Víctor Moreno, Fernando Mikelarena, Carlos Martínez, José Ramón Urtasun, Clemente Bernad y Txema Aranaz Ateneo Basilio Lacort
Miembros del Ateneo Basilio Lacort

Metodología carlista obscena

Los carlistas, para defenderse de las impugnaciones que se les hacen por su participación en el golpe militar de 1936, adoptan la vieja táctica de que «no hay mejor defensa que un ataque». En algo debería notárseles que descienden de una organización más partidaria del mauser que de las urnas. Su modo de defenderse de las críticas ajenas consiste en repartir mandobles a diestra y siniestra. Y, sobre todo, irse por los cerros de Úbeda. Tan pronto citan a Espartero como a Marx, el Comunal, la Gamazada y Montejurra. Y siempre barriendo para casa. ¿Qué tendrá que ver Espartero con los asesinados en 1936 por las milicias carlistas?

Se comprende que recordar que el carlismo en Navarra fue base de la preparación del golpe y motor de muchos de los crímenes que perpetraron sus milicias armadas tras el 18 de julio, tiene que escocer. Pero de ahí a sacudirse tal marrón yéndose al paleolítico inferior para justificar el porqué de su locura, resulta cuando menos escapista.

Parecen olvidar que los requetés en el 36 estaban entusiasmados con el golpe. Era para lo que se habían preparado desde la República. Su participación no fue espontánea e irreflexiva, sino producto de una premeditada y alevosa confabulación. “El Pensamiento Navarro” ofrece infinitas páginas del requeté tan entusiasmado y tan exaltado como no lo había estado desde 1834. ¡Volvían a enfrentarse contra un régimen producto del sistema liberal! Lo repetirán una y otra vez. Sin el requeté, los generales golpistas no habrían conseguido machacar la horda moscovita. Isidro Gomá, cardenal primado, lo confirmará en sus informes secretos al cardenal Pacelli, futuro Pío XII: «Nadie tan entregado a la causa como la Comunión Tradicionalista». Así que, si sus abuelos se sintieron orgullosos, ¿por qué empeñarse, ahora, no en negar su entrega a la causa de la santa Cruzada –tarea vana como imposible–, sino en justificar lo que no se puede, asesinar como lo hicieron en retaguardia en nombre de Dios? Ya lo dijo Javier de Borbón-Parma: «lo primero que había que hacer en España era restaurar la civilización cristiana» (“Diario de Navarra”, 9.10.1936).

Lo más lamentable es que su participación criminal en 1936 pretendan difuminarla engarzándola con un largo rosario histórico recordando que una vez fueron víctimas. Eso, o apelando a principios de una causalidad delirante, que van parejos con una interpretación falsa de ciertos hechos.

Si los carlistas en el 36 cayeron tan bajo en el escalafón de la indignidad moral fue por culpa del capitalismo liberal (sic) y de la desamortización de Mendizábal que entregó el comunal a los liberales. A los ricos carlistas, ¿no? También a la Guardia Civil –que se fundó para perseguir al carlismo. Curioso. En el 36 caminaron codo con codo con el instituto armado.

Una tesis tan revolucionaria como la que siempre defendió la teología cristiana. El liberalismo siempre fue pecado y el origen de todas las rebeldías. Si los carlistas se convirtieron en asesinos en la retaguardia en 1936, fue por culpa de esa hidra liberal. Si los carlistas defendieron como nadie el sistema foral –cosa que es falsa, ni fueron los únicos, ni los primeros en hacerlo-– lo hicieron contra los liberales, olvidando que también hubo un fuerismo liberal y que sin este, lo que quedaban de los fueros hubiese desaparecido (Mari Cruz Mina).

Sin embargo, haber sido el capacillo de todas las hostias liberales durante el siglo XIX no parece que les sirviera de escarmiento y propósito de la enmienda. Al contrario. Llegó 1936 y ocuparon con ganas el papel de verdugos. Representaron idéntico papel que antaño ejecutaron sus odiosos enemigos liberales. Pero haber sido víctimas no les exime de sus responsabilidades en la preparación y advenimiento del gran terror franquista. Dicen que «reconocen que asumen y condenan con todas nuestras fuerzas cuantos errores y tropelías nos puedan corresponder». Fascinante. Solo cometieron «errores y tropelías». En cambio, aseguran que «fueron notorios los consabidos crímenes de la II República». Ya.

El carlismo ha tenido más de cuarenta años para condenar este episodio. Pudo enarbolarlo como signo de compromiso con la sociedad y desligarse totalmente del franquismo, contra el que una minoría carlista se enfrentó desde que La Culona los marginó de la mesa del rico epulón. ¿Cuándo los carlistas han mostrado una iniciativa en pro de las reivindicaciones de la Memoria Histórica, en reparación de las víctimas?

Utilizar las suyas como réplica argumentativa es obsceno. Y es falacia. Resulta ridículo en este contexto evocar a Espartero, al ejército liberal que los persiguió hasta torturarlos y matarlos, a la madre del general Cabrera asesinada vilmente, a los deportados a Filipinas, a Montejurra… En definitiva, ellos, también, fueron víctimas y nunca se quejaron: «Nosotros los carlistas hemos sufrimos como nadie. Así que lo comido por lo servido. Las guerras son así. Unas veces te toca de verdugo y otras de víctimas. ¡Qué se le va a hacer!».

Hay que estar muy ciegos para caer en la grosería de comparar de forma equidistante ambos contextos históricos, el de la masacre de los republicanos y socialistas en la retaguardia en 1936 y la persecución de los carlistas en el siglo XIX. No existe tal equidistancia. Hacerla es un agravio.

A quienes recuerdan el papel criminal del carlismo en la preparación del golpe y en la participación de los asesinatos y limpieza política perpetrada a partir del 36, los tildan de «revisionistas, sectarios, revanchistas, falsarios, maniqueos y manipuladores». Y les atribuyen idénticas intenciones que tuvo Franco con el carlismo durante 40 años. Ahora bien, ¿qué parte del discurso, que acusa al carlismo de connivencia con la preparación del golpe y con las masacres llevadas a cabo por sus milicias armadas, presenta esa impronta revisionista, sectaria y revanchista? No solamente se hacen las víctimas, sino que erigen tal circunstancia en eximente en las culpas adquiridas durante el 36. Tal argucia no cuela. Es indigna.

Para colmo, como si el carlismo fuera patrimonio de la humanidad –además de antecedente natural de la «conciencia nacional vasca», y española, ¿no?–, proponen crear un Museo. Y lo quieren gratis. Por la jeta. Eso, sí. Un consejo «científico, aséptico y transversal» formalizará sus contenidos temáticos. Todo un gesto. ¿Quieren un Museo? Páguenlo de su bolsillo. El carlismo para quien se lo trabaja. Sería oprobioso y un agravio que dicho Museo recibiera un euro de las instituciones públicas. Menos aún del actual Gobierno de Navarra. Considérese que, si se lo autofinancian, todo serán comodidades. No tendrán que dar explicaciones a nadie. Pueden llenar sus paredes con grafitis, fotos y fragmentos de Unamuno, de Valle Inclán, de Pla y de Pardo de Bazán y el famoso «artículo fantasma» de Marx. Nadie les pedirá cuentas si no están Baroja, Mari Cruz Mina, Serafín Olave, León Iriarte y Barricart o el fuerismo liberal.

Eso, sí. Recurrir al autor de “El Capital” no sería muy serio. Más bien trágico y cínico. Recuerden. En 1936, los carlistas calificaban a los republicanos como «horda marxista» y «pesadilla marxista». Los carlistas de la Junta Superior de Educación motejaban a los maestros, depurados o asesinados, como «ponzoña marxista». No parece, pues, muy decoroso concitar al señor Marx en este velatorio retrospectivo. Podría levantarse de su tumba y correr a boinazos a quienes utilizaron, su nombre como sinónimo de maldad intrínseca y perversa.

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