Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Ganar una baza y perder el juego

Lea usted esto que sigue, Sr. Rajoy, porque es usted el mentiroso que a mí, galeote español, me corresponde en esta suerte de carrera esquiva por la calle pamplonica de la Estafeta.

Empecemos con unos datos para establecer lo que haya de cierto sobre la presunta mejora económica de España, tan exhibida como progreso de la totalidad de su pueblo por el presidente del Gobierno, Sr. Rajoy. Primer dato. En el último año el salario anual bruto de los trabajadores se redujo en un 0,3% mientras en el mismo periodo la economía del capital, asistida masivamente por el Gobierno, experimentó una mejoría superior al 3%.

Segundo dato básico. El paro en España se sitúa en algo más del 17%, es decir, es notablemente superior a la media europea, que aloja significativamente una Grecia con el 21,7% y una Italia, tenida por potencia financiera, con un desempleo superior al 11%. Este paro se agudiza en el tramo de la juventud, que alberga un atasco que llega al 45% entre los griegos y al 39% entre los españoles, con todo lo que sugieren estas cifras de cara al futuro

Tercer dato. El presidente del Banco Central Europeo, Sr. Draghi, anuncia que seguirá inyectando mensualmente 60.000 millones a la economía porque «la recuperación no ha llegado a los salarios». Hay que destacar que España, citada por el Sr. Rajoy como «un ejemplo de superación de la crisis en Europa», está aún sometida a tutela.

Dato final. El 83,6% de los convenios colectivos firmados en España no poseen una cláusula que mejore los salarios ante la escalada de la inflación o es una cláusula usada  mucho menos que hace una década. En este punto, si no me falla la memoria, se logró un discreto acuerdo con los sindicatos en 2012, pero es obvio que este raquítico acuerdo de mejoría se desfigura mediante el empleo precario y otras maniobras por el estilo, como las subcontrataciones, con que se juega en muchas pequeñas y medianas empresas, que constituyen la principal fachada empresarial de España. Resultado: el incremento pactado con los trabajadores fue del 1,33% en el mes de julio, poco más de una décima de alza sobre lo acordado en enero.

Datos son datos, pero ¿qué hacen con ellos desde la llamada izquierda reticente a unos pactos que al parecer ponen en peligro la personalidad de sus partidos, ya que se sigue sosteniendo todo el poder de la derecha con votaciones confusas y pícaras abstenciones en el progresismo izquierdista? ¿Deben admitirse desde la calle estas reticencias de la mayoría de la izquierda, refugiada en la «centralidad» y que clama «programa, programa» como su carta de navegar ante las elecciones en vez de clamar «sistema, sistema» como petición de cambio de modelo social que suscitaría seguramente la adhesión de las masas en situación de asfixia? La vida es camino en un solo sentido ya que es absoluta. ¿Por qué la izquierda, ante esta realidad, no se resuelve a emitir un «¡no!» terminante ante este escenario de escarnio en que malvive una clase trabajadora reducida dolorosamente a un sufrimiento callado y constreñida a una aceptación inadmisible?

Y ahora hagamos algunas anotaciones sobre la «mejora» no sólo de la dramática situación española sino del conjunto de la economía mundial, cuya capa dirigente se resiste soldada a su silla a reconocer el persistente desgaste que padece el capitalismo en su última manifestación neocapitalista aún refugiado tras el muro de la globalización, como resume este agudo párrafo escrito por un economista del calibre de Emmanuel Todd: «El retraso tendencial de la demanda global en relación al alza de la productividad se expresa a nivel del mercado mundial. Conlleva una lucha de las empresas por las ventas que implica que unas queden como vencedoras y otras como vencidas. Algunas son eliminadas. Este mecanismo inexorable explica el surgimiento, en el mundo capitalista globalizado, de una mentalidad de supervivencia. El objetivo de las firmas ya no es ni el beneficio, objeto teórico del capitalismo individualista de tipo anglosajón, ni el aumento de las cuotas de mercado, objetivo real del capitalismo troncal de tipo germano-nipón, sino la simple autoconservación».

Es decir, la batalla interempresarial se va limitando a ganar estrictamente y como sea las bazas al alcance de cada empresa sin ocuparse de la pérdida de la guerra por el sistema que las contiene a todas. Resumen: el futuro capitalista, carente ya de ámbito para un progreso ordenado, se ahoga irremediablemente en este tsunami que de paso se lleva a la sociedad por delante. Ítem más: en economía ha dejado de estimarse el hecho de que el factor fundamental no es la inversión, ni la productividad, ni la ayuda financiera, ni la buena distribución de la mercancía, ni siquiera la cualificación del trabajador; todo eso es indispensable, pero lo que define la corrección y eficacia de la economía es el consumo y eso depende del salario. Lo restante puede sustituirse de alguna manera, pero el consumo es el básico generador económico.

Lo más dramático de la anarquía en la que se ha instalado el Sistema es que en su angustiosa búsqueda de subsistencia va corrompiendo virtudes esenciales para la vida, entre ellas la verdad, que constituye la voluntad honesta y decisiva para transmitir auténtica realidad y ha sido sustituida por una permanente procesión de mentiras. Acerca de este comportamiento falsario me remito a un relato en que Michel P. Lynch, el autor del libro ya citado por mí en otras ocasiones, “La importancia de la verdad”, habla divertidamente de la sustitución de la verdad por la mentira como base de la comunicación social, ahora afectada por lo que en derecho naval se define como avería gruesa. Lea usted esto que sigue, Sr. Rajoy, porque es usted el mentiroso que a mí, galeote español, me corresponde en esta suerte de carrera esquiva por la calle pamplonica de la Estafeta.

Corría el año 2002 en su comienzo. Gobernaba Estados Unidos George W. Bush y era su secretario de Defensa el Sr. Donald Rumsfel, atrabiliario y desinhibido personaje que ya había ocupado el mismo cargo con Gerald Ford. En enero del año señalado el Pentágono anunció la creación de un organismo denominado Oficina de Influencia Estratégica, al que se encargaba la difusión de propaganda negra constituida por historias falsas con que intoxicar a la más conspicua prensa extrajera. Y al llegar a este punto sigo con el texto de Lynch: “La indignación de los defensores de los medios de comunicación y del Congreso fue grande. Dada la globalización de los medios informativos los escépticos apuntaron con razón que, por más que la Oficina se abstuviera de incluir falsas historias en los periódicos estadounidenses, resultaría sumamente difícil impedir que alguna de estas historias acabase por irrumpir en sus páginas. Tal vez no sorprenda que la Oficina de Influencia Estratégica se suprimiese rápidamente. Esto se coronó con un comunicado de prensa en el que el Rumsfeld afirmó: «¡Planeábamos mentir, pero juramos que ahora no lo haremos!». Poco después este personaje quiso justificar su filosofía de la verdad con la siguiente explicación. «Las informaciones que dicen que algo no ha pasado siempre me resultan interesantes. Hay cosas que sabemos que sabemos. También hay cosas desconocidas conocidas, es decir, que sabemos que hay algunas cosas que no sabemos. Pero también hay cosas desconocidas que desconocemos, las que no sabemos que no sabemos».

Ay, Sr. Rajoy! Como dicen los catalanes parece que hay una «pasa» esto es, una epidemia, en este caso de mentiras que como diría el Sr. Rumsfeld sabemos que sabemos. Pero esta es una historia sobre la que habremos de volver una vez y otra. Porque como piensan los árabes hay tres cosas que no se pueden ocultar: el amor, el humo y un hombre sobre un camello. A ello deberemos añadir por nuestra cuenta, la mentira.

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