Mikel ZUBIMENDI
DonostiA
ZIENTZIA

Pérdida de biomasa de los insectos voladores, nueva alarma ecológica

Un reciente estudio de investigadores holandeses, británicos y alemanes sobre la biomasa de insectos voladores en reservas naturales de Alemania ha arrojado datos sobrecogedores: en los últimos 27 años se ha perdido más de un 75% de la misma. Las derivadas de este declive son alarmantes, de profundo impacto para la sociedad humana.

Los científicos han quedado estupefactos y profundamente preocupados. A la vuelta de la esquina vislumbran, quizá, la mayor amenaza existencial jamás conocida. La estructura de nuestro ecosistema estaría expuesta a un colapso inminente. Hablamos de los insectos, y cuando hablamos de ellos, tratamos de cosas serias y de problemas fatales.

Un reciente estudio publicado en la revista “Plos One” por un equipo de investigadores de Holanda, Gran Bretaña y Alemania ha confirmado la drástica disminución de la población de insectos voladores en Alemania. Según los datos de la investigación que ha utilizado protocolos científicos cuidadosamente controlados, en concreto trampas Malaise –que toman su nombre del entomólogo sueco René Malaise, que desarrolló su diseño básico en la década de 1930–, de uso común en las investigaciones de campo, en los últimos 27 años se ha perdido más del 75% de la biomasa de insectos voladores. Poca broma.

Ni una sola, ni claras causas

Los lugares de estudio estaban aislados dentro de 63 reservas naturales, donde más del 90% del área circundante se usa para la agricultura convencional. Y teniendo en cuenta que el objeto de la investigación era el cálculo de la biomasa, el total de peso, y no esta o aquella especie en concreto, perder 3/4 partes de la misma resulta un descubrimiento ciertamente alarmante. Aunque la diversidad y abundancia de las plantas mejoraban en las reservas, el número de insectos seguía decreciendo. Y sin olvidar que estos constituyen dos tercios de toda la vida en el planeta.

Las evidencias anecdóticas y la conversación popular también confirman la historia: quién no se ha dado cuenta, conduciendo por los campos de Euskal Herria, que antes a menudo el coche chocaba contra multitud de insectos, aplastando a muchos de ellos en el parabrisas o empotrándolos en la parrilla delantera, y que ahora apenas se ve nada parecido. O cómo nuestros chiquillos ya no se divierten cogiendo de noche luciérnagas en los prados y huertos traseros.

Los científicos, no obstante, desconocen las causas específicas de este alarmante declive. El debate está abierto. Las causas no están claras, ni parece que sea una sola. Y especulan con la destrucción de las áreas salvajes, con que el cambio climático pueda jugar un papel, o que simplemente no haya comida para los insectos, sobre que es consecuencia de exponerlos a pesticidas químicos o, quizá, de la combinación de ambos; es decir, que haya demasiada poca comida y demasiado pesticida.

Antes de llegar a conclusiones definitivas, se necesitan nuevos estudios que corroboren estos descubrimientos y analicen el tema de manera más detallada. Y es que no estamos hablando de un experimento, sino de una observación de un declive masivo. Los datos son abrumadores, pero entender las causas y cómo hacerles frente es ya más difícil.

Hasta ahora se sabía del declive de ciertas especies de mariposas, de abejas de la miel o de luciérnagas. Pero la escala de lo que el estudio revela es impresionante. Por poner un ejemplo, en el año 1989 las trampas colocadas en una reserva recolectaron 17.291 moscas cernidoras (o moscas de las flores) de 143 especies diferentes, mientras que en 2014, en los mismos lugares, se encontraron solo 2.737 moscas cernidoras de 104 especies. Y estas moscas, a menudo confundidas con abejas y avispas, cumplen una función polinizadora de primer orden.

Diferentes entomólogos y científicos han encendido las alarmas y hablan ya sobre un supuesto «Armagedón ecológico» con un impacto profundo para la sociedad humana, sobre un espectro de destrucción que podría silenciar las voces de la primavera.

Sin insectos no hay ecosistema

Si el total de la biomasa de insectos voladores esta decayendo a estos niveles en Alemania –un 6% al año–, en un país con estándares de conservación reforzados, y encima en sus reservas naturales, todo ello indica que un proceso de extinción en masa está ya en marcha.

Y si a ese factor se le suman el calentamiento global, que las praderas ricas en flores (hábitat natural de muchos insectos) han desaparecido más de un 90% desde mediados del siglo XX mientras que los pesticidas industriales literalmente cubren la Tierra, que las selvas tropicales misteriosamente emiten CO2, que la nieve del Everest no cumple los estándares internacionales aplicados al agua potable o que la producción de oxígeno de los océanos está decayendo, entonces, algo grave, muy grave, está ocurriendo delante de nuestros ojos.

Los insectos tienen una función ecológica muy importante, juegan un papel central en varios procesos. Son parte integral de la vida en la Tierra como polinizadores (se estima que un 80% de las plantas salvajes dependen de ellos, y también muchos cultivos), descomponen la materia, oxigenan la tierra, controlan plagas, son la base alimentaria para otros niveles superiores de la cadena trófica como las aves (un 60% dependen de los insectos, y se ha constatado un declive pronunciado en las poblaciones que se alimentan de insectos voladores como el vencejo, la alondra y la golondrina), los anfibios y los mamíferos. En otras palabras, sin insectos no hay ecosistema, lo perdemos todo.