José Ramón Mariño
Economista

No a la firma de los tratados de libre comercio

Escribió Tom Friedman (periodista y tres veces premio Pulitzer) que el rebaño electrónico (financieros y especuladores que pueden mover miles de millones en un instante) obliga a los países a ponerse una camisa de fuerza dorada, tejida con reglas fijas: libre comercio, mercado de capitales libres, libre empresa, sector público pequeño en tamaño y regulación. Si a tu país aún no le han tomado las medidas para hacerle una, lo harán pronto.

Los tratados de Comercio e Inversión en negociación con EEUU (TTIP), el pendiente de firma y ratificación con Canadá (CETA) y el Acuerdo de Comercio de Servicios (TISA) son claves en esta estrategia. Mientras parece que defendemos nuestra soberanía y democracia y a su vez firmamos tratados comerciales y de inversión como si fuese el orden natural del mundo, vamos directos al desastre.

En general los acuerdos comerciales han incrementado el poder y los beneficios del capitalismo transnacional a costa del incremento de la inestabilidad económica y el deterioro de las condiciones medioambientales, laborales, vitales del conjunto de la ciudadanía. Sabemos que la evidencia establece que no hay relación automática e inexorable entre la apertura comercial y el crecimiento, y que este no se convierte necesariamente en empleos y salarios. Y como está claro las ganancias de la globalización las captura el capital y las corporaciones transnacionales. Todo ello a pesar de los discursos triunfalistas que proclaman beneficios sin fin debidos al libre comercio y la desregulación. Y sí hay producción de cierta riqueza, pero la ciudadanía sufre en todos los sitios consecuencias similares, entre ellas el incremento del desempleo, el empeoramiento de las condiciones de vida y de las condiciones laborales y el aumento de las desigualdades, al margen de que la clase trabajadora está cautiva de este proceso cada vez más trasnacional y unificado de acumulación de capital que acaba generando enfrentamientos entre los propios trabajadores (Hart-Landsberg). En definitiva el capitalismo como sistema internacional socava más que promueve los intereses de la clase trabajadora, tanto en los países desarrollados como en los en vías de desarrollo.

El núcleo duro neoliberal plantea una visión armónica e idealizada del libre comercio y la competencia internacional que nos llevará a un mundo armonioso y estable, aunque reconocen que algunas personas pueden resultar perjudicadas y que si se producen cambios de tamaño de la población, tecnología, etc., nuevos ajustes nos llevarán a la misma armonía. Y lamentablemente esta batalla de las ideas la están ganando. Debemos demostrar que el modelo neoliberal funciona como cobertura ideológica de la promoción de los intereses del capital y de las corporaciones transnacionales y no como un marco científico de análisis. Y debemos preguntarnos: si algunos ganan (ya sabemos quiénes) y las mayorías perdemos, ¿cómo podemos hablar de ganancias del libre comercio?

Como hemos comentado la Unión Europea está inmersa en la negociación y/o firma y ratificación de varios tratados comerciales de libre comercio e inversión, entre los que destacan la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP) que se está negociando con los EEUU; CETA, que está en proceso de firma y ratificación con Canadá; y el Acuerdo de Comercio de Servicios (TISA), que se negocia en un marco en el que participan la UE, EEUU y otros países (50 en total).

Estos tres tratados de nueva generación pretenden eliminar no solo las barreras arancelarias, sino que su pretensión alcanza de manera preferente a las barreras no arancelarias y regulatorias, bajo el argumento ideológico de que la regulación pone cargas sobre el funcionamiento de una economía de libre mercado. Son acuerdos vivos, en el sentido de que se proponen procesos permanentes de cooperación regulatoria, con la pretensión de descartar las opciones legislativas que crean que suponen un coste «innecesario» para el comercio. Y no debemos olvidar que las barreras no arancelarias y las regulaciones protegen las preferencias colectivas de una sociedad, son por sí mismas potenciadoras de bienestar, en tanto que defienden objetivos de políticas públicas, algunas vinculadas a elementos vitales sensibles como los medicamentos, el medioambiente, la alimentación, los derechos laborales, los servicios públicos, etc. En definitiva, defienden el estado de bienestar del que gozamos y que tantas luchas y esfuerzos nos han costado. Sirva como ejemplo paradigmático el evidente riesgo al que el principio de precaución está sometido, se diga oficialmente lo que se diga. En definitiva, la función democrática de los parlamentos y la sociedad civil, que debe de participar en el debate público y consulta de las regulaciones, se reducirá de manera significativa en las estructuras burocráticas creadas y no sometidas al escrutinio público. E incluyen los tribunales de arbitraje de diferencias inversor-estado. Y aunque se incorpore la nueva visión de estos tribunales (ICS), su esencia se mantiene vigente: asimetría, derecho duro-derecho blando, privilegio inversores extranjeros, etc. En conclusión, ofrecen a los inversores extranjeros un estatus especial injustificado con respecto a los otros actores del mercado y de la sociedad.

No olvidemos tampoco que los principales argumentos oficiales de defensa de los tratados: crecimiento, creación de empleo y apoyo a pymes han sido analizados en profundidad y demostrado que son inexactos, sobredimensionados, cuando no falaces.

Por lo tanto hay que impedir la firma de estos tratados y establecer nuevos procesos en los que la transparencia de los documentos y los procesos sea total; que se establezca un sistema de consultas regulares y abiertas con el Parlamento Europeo, de los estados y de la sociedad civil; no transferencia de competencias legislativas a organismos burocráticos ni al sector privado; aplicar enfoques de liberalización comercial que tengan en consideración las preferencias de los ciudadanos de la UE con respecto a la protección de los servicios públicos, de la política agraria, la soberanía alimentaria, fracking, y un largo etc.; aprender las lecciones de la grave crisis financiera y establecer severas regulaciones en estas áreas; establecer claramente prioridades a favor de los países menos desarrollados; deben recogerse disposiciones vinculantes relativas al cumplimiento de los derechos humanos y deben rechazarse los mecanismos de arbitraje entre los inversores extranjeros y los estados.

La doctrina neoliberal ha diluido las ideologías tras el concepto «mercado», que se ha consolidado como modelo social y económico dominante, y sus sumos sacerdotes nos prometen riquezas en este mundo sin fronteras (para los capitales y mercancías, no para las personas) y globalizado (globalización de la producción y mejora de la competitividad vía traslado de estructuras productivas hacia donde los costes laborales, la laxitud de la legislación medioambiental, laboral, social y fiscal permiten producir de forma más barata). Su objetivo es desarrollar la actitud fútil del ser humano, que lo hace desinteresado hacia el mundo que lo rodea, eligiendo la superficialidad, la falta de profundidad y una marcada preferencia por el placer inmediato y la ausencia de compromiso. Hoy el sujeto sometido no es ni siquiera consciente de su sometimiento, se cree libre (Byung Chul Han).

Y cada vez queda menos margen para permanecer al margen.

Así que el reto de nuestra sociedad es el de reunir el coraje mental para dar el salto hacia lo desconocido, debemos empujar las posibilidades hasta sus límites y ser sujetos activos en vez de abejas obreras. La sociedad en la que vivimos es esta, y hemos contribuido a hacerla así, por acción u omisión. Y el día 5 de noviembre es un buen paso en esa dirección, porque queremos decidir, y decir no al TTIP, CETA y TISA.

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