Oskar Fernandez Garcia
Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación

Octubre de 2017: una efeméride sin precedentes

Doce años después lo imposible, la utopía soñada, se hizo realidad, cambiando y transformando completamente la atrasada, deshumanizada, feudal y tiránica Rusia zarista. La fuerza de la Revolución de Octubre fue tan inmensa, descomunal, atractiva y esperanzadora que su influencia y magnetismo se extendió por toda la faz del planeta.

Probablemente el próximo mes de octubre, en el que se cumplirá un siglo desde que se llevó a cabo la Revolución de Octubre de 1917, por parte del pueblo ruso, prácticamente, no pasará desapercibida en ningún lugar del planeta; debido a que esa revolución constituyó uno de los mayores hitos en la historia de la humanidad.

Por primera vez se materializaba la utopía socialista, instaurando una democracia participativa real, la igualdad entre los seres humanos, la abolición y supresión de las clases sociales, la paz y la libertad.

Una revolución llevada a cabo por la «Acción colectiva de millones de hombres y mujeres comunes y corrientes» que logró «Conmover los cimientos mismos del sistema capitalista mundial y a punto estuvo de demolerlos».

Al igual que hace un siglo un pueblo, asentado en la Europa del este y sobre las inmensas y dilatadas extensiones y planicies del norte de Asia, fue capaz de alzarse sobre su condición de súbdito, siervo, explotado y oprimido trabajador, tomando conciencia sobre su aterradora condición de semi esclavitud –tanto en el campo como en las terribles y brutales fábricas de las ciudades– organizándose, luchando hasta acabar con una autocracia, representada por una de las monarquías más despiadadas y abyectas del siglo XX, la dinastía de los Románov –concretamente contra Nicolas II–. También ese pueblo fue capaz de derrotar a los diferentes gobiernos reaccionarios y contrarrevolucionarios hasta llevar a cabo la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo. Igualmente en Europa –en este caso en el sur– y un siglo después, un pueblo, el catalán, se ha alzado sobre su condición de comunidad sometida y relegada a los designios y caprichos de un gobierno absolutamente desacreditado, corrupto y completamente ilegítimo, para hacerse dueño de su presente y futuro.

Como en todos los acontecimientos históricos, también en estos dos casos, se dan una serie de concomitancias.

La Revolución de Octubre, impulsada y guiada por el partido Bolchevique y la encomiable organización de los Soviets, llevaba interminables décadas luchando contra el despiadado sistema zarista.

El primer episodio de confrontación abierta y violenta de la autocracia contra el «Narod», es decir contra el pueblo ruso, tuvo lugar el 14 de diciembre de 1825. Los soldados debían pronunciar juramento de lealtad al zar Nicolas I. Durante interminables horas los rebeldes se enfrentaron a las tropas leales al soberano. Se les conminó repetidamente a rendirse y ante su constante negativa fueron sometidos bajo los mortales proyectiles de una batería de cañones. Así terminaba la revuelta «Decembrista» de San Petersburgo. Pero las semillas de la insumisión, la rebeldía y las ganas de librarse de las pesadas, opresivas y asfixiantes cadenas, germinarían y brotarían lentamente, pero con una fuerza inusitada e imparable.

Ochenta años después, tras décadas de organización y lucha, comienza un proceso revolucionario irrefrenable. Empezaba a fraguarse una lucha, cuyo punto de inflexión y no retorno se situó en el año de 1905.

El 9 de enero, en San Petersburgo, se produjo un hecho tan estremecedor, violento y aterrador que cambió la forma de ver y percibir su país a millones de personas e igualmente cambió para siempre la percepción que tenían, hasta ese momento, sobre la imagen y la autoridad del zar Nicolás II.

En los albores del siglo XX las condiciones de la clase trabajadora (hombres y mujeres) en las inmensas fábricas de la capital rusa eran deplorables e inhumanas. Jornadas extenuantes y salarios de auténtica miseria. Los barrios donde se hacinaban, los pisos que habitaban, sus condiciones de vida eran tan lamentables y vejatorias como las condiciones en las que se veían forzados y forzadas a vender su fuerza de trabajo.

Ese lejano y estremecedor domingo, 9 de enero de 1905, diferentes columnas de trabajadores, integradas por hombres, mujeres y niños, partieron desde varios barrios de la ciudad, vestidos con sus mejores galas, portando iconos de la Virgen, retratos del zar Nicolas II y entonando himnos. Iban a implorar, a rogar al «padrecito» que intercediese por todos ellos para que sus miserables vidas y sueldos mejorasen. Doscientas mil personas marchaban por calles y puentes, confiadas y decididas, para confluir en el Palacio de Invierno y llevar sus justas e inaplazables reivindicaciones al zar de todas las rusias.

La respuesta del gobierno fue lanzar a los cosacos contra la multitud. Se produjo una desbandada generalizada. Caían mortalmente heridos bajo los estremecedores golpes de los sables y quienes lograban huir, de las brutales embestidas de la caballería, caían abatidos ante una lluvia incesante de balas disparadas por formaciones de soldados. La blanca nieve que cubría San Petersburgo se transformó en un inmenso manto rojo, tejido por la sangre, probablemente, de más de mil víctimas mortales. Aquella horrible y aterradora masacre fue conocida como el «Domingo Sangriento».

El punto de inflexión y no retorno, en la encomiable y extraordinaria lucha del pueblo ruso por su supervivencia y dignidad, había quedado indeleblemente marcado a sangre y fuego en el corazón y en la mente de millones y millones de personas.

Doce años después lo imposible, la utopía soñada, se hizo realidad, cambiando y transformando completamente la atrasada, deshumanizada, feudal y tiránica Rusia zarista. La fuerza de la Revolución de Octubre fue tan inmensa, descomunal, atractiva y esperanzadora que su influencia y magnetismo se extendió por toda la faz del planeta.

Así como la Revolución de 1905 supuso un camino irreversible hacia la emancipación y la libertad del pueblo ruso, el «NO» descarnado, imperialista y colonialista del Estado español al nuevo estatuto, aprobado por el Parlament de Catalunya el 30 de setiembre del 2005, con el 91,85% de los votos favorables, y nuevamente otro rotundo «NO», a una nueva propuesta de estatuto, en este caso pactado entre CiU y el PSOE, aprobado por el Parlament en marzo de 2006, pero con menos votos que en septiembre de 2005, el 71,85%, suponían igualmente un punto de inflexión y no retorno.

Y al igual que transcurridos doce años, desde el «Domingo Sangriento», el pueblo ruso lograba asombrar, estremecer y conmover al mundo; el pueblo catalán, también transcurridos los mismos años, doce, desde el rotundo, despectivo e impositivo «NO» al estatuto de 2005 y al inmediatamente posterior, se sitúa en un momento histórico en el que puede hacerse con las riendas que le conduzcan a la independencia y a la creación del soñado, anhelado y deseado Estado catalán, instaurando una república catalana, libre y soberana en el concierto internacional de naciones independientes.

Esta sería la lógica conclusión y natural epílogo a la denodada, paradigmática y encomiable lucha que ha llevado la sociedad catalana en post de su emancipación de las tiránicas y aborrecibles cadenas coloniales del Estado español.

Con los primeros compases del siglo XXI, el pueblo catalán comienza una rápida y exponencial lucha por la recuperación de los derechos que tres siglos antes fueron masacrados y aplastados bajo el insoportable, inhumano y despiadado sitio a Barcelona y posterior sometimiento a toda Catalunya, era un fatídico 11 de setiembre de 1714, por las tropas de Felipe V (primer rey de la Casa de Borbón en el Estado español).

En el año 2003 finalizaba la era de Jordi Pujol y en el Parlament aparece una mayoría formada por PSC, ERC e ICV-EUiA.

El 13 de setiembre del 2009, se lleva a cabo la primera consulta sobre la independencia en el municipio de Arenys de Munt.

El 28 de junio del 2010 se publica la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía del 2006, generando una manifiesta disconformidad y rechazo entre amplias capas de la sociedad catalana. La reacción del pueblo no se hizo de rogar. El 10 de julio del 2010, Ómnium Cultural convocaba en Barcelona una manifestación nacional, bajo el lema «Somos una Nación. Nosotros Decidimos». «Fue respaldada por los partidos que apoyaron el Estatuto, los sindicatos mayoritarios y cerca de 1.600 entidades. La marcha iba encabezada por la máxima representación del poder legislativo y del ejecutivo. Se consideró la manifestación más multitudinaria en la historia de Catalunya hasta esa fecha». Pero el Estado español continúo impertérrito, beligerante y arrogante tras esa inefable trinchera fascista de la indivisible unidad española. Concepto, sentimiento e ideario sociopolítico heredado directamente de la cruel y brutal dictadura franquista.

En las elecciones autonómicas de 2010 el «Derecho a decidir» se convierte en eje fundamental en los programas electorales y en los debates de las formaciones independentistas. ERC pedía un referéndum de autodeterminación en su programa electoral.

En la Diada del 11 de setiembre de 2012, el pueblo catalán, nuevamente sale a las calles, lleno de ilusión y esperanza tras el lema, que con absoluta rotundidad expresaba sus deseos «Catalunya, nou estat d´Europa». Dos millones de personas fue la cifra dada por los organizadores. 
El 27 de ese mismo mes y año, el Parlament aprueba realizar un referéndum.

El 25 de noviembre de 2012, comienza la décima legislatura del Parlament. La mayoría está integrada por CiU, ERC, ICV-EUiA y CUP.

El 23 de enero de 2013, el Parlament solemnemente da a conocer la "Declaración de Soberanía y del Derecho a Decidir del Pueblo de Catalunya". El ocho de mayo de 2013, el Tribunal Constitucional suspendió cautelarmente esa declaración. El 25 de marzo de 2014, la declara «inconstitucional y nula». 
En la Diada de 2013, la Asamblea Nacional Catalana organiza «La Vía Catalana hacia la Independencia»: una cadena humana de cuatrocientos kilometros a lo largo de Catalunya, de norte a sur.

El doce de diciembre de 2013, El President de la Generalitat anuncia el referéndum para el 9 de noviembre de 2014. 
En la Diada de 2014, la ANC y OC organizan una manifestación que asombrará al mundo. Bajo el lema «Ahora es la Hora, Unidos por un País Nuevo». Una vez más una cantidad ingente de personas forman una gigantesca V que sugiere y simboliza la «Voluntad» de un pueblo por «Votar» y alcanzar la «Victoria».

El Gobierno, los partidos de la aborrecible transición, sus adláteres, la inmensa mayoría de los medios de comunicación… continúan inamovibles, insensibles, arrogantes y desafiantes; poseen el sacrosanto talismán de la ilegítima Constitución de 1978 y el Tribunal Constitucional, exactamente igual de ilegítimo, que les protege y les mantiene en su dictatorial estatus.

El nueve de noviembre de 2014, a pesar de todas las amenazas, veladas y manifiestas de un Estado intransigente, intolerante y opresivo, se llevó a cabo la «consulta» al pueblo catalán. Mayoritariamente se optó por un estado propio e independiente.

Constituyó un ensayo sumamente esperanzador y un acicate para la realización de un definitivo y determinante referéndum de independencia.

En la Diada de 2015, se llevó a cabo nuevamente una manifestación multitudinaria bajo el lema «Vía Libre a la República Catalana». Nuevamente, un pueblo decidido, unido y entusiasta asombraba al mundo por su extraordinaria capacidad de organización.

El 27 de setiembre de 2015, comienza la andadura de la XI legislatura y el proceso de constitución de la República Catalana. Transcurrido, exactamente, un mes de legislatura, el 27 de octubre de 2015, Junts pel Sí y la CUP registraron en el Parlament una propuesta en la que instan a «Declarar solemnemente el inicio del proceso de creación del Estado Catalán independiente en forma de república».

El 1 de octubre el pueblo catalán tiene en sus manos, casi en exclusividad, la posibilidad de comenzar la andadura definitiva a la creación de una República Catalana libre, soberana e independiente. Generará, sin lugar a dudas, asombro, perplejidad, empatías y millones de radiantes sonrisas.

Van a necesitar todo tipo de ayudas; tanto desde la Península Ibérica, Europa y el restos de continentes, y adhesiones a su legítima y loable causa desde diferentes y diversos ámbitos: político, sindical, asociativo, académico, cultural…

La solidaridad –principio esencial de la izquierda revolucionaria– y el entusiasmo que debiera de generar en cientos de miles y miles de personas que un pueblo, mayoritariamente, haya decidido alcanzar las máximas cotas de autonomía: la independencia, debiera de generar en el Estado español una constante, dinámica y creciente ola de manifestaciones a favor, de todo tipo de actividades y de múltiples y diversas expresiones de solidaridad con un pueblo que está a punto de transformar la utopía en realidad, creando un precedente histórico para toda Europa y el mundo entero, y que además irradia alegría desbordante.

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