Antonio Alvarez-Solís
Periodista

¡Viva la república!

Lo que nace de la ilegitimidad no puede ser legitimado con los años. El ADN de la tiranía se transmite inevitablemente. Esto es lo que me lleva a decir que solamente un regreso a la República –luego ya hablará el pueblo– puede rescatar España de su postración.

Es 22 de noviembre de 1975. Mediodía. Poniendo su mano derecha sobre los Evangelios que le muestra el presidente de las Cortes, Rodríguez de Valcárcel, el que será rey dice: «Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las leyes fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional». Ahí empieza la  ilegitimidad del poder actual –dos días antes moría el Genocida– que hoy se culmina con la agresión a la libertad del pueblo catalán.

27 de noviembre del citado año. En una misa del Espíritu Santo celebrada en los Jerónimos de Madrid el cardenal Tarancón –que dio al olvido la blasfemia de bautizar como Cruzada un atentado gravísimo a los derechos humanos de un pueblo– ungía majestuosamente al sucesor de un genocida que deshonró mil veces a la Iglesia española haciendo tender nada menos que el palio sagrado sobre su cabeza de triple traidor a la jurada bandera y a la libertad y la legitimidad republicana y de quién el nuevo rey –que rompió la dinastía condenando al exilio a su padre– dijo esto: «Una figura excepcional entra en la historia». Hoy esa figura se ha reencarnado miniaturizada en otro gallego nada excepcional, por cierto, que ha pervertido la moral propia de las leyes, usándolas, así como a sus administradores togados, para impedir el proceso creador de la libertad.

Hay algo que quiero añadir antes de seguir adelante y que espero sea protegido por la tantas veces voceada libertad democrática de pensamiento: lo que nace de la ilegitimidad no puede ser legitimado con los años. El ADN de la tiranía se transmite inevitablemente. Esto es lo que me lleva a decir que solamente un regreso a la República –luego ya hablará el pueblo– puede rescatar España de su postración. Solamente por este camino de respeto al pueblo recuperarían los socialistas, y hablo con muchas dudas, algo de su vieja y dilapidada herencia y los seguidores de organizaciones como Ciudadanos podrían salir del armario para hacer decentemente identificable su fascismo. De los comunistas que vendió Carrillo a Felipe González por cuatro reales de poder y amortización de deudas prefiero no decir ni una palabra. O España recupera su vieja ambición republicana o seguirá siendo una explotación ganadera. Debo a mis lectores estas palabras como cristiano viejo y comunista honrado. Unas palabras que me obligan a cumplimientos de presente y a rechazar atajos por donde siga circulando la mentira múltiple. En esta voluntad de hablar en la calle y a pleno aire me uno, como ya hice otra veces cuando actuaba en política, a la trasparencia libertaria que una vez más queda reflejada en este comunicado de la CNT sobre el golpe de Estado contra la democracia que ha decidido el Sr. Rajoy con empleo incluido de la Guardia Civil: «Los sindicatos de la CNT de Catalunya y Balears queremos hacer público nuestro posicionamiento a favor de la autodeterminación del pueblo catalán. Nuestra lucha cotidiana no está enfocada hacia la creación de nuevos Estados o iniciativas parlamentarias. Aún así no podemos quedarnos mirando para otro lado cuando las personas son atacadas o represaliadas por parte de cualquier Estado, que en este caso se ha quitado la máscara para revelar su auténtico carácter autoritario y postfranquista». Como anotación al margen sirva esta cita como homenaje a la memoria de Federica Montseny con la que tuve amistad leal y compartí actos siendo yo miembro del comité central del Partit dels Comunistes de Catalunya. Eran días de esperanza republicana.

Pese a todo y en un mundo corrompido por la peor derecha es momento para revivir una República que nos conduciría a un nuevo escenario político que no sólo restauraría la justicia social –o al menos le abriría un cauce valioso– sino que tendría un papel de incitación en otros países, principalmente europeos y mediterráneos, uncidos a regímenes de explotación crecientes mediante la dictadura globalizadora. Ya no nos valen ni medias palabras ni medias ideas. Precisamos funcionar en el marco de un gran movimiento republicano para actuar con eficacia en pro del cambio de modelo de sociedad. Rodeados de fascismo por todas partes, que se cobija en su mayor parte y arteramente en partidos institucionales, hay que buscar un hilo eficazmente conductor en el laberinto. En definitiva se trata de que el futuro advenga con un orden muy consciente de su navegación y con ahorro precisamente de mucha sangre, que hoy corre desbordada en todos los cauces de la globalización. No podemos contar con la clase dirigente, hoy formada por plutócratas, ni con izquierdistas con el corazón cambiado de hemisferio, ni debemos escuchar a retóricos de medio pelo,  ni hermanarnos con trabajadores excluyentes de sus hermanos, ni renunciar a la constante denuncia de organizaciones que funcionan en los desagües de los Estados porque se saben protegidas por leyes sinuosas e intereses de casaca bordada. Hay que hablar simple y honradamente para demostrar de una vez que a los españoles, superando lo que tan sabiamente escribía Ortega, ya no nos pasa eso de «que no sabemos lo que nos pasa». Sabemos perfectamente lo que nos pasa, pero hay que ser ficha en el juego. Hay que estar ahí. ¿Y cómo lograr en España todo esto sino es amparados por la fuerza republicana de la calle insumisa? República, República… No hay que temer que nos acusen de rebelión los togados del Sr. Maza, sino que hay que ser poderosamente rebeldes. La cárcel es en España, inveteradamente, el único lugar seguro para hablar de libertad. Fuera reina el silencio. Una paradoja más de este pueblo convertido inmemorialmente en colonia de sí mismo. Quizá los sucesos de que soy testigo sean los que me devuelven la esperanza al ritmo de “L’Estaca”, esa marsellesa de mi querido Lluis Llach, «un home de bé».

La unidad de España, que ha movilizado en favor de sus dirigentes masas que habitan tierras martirizadas por la inacción y la pobreza, no es más que un sostén de los explotadores que trató de eliminar la República abriendo escuelas con una energía casi milagrosa que acabaran con un analfabetismo generalizado –de ahí el odio franquista a los maestros–, mejorando la organización agraria de tierras agónicas en los latifundios de propietarios que sesteaban en Madrid, elevando los jornales básicos, dando a las organizaciones sindicales poderes de intervención, despertando el entusiasmo popular por los mensajes de los poetas, creando infraestructuras básicas como el Plan de Riegos del Cíjara en la Extremadura muerta –plan que se apropió Franco como Plan Badajoz–, reordenando el Ejército para su vida en la modernidad… Todo eso en los dos primeros años republicanos, arrasados luego por unos bárbaros que enseñaron de nuevo a una población desangrada a educar a sus hijos en la admiración de un pasado que sembró las tierras derrotadas en el 36 de monumentos a quienes habían destruido la posibilidad de modernización en una España siempre temerosa de perder a los vascos o a los catalanes como el único motor de vida en España. Solamente un dato que confío a mi memoria de lector impenitente: cuando se produjo el «Alzamiento» el saldo de la deuda financiera de Madrid respecto a Catalunya daba un resultado favorable de 12.000 millones de pesetas en favor de la tierra catalana, que convirtió en ciudadanos conscientes a millares de inmigrantes de Andalucía o Extremadura. Madrid se ha dedicado durante siglos a fabricar funcionarios. ¿Comprenden los lectores mi «¡Viva la República!»?

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