Iñaki Egaña
Historiador

Europa

Dos informaciones de la actualidad internacional en los últimos meses hacen cuestionarse al autor sobre el papel de la UE: el «golpe de estado económico a Grecia y la oleada de migrantes intentando alcanzar territorio europeo». Cree Egaña que Europa no es viable fuera de la Unión, pero que Europa debe salir de las coordenadas actuales.

Llamamos equivocadamente a la Unión Europea con el apelativo de Europa, al igual que utilizamos Norteamérica para designar a EEUU. La Unión Europea es un proyecto económico dentro del neoliberalismo, motorizado por Alemania y el poder del dinero. Europa, en cambio, es un escenario histórico, una entelequia en ocasiones, un ingenio que cambió a la humanidad, que la expolió. Pero también el cuerpo de un sistema linfático que generó cultura y desplegó soberbios combates por la justicia y la igualdad. Y Europa es asimismo nuestro nicho natural.

En estas últimas semanas dos son las cuestiones que han monopolizado la confusión entre Europa y la Unión Europea. La primera, el golpe de Estado económico infligido a Grecia, la humillación a sus instituciones y decisiones democráticas y el tratamiento frívolo a la miseria y sufrimiento de su población.

La segunda, de una trascendencia humana extraordinaria, la oleada de migrantes que intenta alcanzar territorio europeo. La Unión Europea ha matizado una diferencia que no existe: se trataría de huidos de conflictos armados abiertos, por un lado, y de desplazados económicos, los que aspiran a mejorar su paupérrima situación y la de sus familias, por otro.

Unos y otros son ramas del mismo árbol, un sistema que flota en la abundancia gracias al expolio continuado e histórico. Ser pobre en Europa no es lo mismo que ser pobre en Asia o en Africa. En Europa no hay mortandad por hambre. En el resto del mundo, miles diariamente.

La conflictividad bélica en escenarios conocidos, que ha llevado a que desde la Segunda Guerra mundial no haya habido jamás semejante cifra de exiliados en nuestro planeta, dicen que más de 50 millones, es también en gran medida producto de la gestión de la Unión Europea, de la OTAN y de sus andanadas por asegurarse materias primas y las tres grandes áreas de combustible. Washington y la Unión Europea han convertido el planeta en un negocio y en su retaguardia. Como si hubieran lanzado una bomba de neutrones, los hombres y mujeres que lo habitamos únicamente tenemos valor estadístico.

Las lecturas de ambas cuestiones, imposición a Grecia y migración, conducen a varias conclusiones. Una de ellas, precisamente, la que destilan los órganos del poder absoluto. No es posible progreso sin el euro, sin la OTAN, sin las llamadas instituciones agolpadas en Estrasburgo, Francfort o Bruselas. El mensaje es nítido: enfrentarse a ello conduce a la desesperación política y, por extensión, al auge del fascismo, eso sí modernizado. Una táctica en la que están integrados verdes, socialdemócratas, liberales, neos y, en nuestra casa, cuenta con el apoyo de la derecha vasca, el PNV.

La lectura más ajustada, bajo mi punto de vista, ha demostrado que no es posible abandonar los escenarios de crisis y del injusto reparto de la riqueza continuando en el seno de la Unión Europea. Podrá haber puntadas, remiendos a corto plazo. Que lo dudo. Lo que es innegable es que macroinstituciones como la Unión Europea son pantallas del poder que gobierna hoy el mundo, el capitalismo feroz y sus elites. Y, por definición, por competencia, su camino conduce a la tragedia absoluta, al abismo, al agotamiento de los recursos y al fin de la especie humana.

No hay futuro en la Unión Europea, ni la posibilidad de un debate profundo que renueve sus líneas maestras. Ni siquiera a través de cauces democráticos, como ha quedado patente en Grecia, existe la mínima posibilidad de reforma. La pregunta entonces afecta al conjunto. ¿Una Europa fuera de la Unión es viable en un tejido mundial marcado por Rusia, China, el resto de los BRICS, Japón o EEUU, todos ellos proyectos capitalistas feroces como los son los del siglo XXI? La paradoja es que la respuesta es negativa, al menos a día de hoy. Lo positivo: necesitamos de Europa, pero no en las coordenadas actuales.

¿Qué hacemos en la Unión Europea con un proyecto político como el nuestro cuyos objetivos son la soberanía en todas sus facetas? Nada. Bruselas abre las puertas a la sumisión al capital de EEUU a través del TIPP, un pretendido acuerdo de libre comercio. La banca especulativa se ha hecho con el control de todo el espacio económico, de la información y del gobierno de los estados miembros. La OTAN, sin guerra fría, aumenta sus efectivos y presupuestos. Los logros sociales, producto de décadas de luchas obreras, son aplastados por reformas supuestamente «anticrisis». El triunfo de los halcones.

Hay que romper las reglas de la Unión, la dinámica de su actividad, la lógica de los estados-nación que surgieron con la industrialización. Hay que huir de las trampas que acotan a quienes nos oponemos a este estado de cosas como románticos o ingenuos, hay que huir del lenguaje utilizado por la Unión Europea y sus aduladores. Otro mundo es posible.

Y esa dinámica únicamente es viable desde la confrontación. En Euskal Herria, el cierre de una etapa histórica nos ha relajado a la hora de definir los antagonismos, de enmarcar aliados y enemigos, de precisar quiénes componen ese «Régimen» tantas veces citado. No debemos buscar la alternancia, sino la alternativa.

Euskal Herria es una pequeña comunidad en el seno de Europa. Sus mimbres históricos y emocionales son válidos en casa, no así en el exterior, al menos como significado político. Nuestro mensaje debe ser el de la soberanía nacional, a partir de un proyecto, de nuestro proyecto. La quiebra de la izquierda en Grecia, no tanto el éxodo migratorio, lo cual también es un síntoma de la contaminación neoliberal, han servido para que, por vez primera, el debate entre los sectores que unen la teoría a la praxis haya traspasado fronteras.

He leído expresiones, en Francia, en Italia, en Alemania, que me habría gustado compartir hace décadas, expresiones procedentes de la izquierda más combativa, relativas a los pueblos de Europa, y no a los estados, como parte de una novedosa alternativa. Se habla, sin ambages, de soberanía nacional, de resistencia popular, de espacios públicos, de confrontación democrática, de insubordinación y desobediencia civil, en términos reconocibles por la teorización que ha hecho la izquierda abertzale en sus penúltimas reflexiones.

Cuando se abrieron las puertas a aquel cambio estratégico y sobre todo a la línea de Euskal Bidea, las estrías relacionadas con ese vuelco necesario en nuestro nicho europeo quedaban difuminadas. Se hace camino al andar. Pero para ello hay que dar pasos. Y esos pasos, necesariamente, deben ir acompañados de alianzas en las ideas.

Es el momento. La Unión Europea está en crisis. Una profunda crisis de credibilidad, que sostenidamente acumula un desapego popular hacia las instituciones. Una crisis que debe permitir la penetración de otro modo de hacer política, de enfrentarse al ogro. Catherine Samary escribía hace pocos días que hay que dar «un paso atrás para escoger el terreno de lucha».

Ese paso atrás es el de la reflexión, la de nuestra vía, la de alianzas tácticas y estratégicas, la del papel de Euskal Herria en Europa, lejos de los modelos bolivarianos, de las connotaciones históricas de nuestra insumisión a España y Francia. La Europa del futuro está por construir. Sectores combativos, hombres y mujeres del que llaman Viejo Continente lo intentan diariamente. Son nuestros compañeros. Si nos aferramos a otra hipótesis, la de la reforma de la Unión, el abismo estará aún más cerca.

Buscar