Irati Jimenez
Escritora
JO PUNTUA

Artistas

En un momento de terrible realidad política, mi instinto evasivo ha decidido ponerse a pensar en lo más me molesta cuando se habla del arte. Como se suele decir, son todas las que están pero, seguramente, no están todas las que son.

Para empezar, odio la idea de que si una obra de arte es buena debería ser difícil de comprender. Me irrita la antipedagogía del arte y del periodismo cultural. Una obra puede ser compleja, por supuesto, pero si es interesante, no lo será por eso y su interés debe poder explicarse. Si lo popular es vulgar, ¿por qué millones de personas se emocionan todavía con el David de Miguel Ángel? Ni qué decir que odio la idea de que lo desconocido resulta mejor. Déjame adivinar, ¿te gustó más la maqueta que el último disco, verdad?

Tampoco comparto la idolatría por el amateurismo o por la improvisación. Como en todos los oficios, los artistas suelen dar lo mejor de sí por fruto del estudio, del esfuerzo y del trabajo. ¿Y quién, por cierto, ha dicho que solamente hay artistas en «las artes»? Lo artístico, como posibilidad sublime, existe en todas las actividades humanas. Y, desde luego, en todos los oficios.

También llevo mal la misoginia del artisteo. La escultura es un arte a pesar de los millones de perritos de porcelana que hay en el mundo y la moda es menos artística… ¿por qué? Me opongo, en general, a despreciar y, en particular, a despreciar a la gente, que es lo que hacemos cuando afirmamos que si algo es popular no es bueno, o que el artista, para ser excelente, tiene que «defender su independencia».

Además, y ya que estamos, querría disculparme por los escritores que se suelen quejar de su soledad. Tan distinta de la del contable, por motivos que desconozco.

También expresar mi más firme repulsa a la expresión «el séptimo arte». Y, por último, mi disposición a cambiar de opinión en todo. Menos en esto: Odio la idea de que, para ser bueno, el arte tiene que ser serio. Y que para ser serio, tiene que ser aburrido.