Antonio Alvarez-Solís
Periodista

¿Rescate o compra? (La goleta de los esclavos)

Malo es el navegante que no deja estela. Tengo para mí que el Sr. Tsipras ha combatido ejemplarmente, pero si sigue en el sillón del timonel nos va a dejar sin recuerdo de su magnífico arranque y tan vacíos de esperanza como antes

En Grecia la Europa germanizada no ha hecho solo un negocio más, de perfil especulativo, con la deuda griega, una operación concreta con precio intervenido –lo hace así todos los días y en todos los países–, sino que ha comprado una nación completa que retrocede, mediante tal mercadeo, de la intentada y difícil libertad política a la esclavitud secular en todos los sentidos. Estamos, pues, ante una operación colonial; una operación de dominio mediante la cual Grecia ha retornado en cuatro días del reencuentro consigo misma a la tiranía, esa mezcla de corrupción y miedo que caracteriza al tirano. ¿Ante la calidad de la acometida dónde están los políticos notorios o la gran prensa internacional que denuncien este asalto?


Como ha manifestado el dimisionario Sr. Varoufakis, en Bruselas obviaron los argumentos económicos y humanos de Atenas en torno a la deuda para insistir a secas en la necesaria e incondicional rendición política del adversario. Nos hallamos frente a una operación que tiene casi un perfil militar. Los griegos, salvo los que traicionan todos los días a su propio país desde el interior del mismo, han sido realojados de nuevo en la sentina de la nave negrera. Se trataba de eso. Ahora añadan los acres y despóticos vencedores la retórica lateral jurídico-financiera que deseen ante estas palabras. Se trataba, en suma, de segar el único brote democrático que se ha dado en las tierras europeas tras la debacle del 39 con el encontronazo de los dos fascismos: el financiero y el racial. Y para protagonizar este liberticidio se ha elegido la guadaña alemana, afilada y fría. ¿Pero por qué Occidente ha dejado tan delicado asunto en manos alemanas? Yo creo que se trata de una política donde cuenta mucho el prestigio de la marca. Se juzga según quien interviene. El crimen necesita limpiar el cuchillo de la degollina con una alta dosis de renombre cultural. Y los depredadores del Atica saben de antiguo la fama de madurez cultural que tiene todo lo alemán. Oh, sí; dirán ahora los puristas que Alemania posee un fondo culto que le ha permitido nada menos que depurar su genocidio de hace setenta años. Al parecer, un puro error aquel error, al fin superado merced a la culta explicación alemana. ¡Atentos; avisan los alemanes y sus corifeos que aquello fue algo singular acontecido en un momento singular por un loco singular! Alemania, añaden, es otra cosa. Pero toda esta manipulación intelectual es falsa; absolutamente falsa.


Alemania es el ejemplo más claro del entendimiento fascista de la cultura, tan frecuente en el mundo que vivimos desde el surgimiento del capitalismo, que funciona mediante una minoría que maneja una estructura de abstracciones intelectuales elevadas –en ese aspecto la nómina germana de pensadores resulta deslumbrante– sirviendo de sombrilla sugestiva a una nación que opera siempre al límite de la violencia popular más primitiva. Son bárbaros en la corte del rey Arturo.


Para adquirir evidencia de lo que denuncio, sírvanse los lectores hacer un elemental repaso al sumario de sutiles talentos alemanes en paralelo a la violencia ejercida por las masas germánicas. Resulta muy complicado psicológicamente acusar a un pueblo de barbarie cuando está amparado por la alta capacidad filosófica de su nómina de cerebros. Cabe añadir, no obstante, que esa nómina de sabios acaba poniéndose con repetida frecuencia al servicio de los caudillos que mantienen por su parte una poblada barbarie de procedimientos, tan habituales en la historia alemana. Inglaterra es otro ejemplo que hay que sumar a la doble hélice que acabo de indicar sumariamente. Y Norteamérica, añadamos de paso, es la más brillante heredera del oscuro connubio social germano-británico.


Ahora, dicho lo anterior urgente y sumariamente, volvamos al indescriptible escándalo moral suscitado en torno a la naufragada intentona democrática griega.


Tsipras es plenamente consciente, su inteligencia resulta sencillamente perceptible, de esta realidad final de la tiranía triunfante frente a la razón de rodillas cuando alega para seguir en la gobernación griega que ha hecho lo que ha estado en su mano para evitar los dictados de Bruselas. Tristemente ha expuesto en los foros griegos que él no es más que un dolorido administrador de la derrota. Pero ante esa manifestación, en que se mezclan inaceptablemente la modestia sobada con una insinuada y condenable vanidad de gobernante –«si no me apoyan ustedes no podré seguir de primer ministro»– cabe preguntarse si el menester político debe seguir rigiéndose por tan elementales maquiavelismos, al fin condenatorios del pueblo. La limpieza de la política no solo está en una nítida forma de llegar sino en una ejemplar forma de irse.


En suma, con una limpia forma de irse con decoro tras el fracaso también se sirve al pueblo en su lucha por vivir dignamente –si es que puede llamarse vida a vivir de otra forma. El gobernante ha de evitar, en pro de una herencia ejemplarizante para el común –y me permito poner estas honradas palabras al servicio del Sr. Rajoy, en su innovador afán por purificarse ante la ciudadanía– que se le aplique aquella herida frase de Nietzsche: «Mirad cómo se encaraman estos ágiles monos. Se encaraman unos sobre otros y se arrastran así por el cieno y el abismo».


Malo es el navegante que no deja estela. Tengo para mí que el Sr. Tsipras ha combatido ejemplarmente, pero si sigue en el sillón del timonel nos va a dejar sin recuerdo de su magnífico arranque y tan vacíos de esperanza como antes. Normalmente detesto a los héroes –soy hombre de garbanzo y municipio–, pero amo a los santos surgidos de sí mismos ¿Y qué es la historia provechosa sino una memoria admirable de esos alzados seres que tocan el aire con un metal de campana cuando llega la hora de reconocer la derrota? Comprendo que un griego que ha combatido a pecho descubierto, hombro a hombro con su adalid, frente a los Estados corrompidos por los egoísmos particulares que quieren reducirle a cenizas, aspire a ser el Cirineo de un maltratado Sísifo, al que parece decirle con su decidido apoyo en la calle «Admiro su voluntad de enfrentar a los poderes y tomo nota de su dramática derrota, pero ahora déjenos a nosotros la pesada empresa de subir la piedra con la que usted ya no puede». Y no trato de llamar arrebato al servicio de una voluntad heroica sino, simplemente, a proseguir la lucha serena para encontrar el día nuevo con piloto distinto. Hay que irse cuando corresponde, Sr. Tsipras, porque como escribió el místico «mejor huele a Dios la humildad flaca que la virtud soberbia». Y cito a Dios como signo total de los valores con que uno ha venido al mundo. Conste esta aclaración a los maliciosos guardas de la secularidad postmoderna, que suelen oír sermón de seda en la capilla de los mercados.


De la guerra griega ha de quedar la guerrilla tenaz, pues el remedio de nuestros sufrimientos no se aviene con la bandera blanca. Hay que decir a los alemanes algunas cosas acerca de lo que sea una aceptable modernidad y una ganancia decente. Que hagan negocios, pero sin manipular la arboladura de la goleta negrera.


Sr. Tsipras: No juegue usted con el heroismo de su pueblo ni pretenda con su postura encabezar una gran izquierda europea. Esa presunta izquierda sufre hoy, con su postura, otra lanzada de muerte en su costado.

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