Karlos ZURUTUZA
Rabanales (Zamora)
VOLUNTARIOS INTERNACIONALES CON LA LUCHA KURDA (Y II)

LOS PRESOS POLÍTICOS DE BARZANI

Combatientes locales y extranjeros contra el Estado Islámico son retenidos y torturados en cárceles de Kurdistán Sur. Víctimas y ONG denuncian una realidad tan brutal como desconocida. Erbil guarda silencio.

Sobre un folio en blanco, Marcos esboza el plano de la prisión kurda donde ha pasado 95 días en cautiverio. Hoy descansa en su actual residencia en Rabanales, un pequeño pueblo de la Maragatería.

«Imagina a más de 100 personas dentro de una celda de 65 metros cuadrados. Teníamos que acostarnos de lado, uno contra el otro, para dormir, o incluso permanecer sentados cuando ni siquiera había sitio para echarse», dice este gallego de 47 años que prefiere no dar su nombre completo.

También conocido por el nombre en clave de “Dr. Deli”, Marcos fue uno de los tres españoles encarcelados el agosto pasado en la Dirección General de Seguridad de Erbil, un enorme complejo en la capital de Kurdistán Sur. Hasta entonces, este antiguo paracaidista del Ejército español había ejercido de paramédico en las Unidades de Resistencia de Sinyar (YBS), un grupo armado yezidí establecido para proteger a esta minoría contra el acoso de islamistas radicales, principalmente el Estado Islámico (ISIS).

Cuando el ISIS comenzó a masacrar a la población yezidí en 2014, el PKK se desplegó en la zona para defender a esta minoría kurda a la que solo el genocidio puso en el mapa mediático. El pasado marzo, las YBS se vieron envueltas en enfrentamientos con tropas peshmerga, todo en mitad del fragor de la lucha contra el ISIS. El grupo yezidí a menudo se coordina con las Fuerzas de Defensa Sirias (SDF), una coalición multiétnica respaldada por Washington, pero a la que Turquía acusa de tener vínculos con el PKK. Los estrechos vínculos entre Ankara y el PDK –el partido gobernante en Kurdistán Sur– han convertido a los combatientes de las YBS y las SDF en proscritos en el territorio bajo el control de la familia Barzani.

«Seas del Daesh o del PKK no supone ninguna diferencia para nosotros», dice Marcos que le repetían sus captores en prisión. El brigadista de las YBS afirma que incluso tuvo que compartir su celda de un solo baño con combatientes del ISIS durante la mayor parte de su estancia.

«La televisión estaba siempre encendida, y a un volumen brutal: versos del Corán por la mañana y música turca por la tarde. Creo que su principal objetivo era evitar que durmiéramos», recuerda Marcos.

Ni a él ni al resto de los detenidos en circunstancias similares se les dijo cuánto tiempo pasarían en prisión. Tampoco hubo juicio alguno. Marcos explica que pasaban la mayor parte del día dentro de la celda, excepto por los 20 minutos diarios que tenían para caminar en círculos en un pequeño patio interior al que se filtraba la luz del sol por un enrejado a unos 15 metros de altura. Las rutina podía cambiar, pero solo a peor.

«Me metieron en aislamiento tras una visita de una delegación de la Embajada española. Tras dos días completamente a oscuras, un grupo de cinco hombres entró apuntándome a los ojos con una linterna antes de machacarme a patadas y puñetazos. Me hincharon a palos».

Además de un castigo individual, aquellos episodios de brutalidad mandaban un mensaje colectivo a los que permanecían en las celdas principales.

«Incluso con la televisión a todo volumen, podíamos oír los gritos de dolor de aquellos a los que torturaban en aislamiento», explica Marcos.

Siempre según su propia versión de los hechos, la Cruz Roja Internacional habría visitado la prisión en más de una ocasión para interesarse por el estado de los detenidos. Era entonces cuando se recurría a tretas para evitar que todo organismo ajeno a la administración local llegara siquiera a imaginar lo que allí ocurría.

«Era como jugar al gato y al ratón. Dejaban un puñado de prisioneros en las celdas y al resto nos llevaban de un lado a otro para que nunca pudieran vernos», asegura el brigadista.

Testimonios recurrentes

Marcos salió libre el 26 de noviembre, 60 días después de que un compañero que responde al sobrenombre de “Robin” quedara libre, y 15 días antes de Agir, el último de los tres voluntarios españoles de las YBS.

«Las condiciones eran tan insoportables que algunos trataron de suicidarse, ya sea con cordones que sacaban de alguna colchoneta, o incluso con las tapas metálicas del yogur», explica por teléfono este onubense de 21 años.

Agir estuvo detenido durante 111 días, pero recuerda que un ciudadano francés conocido como “Jambo” ya había pasado más de once meses cuando se fue. El hermano de este último confirmó a GARA, vía telefónica, que Jambo fue arrestado hace ya un año, pero no quiso revelar ningún detalle más por temor a posibles represalias por parte de las autoridades kurdas iraquíes.

“Agir” y “Jambo” compartieron celda junto con Marcos y más de un centenar entre voluntarios internacionales, presos comunes y combatientes del ISIS, pero raramente con miembros del PKK.

«A esos los tenían en celdas separadas. No teníamos contacto con ellos, pero una vez vimos cómo alguno era entregados a oficiales turcos en uniforme», recuerda el brigadista andaluz.

Según “Agir”, los miembros del PKK «no podían ni soñar con la posibilidad de salir por su propio pie», tras pagar una cantidad entre los 700 y los 10.000 euros. Para poder volar de vuelta a casa vía Bagdad, “Agir” tuvo que abonar una multa de en torno a los 3.000 euros por exceder el tiempo de estancia especificado en su visado de 30 días. Se incluyeron los 111 días que había permanecido preso.

Testimonios como el de Marcos y “Agir” sobre las condiciones de su encarcelamiento eran corroborados en una entrevista concedida al británico “The Guardian” por Robert Daw y Rae Lewis-Ayling, dos ingleses detenidos durante 40 días junto a los españoles. Entre las terribles condiciones vividas en cautiverio, los británicos también denunciaron haber sufrido un simulacro de ejecución.

GARA contactó con Patrick Kasprik y John Locke, dos estadounidenses de la Unidades de Protección Popular (YPG) –el componente principal de las SDF– que también permanecieron cautivos en la misma prisión, entre el 29 de noviembre y el 22 de diciembre de 2016. Ambos apuntaban a condiciones de hacinamiento y maltrato similares, así como a una «alarmante» falta de atención sanitaria.

«Recuerdo que nos pusimos muy enfermos al final de nuestra reclusión y trataron de administrarnos inyecciones antibacterianas para una infección viral, así que nos negamos. Aquello era tan insoportable que, llegado a ese punto, intentamos salir corriendo y los guardas vinieron tras nosotros. Nos patearon y nos pisotearon la cabeza antes de encerrarnos esposados. Solo le diré que al salir de aquella cárcel pesaba 44 kilos» recordaba Kasprik, un floridense de 26 años que sirvió como médico en las YPG. Pero podía ser peor.

«Uno de los alemanes que estaba con nosotros fue puesto en una celda que estaba llena de presos del ISIS. Después de aquel incidente, pasó tres días maniatado y con grilletes en las piernas» relataba Locke. Según el tejano de 34 años, las torturas eran «algo habitual» en el protocolo de actuación con los presos de esa cárcel:

«Fuimos testigos de cómo los guardias propinaban una brutal paliza a un puñado de adolescentes que no tenían edad ni para afeitarse. Vimos también cómo se llevaban a un indio a una celda de aislamiento» añadió el floridense. Kasprik y Locke quedaron libres tras pagar más de 9.000 dólares cada uno que el consulado norteamericano les prestó, y que ahora les reclama. Dicen estar convencidos de que fueron confinados por combatir en unidades que Erbil, al igual que Ankara, vincula con el PKK.

Versiones oficiales

El Comité Internacional de la Cruz Roja en Iraq confirmó que hay inmigrantes en las cárceles iraquíes, «incluyendo mujeres y niños», pero que no es posible aportar cifras exactas. Fuentes de la ONG añadieron que están en contacto con las autoridades iraquíes y las embajadas pertinentes para monitorear la situación de un grupo de mujeres y niños extranjeros de unas 20 nacionalidades. Respecto a la presencia de combatientes y a los malos tratos presuntamente sufridos por éstos, la Cruz Roja subrayó que nunca revelan ese tipo de información.

Por su parte, tanto las SDF como el PKK trasladaron a GARA que cuentan con combatientes detenidos en cárceles kurdas iraquíes. Zagros Hiwa, portavoz del movimiento kurdo en Qandil, denunciaba también que oficiales de inteligencia turcos habrían interrogado y torturado a varios de ellos durante días. Hiwa destacó casos como el del Dr. Aydin, miembro del PKK presuntamente cautivo en las cárceles del PDK desde hace más de dos años.

El pasado mes de marzo, Human Rights Watch intercedió para la liberación de seis manifestantes arrestados por las fuerzas de seguridad kurdas de Irak tras ser acusados de tomar parte en una protesta en favor de las YBS. Según la ONG, la detención era una prueba más de la violación de derechos tan básicos como el de expresión en Kurdistán Sur.

En un informe publicado en febrero de este año, Amnistía Internacional denunció que periodistas, activistas y políticos críticos con el PDK son continuamente hostigados y amenazados por el Gobierno de Erbil. La ONG también mostró su preocupación por el asesinato de Wedad Hussein Ali, un periodista que trabajó para una publicación considera afín al PKK. Según fuentes de AI, «el cuerpo portaba heridas que indicaban que había sido torturado, incluidas laceraciones profundas en la cabeza». Su familia y compañeros de trabajo habían informado de que las fuerzas de seguridad kurdas iraquíes lo habían interrogado previamente, y también de que había recibido amenazas de muerte.

Daban Shadala, representante del Gobierno Regional del Kurdistán de Irak en el Estado español, declinó hacer ningún comentario sobre el presunto maltrato a los prisioneros. Respecto a la existencia de miembros del PKK y las SDF en las prisiones de Erbil, el funcionario explicó a GARA que estos habían sido arrestados porque habían violado las regulaciones de visado de Kurdistán de Irak, habían cruzado la frontera entre Irak y Siria «ilegalmente», y también porque habían estado involucrados en «actividades militares» en Siria.