César Manzanos Bilbao
Doctor en Sociología, Profesor en la Universidad del País Vasco

Necropoder e imperio militar contra Venezuela

La actual cruzada contra el chavismo, el régimen comunista de Corea del Norte, la causa palestina o saharaui, o el Gobierno Sirio, por citar algunas de las actuales, se erigen en los escenarios donde la razón imperial y el necropoder opera.

La historia es bien sencilla. El capitalismo de la guerra permanente practica una máxima que nos sirve para leer la historia e interpretar lo que ocurre en el mundo: cuando el poder económico no puede apropiarse de las materias primas y las fuentes de energía (principalmente el petróleo) en un determinado país, porque sus gobiernos soberanos ponen trabas al imperio del dinero, es decir, cuando la guerra comercial se encuentra con barreras proteccionistas en los países ricos en estos recursos, se pasa a la guerra militar.

La «razón imperial» y la «necropolítica», como actual forma de gestión de la vida fundamentada en establecer y mantener un control sobre quién puede vivir y quién debe morir, tal y como la define el filósofo camerunés Achille Mbembe, necesitan una justificación que en cada momento histórico ha ido evolucionando. Durante la conquista fue la idea de que los pueblos indígenas no tenían alma, por lo tanto, no gozaban de la categoría de seres humanos y, como eran animales, podíamos exterminarlos. En los procesos de colonización fue la cristianización, en aras de la supuesta superioridad de la cultura occidental judeocristiana. Ahora es la democratización, aludiendo a la supuesta defensa de los derechos humanos y de la democracia en los países donde se interviene para desestabilizar gobiernos constituidos y definidos por el imperio como autocráticos o dictatoriales.

Esto es, ni más ni menos, lo que ocurre ahora en Venezuela. La explicación está en la génesis de las guerras de baja y alta intensidad organizadas por el complejo militar-industrial que mueve la economía-mundo junto con sus industrias centrales asociadas, como son, principalmente, la industria aero-espacial, del transporte, las telecomunicaciones y la audio-visual.

Podríamos citar una larga lista de países invadidos, bombardeados o desestabilizados armando a grupos contrainsurgentes, a lo largo de los últimos dos siglos, incluyendo las dos grandes guerras mundiales. En Latinoamérica, Asía, África y Europa del Este. En todos ellos un denominador común: ser países ricos en recursos naturales imprescindibles para reproducir un modelo socioeconómico opulento para esa minoría de la humanidad (apenas una de cada cien personas) que vive dentro de fortaleza del bienestar y que deciden quiénes y cómo deben vivir o morir.

Ahora, la cruzada mediática, política, económica y, posiblemente, en un futuro, si no triunfa ésta, también militar, se ceba con el actual gobierno venezolano. Se le sataniza, desestabiliza políticamente y se bloquea su economía con el fin de acosarle, aislarle, deslegitimarle y, en última instancia, apropiarse de él, y tan solo por un motivo: el control del petróleo. Lo terriblemente paradójico es que idénticas razones que se esgrimen en este caso, podrían aplicarse a cualquier otro país del mundo que se autodenominase democrático.

Independientemente de que estemos o no de acuerdo con el actual régimen político venezolano o estadounidense, de la visión que tengamos sobre dónde y quién viola los derechos humanos de un modo sistemático, extendido y brutal, independientemente de la interpretación que hagamos sobre si son los países enriquecidos como Estados Unidos, China, Alemania, Inglaterra, Marruecos, Israel o Francia, o son los países diana, a quienes se etiqueta como antidemocráticos y dictatoriales, quienes transgreden los derechos de sus habitantes, lo cierto es que la actual cruzada contra el chavismo, el régimen comunista de Corea del Norte, la causa palestina o saharaui, o el Gobierno Sirio, por citar algunas de las actuales, se erigen en los escenarios donde la razón imperial y el necropoder opera.

Y el objetivo principal del imperio militar es preservar el actual modelo de acumulación capitalista que está generando la depredación de todos los recursos naturales, el asesinato masivo de cientos de millones de personas y la condena a sub-vivir en condiciones infrahumanas y de sufrimiento a la gran mayoría de quienes habitan el planeta. Todo con el único fin de que las élites de poder y sus descendientes, mantengan y reproduzcan sus condiciones privilegiadas de vida.

Por último, en relación con este análisis, quisiera aclarar que, aunque con Chávez en vida estuve en Venezuela en calidad de mero visitante, y, como sociólogo, conozco algo sobre la historia, la política y la evolución de las formas culturales en ese maravilloso país, no podría posicionarme con argumentos sólidos, sobre la situación política y social en el mismo y, mucho menos emitir juicios de valor sobre una sociedad a la que no pertenezco. Eso, en todo caso, habrán de hacerlo sus habitantes sin injerencias externas, pero en ningún caso, ni yo, ni los todólogos e «intelectuales a comisión» que opinan y sentencian en los circos mediáticos al actual estado chavista y, que utilizan cualquier argumento en contra de la política de acoso y derribo contra el actual gobierno chavista para etiquetar a quienes lo hacen de estalinistas recalcitrantes.

Sí tengo argumentos y legitimidad para opinar, sin embargo, sobre la situación social y política en el caso español, y puedo defender que muchos de los argumentos que definen la democracia venezolana como una dictadura democrática, se pueden utilizar, incluso con mayor virulencia, para definir la democracia española como una dictadura monárquica disfrazada de democracia. Un ejemplo. En España se documenta cada año, y existen sentencias firmes, sobre abusos policiales, torturas o muertes bajo custodia institucional, y, no por ello, se utiliza este argumento para definir el régimen político español como dictadura a derrocar, siendo éste uno de los argumentos más exprimidos para deslegitimar al Estado venezolano actual. Por cierto, llegando al extremo de haberse exhibido fotografías, por parte de la propaganda antichavista, de torturados vascos por la policía española, imputando dichas torturas a la policía venezolana, a la cual, no seré yo quien la defienda, debido a mi desconfianza preventiva hacia cualquier policía y, por extensión, poder ejecutivo con capacidad de escaquearse del control garantista sobre su modus operandi y, de esto, saben mucho todas las policías del mundo.

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