Javier Orcajada Del Castillo

La tercera guerra mundial

En una conferencia sobre la paz mundial un militar español avisaba de la gravedad de la situación con motivo de los ensayos nucleares de Corea del Norte. Afirmaba que cualquier chispazo inesperado puede ser el detonante de la Tercera Guerra Mundial. Máxime, ironizó, si se tiene en cuenta el perfil grotesco de Kim Jong-un. No mencionó el de Trump. En la mesa de debate, un periodista le preguntó si el perfil de Trump no era aun más preocupante en cuento al riesgo de que se le ocurra apretar el botón rojo. Argumentó el periodista que la Tercera Guerra Mundial ya estaba operativa y se combatía en distintos frentes. Aclaró que el estilo de las guerras actualmente responde a otros parámetros, que se han descartado las invasiones masivas de soldados con material militar inútil, a pesar del rechazo de los militares tradicionales que añoran el arte de la guerra tradicional de posiciones y héroes. Activar hoy un conflicto nuclear es impensable, pues la destrucción supone el suicidio de los vencedores. Las guerras modernas están calibradas para que se desarrollen entre unas coordenadas tácitamente pactadas, distribuidas adecuadamente en escenarios inocuos para las potencias mundiales, aunque sean trágicas para los países y sociedades subdesarrollas que las soportan. Pero, sobre todo, aclara el experto crítico, las armas más efectivas y que producen más bajas personales, pero que dejan intactas las infraestructuras sobre las que se desarrollan las guerras son las instituciones mundiales que controlan el flujo las materias primas, el comercio internacional o los aranceles que favorecen a las metrópolis en perjuicio de los productores. Sus agentes eficaces son los bancos de negocios e instituciones financieras internacionales dirigidas por expertos de países desarrollados que pueden decidir la salvación o la quiebra de cualquier país rebelde que exija negociar con equidad. A los que hay que añadir los tan denostados paraísos fiscales. Sin contar con la capacidad disuasoria de costosas e ineficaces flotas navales y aéreas y los inoperantes y lentos servicios policiales cuya misión es amedrentar a la ciudadanía, aunque siempre temerosos del atentado que cualquier fanático puede improvisar con un vehículo alquilado masacrando a la multitud indiscriminadamente en una avenida de cualquier gran ciudad, con explosivos caseros cuyos manuales de fabricación vienen en internet. Ya lo decía Zola: «La ciencia nos ha prometido la felicidad. Yo no lo creo nos ha prometido la verdad y está por demostrar si la verdad nos puede hacer felices».

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