Pablo L. OROSA

Uhuru Kenyatta, un líder sin legitimidad para Kenia

Con un apoyo del 98,2%, Uhuru Kenyatta ha sido reelegido presidente de Kenia tras los comicios del pasado jueves, un resultado que no esconde la profunda división del país. En 25 distritos electorales las votaciones no se celebraron por las protestas opositoras.

Aunque el boicot electoral impulsado por la oposición logró reducir la participación en 40 puntos respecto a los comicios de agosto, anulados por irregularidades, la Comisión Electoral (IEBC, por sus siglas en inglés) ha dado validez a unas votaciones que otorgan la reelección al líder de la mayoría kikuyo, Uhuru Kenyatta, con un apoyo del 98,2%.

Pese a que 1,8 millones de electores registrados de cuatro condados del oeste no pudo votar por los violentos enfrentamientos entre partidarios de NASA y la policía, el máximo responsable de la Comisión Electoral, Wafula Chebukati, aseguró que las elecciones han sido «creíbles», lo que no ha hecho más que alimentar el resentimiento de la oposición.

«¿Qué elecciones? En Kenia no hemos tenido elecciones. Esto es una farsa», se quejaba un joven empresario horas antes de que se conociese el resultado. A diferencia de los comicios de agosto, cuando todo el país esperaba expectante la resolución de unos comicios teñidos de sangre desde las primarias de primavera, ayer las calles del país volvían a bullir ajenas a la decisión de la Comisión.

Todos sabían de antemano lo que iba a ocurrir. Por unas horas, el país volvió a recuperar la normalidad: los comercios, muchos cerrados durante los días siguientes a las elecciones, abrían de nuevos sus puertas a la espera de recuperar el negocio perdido: por primera vez desde 2012, la economía keniata, principal motor regional, crecerá este año por debajo del 5%.

Es la realidad económica, la creciente inflación y la consecuente dificultad de muchas familias para hacer frente a la cesta de la compra, lo que realmente marca el pulso de la calle. La boyante clase media keniata, la que tira del consumo interno, la que llena los hoteles de Mombassa cuando los turistas extranjeros abandonan el país, ha sido la principal afectada por esta crisis política y la que exige una salida negociada que saque al país de la parálisis.

Lo cierto es que Kenia lleva en stand-by desde abril. Las exigencias tribales se han traducido en muertos, mas sobre todo en incertidumbre: el curso universitario ha quedado inconcluso y muchas inversiones han sido paralizadas. Durante este tiempo, «lo miramos después de las elecciones» ha sido la frase más repetida. «Incluso cuando querías invitar a cenar a una chica te decía que después de las elecciones», bromeaba un joven el pasado fin de semana.

Llamamiento a la desobediencia civil

Pese al hartazgo social, a primera hora de la tarde, cuando Chebukati tomó la palabra el país entero volvía a estar pendiente de sus palabras. Los partidarios de Kenyatta jaleaban cada uno de los resultados, mientras sus detractores se preguntaban cómo es posible validar unos comicios en los que cuatro condados del país, Migori, Siaya, Kisumu y Homa Bay, bastiones de la oposición, no pudieron votar. La mayoría aplastante lograda de Kenyatta en el resto del país, respondió Chebukati, haría invariable el resultado. Incluso aunque ese 1,8 millón de electores apoyase a la oposición.

Lo cierto es que la credibilidad de los comicios está más que entredicho: no ha habido tiempo para solventar las irregularidades que llevaron al Tribunal Supremo a anular los resultados de agosto y con una participación que apenas alcanzó el 38% la legitimidad del nuevo presidente es inexistente. Odinga ha reiterado que las votaciones del pasado jueves han sido una «farsa» y ha llamado a sus fieles a la desobediencia civil.

En su primer discurso tras ser reelegido como jefe de Estado, Kenyatta ha apelado a la paz: «Vuestro vecino seguirá siendo vuestro vecino a pesar del resultado de las elecciones».

Pero en los feudos de la oposición, en las barriadas paupérrimas de Nairobi y en las ciudades del oeste del país, la palabra del presidente no tiene validez. «Cómo la va tener si compran a la gente para votar por 2.000 chelines (16,6 euros)», aseguraba a este periodista una mujer en un slum de Mombassa días antes de los comicios.

Allí están esperando a que Odinga anuncie su estrategia a seguir: un día antes de las elecciones prometió tener un plan para celebrar comicios «justos» en 90 días. ¿Cuál será ese plan?

Algunas voces apuntan a que podría volver a impugnar el resultado, otras que volverá a agitar la bandera de la secesión. Lo que el mundo teme es, como en diciembre de 2007, cuando la oposición ya liderada por Odinga no reconoció el resultado, vuelvan a ser las calles el escenario de su reclamaciones.

Desde el pasado jueves han muerto ya más de una decena de personas en los enfrentamientos. Hasta 70 según la oposición.

La comunidad internacional, cuya ascendencia ha quedado en entredicho después de que validasen los resultados de las elecciones de agosto que finalmente tuvieron que ser anulados, ha implorado a los dos líderes a que negocien.

Nadie quiere que el de este año vuelva a ser un invierno sangriento. Como el de 2008 que dejó más de 1.300 muertos. Por el momento, el país contiene el aliento a la espera de que Odinga revele su plan.