Oskar Fernandez Garcia

La campaña electoral les hace transparentes

Los partidos de la casta –esas agrupaciones obscuras, de personas que viven absolutamente ajenas a los padecimientos de todo tipo e índole que sufren los estratos más desfavorecidos de la población, y que sólo en periodos electorales intentan acercarse a esa ciudadanía con la exclusiva intención de extraerles un voto– tienen un denominador común desde el punto de vista histórico, político, sociológico, lingüístico y dialéctico, que les define y conceptualiza como auténticas organizaciones parasitarias e inmensas y pesadas losas sobre los hombros de la clase trabajadora.

El discurso, siendo muy condescendiente empleando este término, de todos esos partidos es absolutamente tedioso, insufrible, abominable y despreciable. La argumentación razonada, con datos, ejemplos, referencias a hechos y situaciones se ve desvanecida y sustituida por un conjunto anodino de vaguedades, generalidades, utilización reiterada y machacona de términos muy del gusto del sistema, que les alimenta y les mantiene.

Su pobreza dialéctica, la increíble falta de un léxico rico y variado, les sitúa a nivel de parvulario. La mentira, la infamia, el insulto, el exabrupto forman parte significativa de sus comparecencias públicas. La falta absoluta de un mínimo convencimiento en lo que prometen, proyectan o anhelan es tan evidente en sus alocuciones que les hacen patéticos. La mortecina cadencia, el anodino ritmo, la falta de fluidez verbal en las exposiciones, sus formas, sus gestos e imposturas les vuelven completamente insoportables.

Por estos lares de vascongadas y también en Nafarroa, la inmensa mayoría de las agrupaciones políticas no son en absoluto ajenas, evidentemente, al conjunto de características expuestas en los párrafos anteriores. El discurso de Idoia Mendia, de Javier Esparza, de Markel Olano, de Iñigo Urkullu, de Andoni Ortuzar… es tedioso e insoportable, carente de rigor sociológico, político e histórico, y alejado diametralmente de la veracidad de los hechos que, banalmente, intentan denunciar. Sus exposiciones, juicios y críticas –como en el caso de Esparza sobre los y las candidatas de EH Bildu– son de juzgado de guardia, o las absolutamente infundadas y miserables acusaciones de los jeltzales sobre el Ayuntamiento de Donostia y la Diputación e Gipuzkoa son execrables y repudiables.

¿Cuándo han hecho esos partidos algo que haya transformado las condiciones de vida del pueblo, al que ahora intentan arrancarle el voto? Los dirigentes y cuadros políticos del PNV –que llevan más de un cuarto de siglo gobernando en vascongadas– se jactan con arrogancia de trabajar para las personas y se enorgullecen de “hechos”, algunos de ellos espantosos e indignantes, como los ocurridos en Gasteiz.

¿Cuándo han ido a visitar, consolar o llevar un atisbo de esperanza a las familias de los asalariados que han perdido la vida en sus puestos de trabajo? ¿Cuántas veces han caminado, a lo largo de estas décadas, codo con codo con la clase trabajadora en la justa e imperiosa demanda de mejoras laborales y salariales? ¿Cuántas veces han estado en las calles para defender y evitar que personas y familias fuesen inhumanamente desahuciadas de sus viviendas? ¿Cuántas veces…?

Los cuadros pensantes de la formación autonomista dirigen sus envenenados dardos contra EH Bildu, en un intento trivial por desprestigiarla, recurriendo a falacias y acusaciones esperpénticas y absurdas. Mediante la estrategia del pueril insulto y la necia mentira intentan desesperadamente ocultar el mayúsculo escándalo originado en la AP-1, que les señala, acusa e interroga cuan fantasma shakesperiano.

En Euskal Herria un cambio no es suficiente; se requiere una radical transformación de abajo arriba, y las personas decididas y convencidas en llevarla a acabo se agrupan, se coordinan y organizan, formando una extensa red solidaria y revolucionaria, en torno a las siglas de EH Bildu.

Buscar