Joseba Asiron Saez
Historiador. Candidato a la alcaldía de Iruñea por EH Bildu

29 de noviembre, día de San Saturnino

Cuenta una venerable leyenda que, donde hoy se encuentra la pamplonesa iglesia de San Saturnino, en época romana existía un bosquete de cipreses sagrados, que rodeaban a un templo dedicado a Diana, la diosa romana de la caza. Este hecho, difícilmente verificable por vía arqueológica, se conmemora actualmente merced a un precioso mural, dedicado a dicha diosa, situado sobre las escalericas de Santo Domingo, que hasta recuerda a la estética romana por su dibujo y sus vivos colores. Saturnino, natural de la ciudad griega de Patras, fue discípulo del mismísimo San Pedro, y después de muchas peripecias llegó a Pamplona procedente de Toulouse, hacia el año 22. Aquí, según la misma leyenda, en su primera predicación habría bautizado a no menos de cuarenta mil personas, cosa harto difícil, ya que Pamplona no alcanzó dicha cantidad de habitantes hasta la década de 1930, y en época romana difícilmente alcanzaría una décima parte de dicha población.

Volviendo al terreno de la leyenda, tras su predicación y después de convertir al cristianismo al mismísimo San Fermín (Firminus), se supone que Saturnino regresó a Toulouse, donde la población local, un tanto expeditiva, lo ató a un toro en las gradas del capitolio, picándolo para que corriera desbocado, con lo que el cuerpo del infeliz griego quedó destrozado al chocar con las escaleras del templo. Después de aquello la memoria del santo se perdió en Pamplona hasta el siglo XII, momento en el que los peregrinos jacobeos que llegaban a Iruñea reverdecieron la vieja historia. Por aquel tiempo en Pamplona había sido fundado un nuevo burgo, formado por una población de inmigrantes francos, y sus gentes decidieron dedicar a Saturnino su iglesia y el nombre de la nueva población. En la lengua occitana que aquellos burgueses hablaban Saturnino se decía Sernin, de donde derivaría el actual San Cernin, nombre con el que en Pamplona siempre se ha conocido al santo, a su iglesia y al propio burgo.

Poco importa al objeto de este artículo que hoy en día haya escritores y hagiógrafos que digan que toda esta historia es un bulo. Que nada se supo por estos pagos de Firminus y Saturninus hasta fecha muy tardía, que todo obedece a una invención posterior. Lo cierto es que el santo griego es patrón de Pamplona desde 1611, aunque su puesto sea de algún modo usurpado por San Fermín, que protagoniza las fiestas patronales sin ser el verdadero patrón. Y este hecho se complica además con el añadido de que San Fermín sea co-patrón de Navarra, aunque dicho papel es popularmente acaparado por San Francisco Javier. Vaya lío.

El día de San Saturnino se celebra cada 29 de noviembre y constituye, más allá de los actos religiosos, un día grande para Pamplona. Los componentes del gobierno municipal salen «en cuerpo de ciudad», acompañados del cabildo, clarines y timbales, maceros, abanderado, comparsa de gigantes y kilikis, dantzaris y txistularis, banda municipal… toda una procesión, tal y como quisieron que se hiciera, ad aeternum, los ‘rexidores’ (concejales) de Pamplona en aquel lejano 1611. Una pena, eso sí, que sea una festividadque el consistorio celebra con un carácter estrictamente institucional y religioso, y donde la vis popular se ningunea de forma lamentable.

Volviendo al pasado, no hace falta recordar que antaño las fiestas se celebraban generalmente de manera más austera que en la actualidad, pero ello no era óbice para que, por San Saturnino, fuera tradición que los componentes del Ayuntamiento se regalaran con una comida a base de angulas. Cuentan en mi familia que el abuelo Ambrosio Saez, a la finalización de una misa en San Cernin, llegó a interpelar al señor alcalde diciendo algo así como «qué, Fulanito, y ahora a atiborrarse de angulas a costa del pueblo, ¿no?», a lo que el aludido contestó con una media sonrisa y un movimiento de hombros. Eran los años más duros del franquismo pero, si por aquel entonces hubieran sabido de las dietas dobles y triples de la CAN, de los pastizales que se cobraban por asistir a conferencias, de los privilegios y chanchullos que se iban a estilar bien entrado el siglo XXI entre la élite del Régimen gobernante, mi pobre abuelo y hasta el mismísimo alcalde franquista se habrían caído al suelo de culo.

Hoy día 29 de noviembre, como se viene haciendo desde hace siglos, el cortejo del gobierno municipal pamplonés llegará hasta la iglesia que se levanta donde estuvo el templo romano de Diana, y pasará sobre el lugar en el que, según reza una placa, se encontraba el pozo con cuya agua Saturnino bautizó a todo quisque. Y con grandes reverencias, genuflexiones y golpes de pecho mostrarán ante la gente no se sabe muy bien si su fe, su arrepentimiento, su pública petición de perdón o un fingido cariño hacia las tradiciones y las cosicas de la vieja Iruñea. Allá cada cual.

Lo que difícilmente conseguirán es que nos olvidemos de que ellos, en años de nefasto gobierno municipal, han gobernado esta ciudad como si de su personal cortijo se tratase, evitando la participación ciudadana, persiguiendo la disidencia ideológica, obviando su raíz vasca y minimizando su lengua más antigua y privativa, desfigurando su paisaje urbano, arrasando su pasado arqueológico, liquidando servicios sociales en tiempos de emergencia social, humillando a las víctimas del franquismo al mantener símbolos fascistas como el de la plaza Conde de Rodezno, creando un modelo de policía municipal militarizado, agresivo y alejado del pueblo, acabando con el comercio tradicional al favorecer la implantación abusiva de grandes superficies, ahogando a los colectivos culturales mediante la asfixia económica, y despilfarrando los recursos públicos hasta el punto de crear una deuda millonaria, que compromete seriamente las necesidades y las inversiones a futuro del propio ayuntamiento.

Y lo que tampoco podrán evitar es que seamos cada vez más quienes creemos que es posible otro modelo de ciudad, una Iruñea que sea decididamente progresista, transparente, democrática, imaginativa, participativa y plural. Quienes así pensamos celebraremos también hoy, por todo lo alto, el día grande de la ciudad, Iruñeko Eguna, la fiesta de esa Pamplona que vamos a construir entre todas y todos, más allá de procesiones y comidas oficiales. Y si no, al tiempo.

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