano al del presidente.

Pero el otro gran factor que arrimó el triunfo a Cambiemos fue la división del peronismo, que, sólo por citar un ejemplo, en Buenos Aires fue fragmentado en tres opciones. Paradójicamente, por decisión de Cristina Fernández, quien no quiso competir en la primaria con su ex ministro, Florencio Randazzo, y prefirió conformar una alianza por separado, basada en un variopinto político que va desde la izquierda a la derecha, pasando por los cuestionados alcaldes de los suburbios de Capital Federal hasta algunos artistas progresistas y dirigentes sindicales.

El kirchnerismo que no quiere discutir el liderazgo de la ex presidenta se presentó con papeletas separadas a las del PJ en varias provincias, dividiendo más el voto opositor y permitiendo que el triunfo de Cambiemos sea más accesible, lo que lleva a pensar a muchos lo mismo que en 2015: Fernández prefiere polarizar con Macri aunque la estrategia termine ayudándolo para evitar el surgimiento de una figura alternativa que dispute su liderazgo dentro del peronismo.

Nada de sobra

Más allá de la buena coyuntura, Macri tiene poco espacio para exagerar la celebración. Que Cambiemos haya sido la fuerza más votada no deja de significar que casi dos de cada tres votantes prefirieron partidos opositores, incluido el kirchnerismo, a pesar de la lluvia de procesamientos judiciales por corrupción y delitos contra el patrimonio público que sufren Fernández y sus ex ministros.

Si bien la proyección para octubre es de ensanchar algunas victorias, el partido de gobierno está obligado a redoblar esfuerzos para asegurar el triunfo en Buenos Aires e intentar ganar en los que quedó cerca de hacerlo. «Cada voto extra es un legislador más», repiten como un mantra las principales figuras de Cambiemos, en su intento de concienciar a su electorado de que está en juego seguir o no seguir siendo un rehén de la oposición ante cada ley. A su vez, sus críticos buscan lo contrario: alertar de que una bancada mayor a favor de Macri puede abrir la puerta a reformas liberales y la flexibilización laboral.

Clases populares

Tampoco Cambiemos deja pasar el dato objetivo de rechazo de sectores de clase baja hacia su Gobierno. Cristina Fernández perdió fuerza pero mantiene peso gracias a los sectores bajos y medio-bajos que se agolpan en los suburbios del oeste y del sur de la Capital Federal. Sus tres millones de votos son una exhibición de lo impenetrable que es para el Gobierno esa porción del electorado, incluso a pesar de la popular gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, la mujer con mayor imagen positiva del país y que se puso la campaña de Cambiemos al hombro.

La economía, aunque haya mejorado, es otro factor que no da razones para el regocijo. Recién se está alcanzando el nivel de empleados que había a fines de 2015 y el aumento de precios en los alimentos básicos –que más afectan a los sectores populares– hace que alimentar a una familia sea más caro en Buenos Aires que en Nueva York. El déficit fiscal que fogonea la inflación persiste por una suerte de primavera keynesiana que permitió Macri apuntalar a Cambiemos en las elecciones, aunque se especula con nuevas medidas de ajuste tras octubre.

Aún faltan ocho semanas para las generales y en la volátil Argentina eso puede significar un siglo. Macri disfruta su momento pero la realidad le recuerda que no tiene nada de sobra.