Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Mardin
LUCHA DE EMANCIPACIÓN

BERITAN IRLAN O LA LIBERACIÓN DE LA MUJER KURDA

La irrupción del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) ha transformado el rol de la mujer en Kurdistán Norte. Pese a la oposición de sectores feudales interesados en mantener el sistema actual, el lento pero constante avance social de la mujer kurda es hoy una realidad.

ABeritan Irlan, periodista de la agencia DIHA, la han detenido en seis ocasiones desde el invierno de 2015. En ninguna de ellas sufrió torturas, pero sí el acoso constante de las preguntas. En una de sus detenciones, en Cizre, tras informar de la lucha en la ciudad de 2016, las fuerzas de seguridad le preguntaron si apoyaba a Abdullah Öcalan, el líder del PKK encarcelado en la isla-prisión de Imrali. Con naturalidad, respondió: «Como mujer, me gusta por todo lo que ha hecho por nosotras. ¿No se nota el cambio?». Ese cambio al que se refería no es sólo la espectacular imagen de guerrilleras luchando contra el Estado Islámico, es también la mujer que ya no se casa a los 15 años ni lo hace por seguridad con uno de sus familiares, por lo general un primo; la mujer que termina los estudios de enseñanza obligatoria e incluso acude a la universidad; la mujer que trabaja y representa en la arena política a su pueblo. Este progresivo avance, que choca con los códigos de comportamiento de una sociedad feudal, esta ligado al desarrollo de la profunda Anatolia y, en Kurdistán Norte, al ascenso del PKK, que ve en la liberación de la mujer un pilar central para la democratización de la región.

«La mujer ha cambiado de forma considerable por la influencia del PKK. Es, sin duda, más libre, pero al mismo tiempo, con esas imágenes de mujeres con armas, en lugar de hacer una sociedad más femenina, su mentalidad sufre el contagio de la conciencia del hombre», explica Ali Kemal Özcan, director del Departamento de Sociología de la Universidad de Tunceli, quien asegura que «la evolución de una mujer conservadora a una más social revertirá para volver a la situación anterior al PKK»: «Los deseos de la Historia no retroceden. Ni siquiera el AKP, un partido conservador, quiere volver a ese periodo y está reactivando la presencia femenina en su partido. Todos reconocen el actual rol de la mujer».

Para entender los avances en Kurdistán Norte, en lugar de apuntar al oeste de Turquía, donde las ideas en ese área progresistas de Atatürk calaron en la sociedad, es preciso observar la evolución de la mujer en la profunda Anatolia, donde tuvieron lugar las primeras revueltas kurdas de la República, las dirigidas por Sheikh Said en 1925. Kurdos y turcos de Malatya, Elazig o Bingöl compartían entonces códigos de comportamiento en esas regiones. Pero con el paso de las décadas se convirtieron en feudos del Estado, que orquestó una progresiva política de islamización para contener el supuesto avance comunista. Pese a que en pasado tuvieron un mismo punto de partida, Özcan subraya las diferencias en esas áreas recelosas de la influencia marxista: «La mujer en Malatya o Elazig no puede verse hoy como kurda. Ha sido asimilada por completo: es conservadora y turca y antepone religión a identidad».

La migración a la ciudad, propicia para la independencia de la mujer pero también para la asimilación que persigue el Estado turco y donde residen la mayoría de los kurdos, ha acentuado las diferencias entre kurdos urbanos y rurales y quienes habitan en regiones tribales, como Van o Mardin, y las influencias del PKK y el Estado han dibujado un mapa de la mujer lleno de contrastes. A un lado están quienes desean mantener el sistema actual y al otro, quienes apremian a abandonar la sumisión a las normas sociales. «Quienes nos dirigen tienen una función vital. Atatürk no fue bueno para los kurdos, pero sí para las mujeres. Aún hay quienes ven el destino de la mujer en casarse y tener hijos. Y el problema no es la religión, que es un negocio político, sino quienes nos dirigen», dice Beritan Irlan.

Para esta joven de 27 años, las mujeres kurdas son «la segunda fila de la segunda fila», como resultado de una «tradición opresiva» en la que «son vendidas como mercancía». Repite esta idea con otras palabras como también hace con la doctrina marxista que aventura que la democratización de Kurdistán vendrá con la liberación de la mujer: «Los hombres tienen que entendernos. Ellos han vivido la opresión. Si los kurdos quieren la libertad, el hombre tendrá que respetar a la mujer».

El pasado

Irlan, agnóstica y soltera, creció en un ambiente marcado por el feudalismo. Su padre, Naif Irlan, perdió a su progenitor en una lucha de honor con un clan rival. Con apenas 14 años, y siendo el hijo mayor, tuvo que casarse con la hija de la persona que había matado a su padre. Ella, de 9 años, y Naif no tuvieron la posibilidad de elegir. Antiguo piadoso, tuvo 10 hijos con su primera esposa, que falleció en 1984 en Çaldiran, en la conservadora región de Van. Cinco años después, en 1989, se casó con Sultan Yildiztan, la madre de Beritan. Él tenía 40 años y ella, 15. Al año nació la joven, que no fue registrada y fue conocida como Meryem hasta que cumplió los tres años, cuando debido a la muerte de la guerrillera Beritan, icono femenino del PKK, que entonces operaba en Diana, en Kurdistán Sur y era muy querida por la familia Irlan, cambiaron su nombre no oficial por el que hoy refleja su carné de identidad.

Apátrida hasta su regreso a Turquía en 2013, Beritan Irlan dice que su padre era también preso de la tradición. Asegura que era un demócrata en una tierra hostil y pone un ejemplo: mandó a sus hijas a estudiar. «Eso no ocurría antes y había que enfrentarse a las críticas. Pero sucedió porque comenzó a encontrarse con el PKK». Contrabandista de profesión en la fronteras de Irán y Turquía, Naif Irlan traía, llevaba y escondía material de la guerrilla. Así fue hasta que el Ejército registró la casa familiar y encontró las armas del PKK. Dos de los hermanastros de la joven fueron detenidos. Sobre su padre se dictó una orden de busca y captura. Beritan Irlan recuerda que su madre había pedido esconder las armas en un terreno alejado, pero sus hermanastros le respondieron: «No te mezcles, que no son cosas de mujeres». «Mi madre era inteligente, pero por ser mujer no la escucharon», dice hoy la joven periodista.

Una noche, por caminos que sólo unos pocos conocen, su padre regresó a Çaldiran. Había que partir hacia Irán. Todos los hermanastros de Beritan y una hermanastra forzada a casarse con su tío, «era parte del negocio de sangre», se quedaron en Anatolia. Junto a cuatro hermanastras, su madre y su padre, Beritan comenzó un periplo migratorio que la llevaría a cruzar ilegalmente a Irán y, más tarde, a Irak, donde pasó por diferentes campos de refugiados hasta recalar en 1998 en el de Makhmour, conocido por su apoyo al PKK.

En Irán volvió a aflorar el conservadurismo: un anciano pidió la mano de su hermanastra Meles, de 17 años. Ella, recuerda, cogió un kalashnikov de casa y apuntó a su padre y a su pretendiente. «Entonces se fue a la montaña y se convirtió en guerrillera», añade. En 1993, tras presenciar un ataque aéreo que mató a decenas de civiles, otras dos hermanastras también se unieron a la guerrilla. Hoy, las tres están muertas: dos de ellas fallecieron luchando contra Massoud Barzani, el actual presidente de Kurdistán Sur, en la guerra kurdo-iraquí y la tercera, enfrentándose al Estado Islámico.

El presente

Los años 90 fueron tiempos difíciles para los kurdos, de guerra civil y represión, con refugiados huyendo de la política de tierra quemada aplicada por el Estado turco. En este contexto, Beritan Irlan perdió a otros dos hermanos por el hambre y las enfermedades y su padre fue deportado a Turquía, donde fue torturado durante dos años. Por eso hoy, la joven periodista desprende un resquemor imborrable hacia los condicionantes de su vida: Barzani, el Estado turco y el feudalismo.

Tras terminar sus estudios de cine en Erbil, en 2013, decidió volver a Anatolia. Y lo hizo tal y como se fue: con una caravana de contrabandistas, que esta vez entró por Roboski, en la región de Sirnak. Ella pensaba rodar y vivir de manera relajada. Pero no fue así. Se registró en Çaldiran y dejó de ser apátrida, y poco después supo de la muerte de su hermanastra Deniz en el frente de Makhmour. «Mi destino no era tener una vida relajada. No podía usar las armas, no es mi estilo, pero recogí su testigo. Lo hice en DIHA», señala.

Beritan Irlan intentó adaptarse al nuevo entorno con la familia de su padre. No lo logró: «Sufrí un choque cultural. La mujer no es nada allí. Las mujeres de mis hermanastros eran el mayor problema: son más machistas que los hombres. No podía vivir allí. No podía cambiar a todo el pueblo y ellos no podían cambiarme. Somos dos culturas diferentes. ¡Vine sola desde Irak, cómo no voy a poder ir de compras sola!».

En un turbulento periodo, informó sobre la lucha en las ciudades kurdas y representó a DIHA en seis regiones. Ahora, en Mardin, su nuevo destino, subraya que «el PKK es la salvación de la mujer». «Pienso en el matrimonio de mi madre y en mi situación. Hay un salto y es general. La sociedad ha cambiado aunque en algunos lugares se mantenga el feudalismo. El PKK cree en la mujer y ahora tenemos que creer nosotras. Es fácil decirlo, porque muchas mujeres defienden estas ideas y luego se comportan como esclavas, pero hay que arriesgarse. Es difícil oponerse a la sociedad es difícil, pero hay que dar ejemplo. Uno de ellos es Beritan».