Dabid LAZKANOITURBURU
CRISIS POR LA HEGEMONÍA REGIONAL EN ORIENTE MEDIO

El auge de Irán desata la ira del león herido saudí

La dimisión por control remoto del primer ministro libanés, Saad Hariri, es el último capítulo de la pugna, con sus guerras por delegación y movimientos geopolíticos, entre Ryad y Teherán. Arabia Saudí, liderada por Mohamed bin Salman, reacciona como un león herido ante las victorias diplomáticas y militares de Irán.

Saad Hariri,primer ministro suní de Líbano, dimitió nada más llegar a Ryad, lo que desató todo tipo de especulaciones sobre el impulso de una decisión que supondría un durísimo golpe a la estabilidad del País de los Cedros, en el que el poder y su arquitectura institucional se sostiene sobre un frágil equilibrio según criterios sectarios –la Presidencia del país recae en un cristiano maronita y la Presidencia del Parlamento en un chií–.

Líbano ha sido siempre el eslabón más débil de Oriente Medio, ya que concentra, como en un microcosmos, todas las crisis y, por tanto, todas las pugnas, que asolan a la región.. No es por tanto extraño que el país pueda reconvertirse, o lo estén intentando reconvertir, en el último campo de batalla de la lucha feroz entre la Arabia Saudí de Mohamed bin Salman, padrino del clan de los Hariri y su Corriente de Futuro, y la República Islámica de Irán, con su ascendiente sobre Hizbulah e, indirectamente, sobre sus aliados libaneses.

Ocurre que Ryad lleva los últimos años asistiendo a una victoria parcial tras otra de Irán en la arena tanto regional como internacional. Y todos los movimientos de los Saud para frenar ese empuje se han visto abocados al fracaso, cuando no han supuesto un refuerzo de la posición de su rival.

Es el caso de Yemen, en la que el joven Bin Salman se estrenó iniciando una guerra contra los rebeldes huthíes (chiíes), que se ha convertido en un pozo sin fondo para Arabia Saudí, y que está concitando la ira mundial por la brutalidad de sus bombardeos y de su bloqueo a un país anegado en la hambruna y en pandemias como el cólera

El último as en la manga iraní ha sido la reconquista por parte de Bagdad de la provincia petrolera de Kirkuk y, de paso, la herida fatal a las expectativas independentistas de los kurdos, tanto de Irak como de Irán..El ubicuo general iraní Qasem Suleiman aprovechó las rivalidades internas entre el clan de los Barzani y los Talabani para abrir brecha entre los kurdos, lo que ha consolidado el poder de Irak –léase del protectorado iraní en Irak– sobre sus fronteras. La histeria saudí se acrecienta cuando ve cómo las milicias chiíes campan a sus anchas por todo el triángulo suní de Irak, liberado de las garras del ISIS.

A ello hay que sumar la victoria de Damasco sobre unos rebeldes sirios asediados o en desbandada. Un triunfo del Ejército sirio imposible sin el sostén de Rusia desde el aire y, sobre el terreno, de Irán y de todas las milicias chiíes bajo su órbita, además de Hizbulah.Una victoria que se ha cimentado en la destrucción casi total del país, por lo que la dependencia del Gobierno sirio respecto a sus aliados es y será todavía mayor

Es en ese contexto en el que el ambicioso e impulsivo Mohamed bin Salman reacciona como león herido. El anuncio de «dimisión» de Hariri coincidió con el lanzamiento, el mismo día, de un misil scud por parte de los huthíes contra el aeropuerto internacional de Ryad. Huelga insistir sobre a dónde dirigió Arabia Saudí su mirada de ira. La jornada concluyó con una purga masiva en el seno de la corte de los Saud, lo que apunta a una huida hacia adelante de Bin Salman similar al bloqueo contra Qatar por haberse atrevido a desafiar el liderazgo de Ryad en el mundo suní. Un pequeño pero económicamente boyante emirato al que el bloqueo no ha podido rendir, acercándole paradójicamente, y por reacción, a Teherán.

Irán siempre gana, mostrando una habilidad diplomática que remite a los milenios de existencia de Persia. La tribu de los saud, que salió del desierto y se convirtió en dinastía hace poco más de cien años, acumula fracasos. Pero a Mohamed bin Salman le quedan algunos ases. Uno se llama Donald Trump, y está desmantelando a conciencia el deshielo que lideró su antecesor, Barack Obama, con el acuerdo en torno al programa nuclear iraní. El otro es Israel. ¿Se atreverá otra vez contra Hizbulah tras su escarmiento de 2006 o se limitará a asistir divertido a la pugna entre musulmanes?