Myriam Cordón Martínez

¡A por todas!

Estoy convencida de que lo que venga a partir de ahora va a ser todavía peor que lo que hemos visto hasta ahora. Y tengo miedo.

Hace tiempo que siento la necesidad de expresarme en algún lugar donde alguien recoja mis palabras, las imagine pronunciadas, las reflexione, las piense, las opine, las respete... aunque no las comparta. No sé si este será el canal idóneo, pero por el momento es el único que se me ocurre, el que tengo más a mano, así que allá voy.

Como me imagino que muchísima gente de dentro y fuera de Catalunya, estoy inmensamente triste, preocupada, crispada, decepcionada... No sólo por la enorme incomprensión hacia una gran parte de las personas que viven en Catalunya y que siendo o no catalanas, sienten un profundo arraigo y amor por esa tierra, por el «tarannà» respetuoso y educado de sus gentes, por su enorme y antiquísima cultura, por su lengua propia, por su riqueza, su historia y esa diversidad que la ha ido convirtiendo a lo largo de los siglos en una tierra de armónica acogida, sino hacia la totalidad de sus habitantes y sobre todo, hacia la totalidad de todos aquellos que, vivan donde vivan y paguen sus impuestos allá donde los paguen, se sienten orgullosos de ser lo que quieran.

Aparte de infinitas más cosas, yo soy catalana. Nací, me crié, me eduqué en Barcelona. Hija de inmigrantes navarros, mi identidad es compleja y está tan relacionada con Catalunya, como con lo que muchos de vosotros (otros no) llamáis Euskal Herria. No me siento española, aunque mi DNI me obliga a que mis sentimientos sean eso, solo sentimientos. Pero más allá de lo que ponga o no en ese chip que a casi todos nos incrustan al nacer, mi identidad está relacionada conmigo misma, con lo que soy y siento en cada momento, con lo que mi ser profundo, ese que trasciende a las etiquetas, simplemente «es» y le da la gana ser. Me identifico con millones de personas, de lugares, de pensamientos, de culturas... Y entre todas ellas y ellos, me quedo conmigo, y con todas ellas y ellos, y otra vez conmigo... Porque hace mucho tiempo que entendí que todos somos una misma cosa y que en nuestro esfuerzo por competir, se nos va el amor (sobre todo el propio) y se nos va la vida.

He trabajado durante años como periodista en gabinetes de prensa vinculados a organismos oficiales donde la política, entendida como «poder» tenía un gran protagonismo. También he tenido la gran suerte de pisar una increíble redacción como es la de "Televisió de Catalunya" y de escribir y editar noticias para su web, que desde aquí aprovecho para recomendaros si queréis dotaros de más pluralidad informativa. Creo saber de lo que hablo. Y aunque hace bastantes años que dejé todo ese mundo y me dediqué a otros menesteres que tenían, intuyo, más que ver con lo que busco en la vida, en estos días me acuerdo con absoluta nostalgia de todos los que fueron compañeros de trabajo y en estos momentos siguen ejerciendo como profesionales del Periodismo en mayúsculas allí, «donde está el conflicto», como dicen algunos por aquí. Mi admiración, reconocimiento y gratitud, hoy más que nunca, mi corazón está con todos ellos.

Lo que me cuentan desde allí es espantoso. No ya lo que miles de ciudadanos vivieron el 1-O sino los días previos y todos los días que han seguido hasta hoy. No voy a repetir un montón de cosas ya dichas, vistas o escuchadas en los medios y tampoco pretendo adoctrinar ni convencer a nadie de absolutamente nada. Sólo quiero expresar el dolor, la impotencia, el miedo, la vulneración de derechos, el estrés psicológico y pese a todo, la dignidad y determinación con la que una parte muy representativa de ese otro país que también considero mío, está viviendo como consecuencia de la incompetencia de los que supuestamente nos representan a todos.

La independencia de Catalunya no es un desafío. El desafío lo ha puesto sobre la mesa la parte que se repartió el pastel cuando se aprobó la Constitución de 1978 y que ha estado gobernando España desde entonces, jugando al malentendido bipartidismo de las izquierdas y las derechas. Ya no engañan a nadie. Son los nacionalistas más ultras de esa España única que se caga por las patas cuando ve peligrar su unidad y que, sin el más mínimo miramiento, saca su perros a las calles y ni se molesta en disimular el autoritarismo genético que la engendró. El desafío se ha ido gestando a lo largo de casi 30 años de centralismo salvaje, corrupción, guerra sucia, manipulaciones, robos y mentiras. Y se atreven a decir que vivimos en una democracia. ¡Ja!

Por suerte o por desgracia, tengo amigos vascos que han pasado por comisarías y cárceles españolas, que han sido torturados, juzgados en la Audiencia Nacional por pertenencia a banda armada y condenados a años de prisión sin más motivo que ese artículo tan castizo que dice «porque me sale de los cojones y punto». Así que no me extraña nada la aplicación del 155, que por supuesto ya ha empezado, ni me extraña nada que Marianos, Pedros, Albertos o como quiera que sus santas madres les pusieran, se froten las manos como los buitres hambrientos de «Al Alba», ante la posibilidad de que Catalunya se atreva siquiera a toser.

Estoy convencida de que lo que venga a partir de ahora va a ser todavía peor que lo que hemos visto hasta ahora. Y tengo miedo. Miedo de hasta dónde pueda llegar la impunidad de los violentos fascistas que nos gobiernan y miedo a que la tierra libre que me vio nacer, tenga que sufrir de nuevo los golpes de porra de todos esos energúmenos o quién sabe qué tipo de represión por la fuerza. Pero a la vez, siento que algo muy antiguo va a prevalecer, algo que no puede ser destruido ni silenciado y que constituye la verdadera identidad de las personas y también de los pueblos; aquello que da sentido a todo lo que no lo tiene. Así que.. ¡A por todas! Aurrera! Som'hi, companyes y companys!

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