20 años y un día, la lenta muerte de la autonomía

Un 18 de octubre como ayer de hace 20 años, Gernika fue escenario de un acto al que durante mucho tiempo se ha concedido gran importancia simbólica en Euskal Herria. El sindicato ELA escenificó allí, ante representantes de todo el arco político abertzale, su convicción sobre la muerte del Estatuto. Su secretario general, José Elorrieta, remarcó que suponía una mera cobertura para el centralismo y que había que abrir otra época con la soberanía como horizonte claro. Y efectivamente aquella proclama tuvo cierto desarrollo, porque apenas un año después se ponía en marcha el proceso de Lizarra-Garazi que, no obstante, no tardó en encallar. Por tanto, dos décadas después los defensores del Estatuto bien podrían ironizar con que aquel muerto ha seguido muy vivo. Y esgrimir que por ejemplo el PNV ha seguido hasta hoy mismo negociando competencia a competencia y dando con ello legitimidad a un concepto de bilateralidad totalmente pervertido.

Sin embargo, cierto es también que el tiempo ha mostrado que ELA tenía mucha razón. Ha cargado aún de más razones su sentencia: no solo por la recentralización impuesta en los últimos años por el PP vía recursos al Constitucional (que dinamitó el Estatut catalán en 2010 provocando el actual pulso histórico), sino por la obcecación en retener las transferencias pendientes y por la constatación de fondo de que incluso con un Estatuto y un Amejoramiento completados a Euskal Herria le seguirían faltando herramientas claves para afrontar sus retos como país.

Veinte años y un día después, hoy la autonomía es víctima del propio Estado que la creó. La aplicación del artículo 155 en Catalunya, que se puede oficializar desde hoy pero que en la práctica ya se ejecuta hace semanas, es el fin de esa farsa de 40 años, y también el último estertor de una larga muerte de dos décadas desde aquel acto de Gernika. A partir de ahí, no solo Catalunya sino también Euskal Herria tienen ante sí la opción de construirse otro futuro.

Buscar