Beñat Zaldua
ELECCIONES BAJO EL 155 EN CATALUNYA

La tribuna catalana ante el 21D, entre lo deseado y lo esperado

Un 36% de los catalanes quiere que el procés culmine con la independencia, pero solo un 16% cree que así será. En Catalunya, la atropellada campaña ha situado a los partidos en la esfera del deseo, dejando para el 22D las posibilidades de un escenario complejo.

El tribunero culé es una subespecie que puebla el Camp Nou o el bar de la esquina cada vez que el Barça salta al campo. A las características propias de la idiosincrasia tribunera –ser que habita en todas las aficiones futboleras, emparentado por línea sanguínea con la especie de los cuñados, y cuya fórmula mágica es «ya te lo decía yo»–, el tribunero culé le suma un pesimismo ancestral que hace que ni con un 3-0 a favor se sienta tranquilo en su butaca –probablemente heredada de un ancestro tribunero–, o que tras pasar una eliminatoria in extremis y con remontada, sus primeras palabras sean «si seguimos así no llegamos a la final».

El tribunero culé no quiere perder, pero siempre se prepara para ello. Es un pesimismo preventivo que, probablemente, responde más a códigos culturales catalanes que a clave futbolera ninguna. El último sondeo de opinión del Institut de Ciències Polítiques i Socials (ICPS) así lo sugiere, al apuntar que el 36% de los catalanes quiere que el proceso soberanista culmine con la independencia, pero solo el 16% cree que, efectivamente, así ocurrirá.

Convertidas en arma electoral de primer orden a la hora de dirigir las tendencias de voto y encumbrar o desterrar candidaturas en función de su potencial utilidad, las encuestas en campaña hay que cogerlas con pinzas. En especial las encargadas por los medios, que a menudo reflejan más los deseos editoriales que las tendencias reales. Con todo, por estar hecho por un organismo de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB), por tratarse de 1.200 entrevistas presenciales –no son encuestas telefónicas– y por no incluir cocina de ningún tipo, merece la pena pararse un poco en el sondeo del ICPS, más allá de los resultados del 21D, sobre los que solo apunta que ERC gana en intención de voto, seguida a la distancia por JxCat, y con Ciudadanos y PSC empatados. No calcula el voto oculto ni extrapola los resultados a números de escaños, por lo que mejor no tomárselo al pie de la letra.

Resulta interesante, sin embargo, la percepción sobre la evolución del proceso soberanista; en especial la comparación entre lo que se desea y lo que se espera según el partido al que se vaya a votar. Ahí sale a relucir el tribunero. El 80% de los votantes de ERC, el 73,7% de los de JxCat y el 90,7% de los de la CUP quieren que el proceso acabe con la independencia de Catalunya; sin embargo, solo el 34,2% de los primeros y el 31,6% de los segundos cree que así acabará siendo –un 44,2% en el caso de la CUP–. Son mayoría los que creen que se acabará «con un acuerdo con España para dotar a Catalunya de más autogobierno», algo que, desde luego, también está por ver.

La tendencia se repite, un escalón por debajo, entre los votantes del PSC y de los Comuns. Un 73,6% de los primeros y un 78,6% de los segundos desea que haya acuerdo para un mayor autogobierno, pero ese porcentaje baja al 54,4% y al 48,5% cuando se les pregunta si realmente creen que ocurrirá. De hecho, el 37,6% y el 38,8%, respectivamente, cree que todo acabará, simplemente, con el abandono del procés.

Está última es la opción que triunfa entre los votantes de Ciudadanos y PP, por descontado, aunque en el capítulo de las preferencias cabe destacar que el 58,1% de los votantes de los naranjas desean un acuerdo de más autogobierno. La distancia entre lo que Ciudadanos realmente es y lo que muchos de sus votantes creen que es –por ejemplo, un partido de izquierdas– es insostenible a largo plazo, aunque esto es harina de otro costal.

Los deseos de los partidos

A los partidos también les toca situarse entre los escenarios deseados y los esperados, aunque en campaña parece que está prohibido hablar de los segundos. Arrimadas (C’s) e Iceta (PSC), en el campo unionista –e incluso Domènech (Comuns), en tierra de nadie–, se presentan a sí mismos como futuros presidentes de la Generalitat, aunque ningún indicio apunta a que sea una posibilidad realista. El pensamiento mágico no es fenómeno exclusivo del soberanismo, en contra de lo que acostumbra a alimentarse.

En el bloque independentista también ha acabado por imponerse la lógica electoral y, por tanto, el terreno del deseo. Es normal, aunque por un momento pareció que no iba a ser así. Por delante de las encuestas en un inicio, Esquerra se vio –o se creyó– con fuerzas de empezar a plantear, veladamente, la posibilidad de reformular la estrategia independentista hacia un planteamiento más a largo plazo, asumiendo los límites de la apuesta actual. No se ha logrado, sin embargo, hacerlo sin acento derrotista y poniendo en valor el camino transitado –la autoflagelación que siguió al encarcelamiento y exilio del Govern no ayudó–, por lo que la candidatura armada en tiempo récord por el president, Carles Puigdemont, encontró vía libre para crecer con un programa monotemático basado en el deseo: restituir al president y al Govern destituidos por el 155. Con las nuevas encuestas en la mano y el aliento de Puigdemont en la nuca, ERC reculó y volvió a la esfera del deseo. Que para algo coinciden campaña electoral y navidades.

Así, unos reclaman el voto para que Puigdemont regrese y otros para que Junqueras salga de la cárcel. Dos ecuaciones que necesitan de la participación de un Estado al que solo –y solo quizá– una mayoría absoluta en votos del independentismo podría hacerle repensarse una respuesta represiva que podría acrecentarse tras el 21D.

Escenarios. Primer boceto

Pero será imposible empezar a conjugar deseos y realidades antes de tener en la mano los resultados del 21D, envueltos en la más absoluta incógnita y en la que tendrá un papel crucial la participación. El escenario idílico del independentismo es la mayoría absoluta en votos. Es casi imposible; igual que lo es el escenario idílico del bloque del 155 (C’s, PSC y PP), que se conformaría con una mayoría absoluta en escaños. No ocurrirá.

Las variantes intermedias dibujan los escenarios más plausibles, entre los que destaca seguir como antes del 155: una mayoría absoluta en escaños del independentismo, en la que JxCat y ERC necesiten los votos de la CUP. La segunda opción es que la llave recaiga sobre Catalunya en Comú, es decir, que ni el bloque independentista ni el del 155 lleguen a los 68 diputados de la mayoría absoluta. Los de Ada Colau y Xavier Domènech tendrían que decidirse por fin, sabiendo que abstenerse también será posicionarse.

Ninguna de las opciones desemboca en una investidura plácida. Más bien lo contrario. Con todo, el calendario podría ser el mayor acicate para lograr un acuerdo, dado que, si no se consigue investir un president entre enero y marzo, Catalunya se verá abocada a unas nuevas elecciones que se celebrarían en mayo. La formación de Govern no se daría antes de junio, lo que significaría que la suspensión de la autonomía, cuyos efectos aumentan día tras día, se alargaría hasta ocho meses.

Tras el 21D veremos cómo se reequilibran las esferas de lo deseado y lo esperado. Cierta sinceridad, tanto entre los partidos soberanistas como en los mensajes destinados a sus electores, será pieza indispensable para presentar nuevos escenarios que, por otra parte, tampoco sorprenderán a una tribuna independentista que ya se los espera. Si alguna otra cosa caracteriza al tribunero culé, junto al pesimismo ancestral, es la fidelidad. Ni que sea para luego poder criticar, siempre acude al campo cada vez que hay partido. Como un clavo.