Víctor ESQUIROL
«Love Me Not»

Sangre facilísima

En 2009, la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes vivió un terremoto histórico. Su centro sísmico se registró en Grecia, ruina al borde del colapso que, eso sí, se convertiría en una de las nuevas cunas del cine de autor. La razón la hallamos en Yorgos Lanthimos, genial director y guionista al que se le ocurrió la brillante idea de presentar “Canino”, oscura fábula sobre el encierro, la educación, la autoridad, la emancipación y, ya puestos, el lenguaje. Dicho cóctel trascendió más allá de las fronteras del cine de género, ese pequeño templo donde fue concebido.

Las secuelas de aquel momento son todavía palpables. A lo mejor el fenómeno ha perdido intensidad, pero es indudable que desde aquel momento, los grandes certámenes cinematográficos andan algo desesperados por captar, antes que los demás, las réplicas de aquella sacudida. Así las cosas, casi una década después, seguimos buscando “la nueva Canino”. Y seguimos sin encontrarla, claro, de modo que nos conformamos con lo que hay, es decir, con esos gestos, esas poses y ese tono que nos remiten a aquel hallazgo. Con poco o nada, vaya.

En estas que Zinemaldia invoca a Alexandros Avranas, uno de esos muchos cineastas a rebufo de Lanthimos. “Love Me Not” es una película que sobre todo se ve con angustia. No por el carácter tremendista de su historia, sino por lo evidente que se hace su fracaso. La historia nos presenta a una pareja sobrada de –sucio– dinero, que decide alquilar el útero fértil de una adolescente. Nosotros, sospechamos. Porque somos unos desconfiados y porque conocemos los antecedentes del sospechoso (véase “Miss Violence”, durísima prospección en las cloacas del alma humana). Efectivamente, a los cinco minutos la trama ya se ha enmarañado. Sin punto de retorno a la vista.

Cuando nos damos cuenta, la cosa apesta a thriller de los Coen... pero sin puñetera gracia. Los líos y conflictos de intereses planteados por Avranas responden a una única motivación: revolcarse en lo más bajo; en esas pulsiones que convierten a la persona en sanguinario animal. La película, se transforma igual.

Con esa filia tan griega (y tan de manual) por los ángulos rectos, se nos muestra el plano frontal y lateral de la bestia, haciéndose siempre gala de un gusto malsano por la perversidad. A ratos, da la sensación de que el guion se ha escrito con el único criterio del ‘copia + pega’ a partir del código penal. Robos, secuestros, agresiones, violaciones, asesinatos, torturas... Caben todos los crímenes habidos y por haber. No porque tengan sentido en la historia narrada, sino por desesperación. Hay que conmocionar al espectador. Como sea. ¿A través de la sobredosis gratuita? Vale, por qué no. El director se erige así en suerte de dios antiguo, cruel y pornográfico: mirando a sus personajes con desprecio; castigándoles sin remordimiento alguno. Cebándose igualmente con la audiencia. Por puro sadismo. Y seguimos buscando. Lanthimos sugería; otros se limitan a machacar. No dan para más.