Aiete marcó las taras políticas de unos y las virtudes de otros

La manifestación de ayer en París para demandar un cambio en la política penitenciaria como vía para avanzar hacia un escenario de paz y de respeto de los derechos de todas las personas en Euskal Herria demuestra que para lograr cambios políticos relevantes lo primero que hay que cambiar es la manera convencional que los agentes políticos y sociales tenían para afrontar los problemas.

La sociedad civil y los representantes institucionales de Ipar Euskal Herria han dado una lección en ese sentido. La alianza entre electos y militantes, la transversalidad lograda, la firmeza y a su vez la flexibilidad demostradas, la combinación entre unilateralidad y bilateralidad… resultan casi mágicas en estos tiempos y en este país. Con enfoques nuevos, liderazgos compartidos y una determinación inquebrantable han roto inercias del pasado y están configurando una nueva cultura política que, obtenga el resultado práctico que obtenga a corto plazo, nos hace mejores como pueblo.

Frente a los esquemas de control se han liberado energías, se han dejado de lado las obsesiones particulares y las rencillas, se ha mirado al beneficio común sin calcular si el adversario gana o pierde más, y en vez de propuestas que vetan y empobrecen se han presentado dinámicas que fortalecen. Fortalecen al país, fortalecen la interlocución con el Estado francés y debilitan la demencial postura española.

Bilateralidad real frente a pobreza de espíritu

Es evidente que el objetivo primero de esta dinámica es traer a los presos a casa y acabar con las políticas de excepción jurídica que se aplican a vascos y vascas. Siendo realistas, sería un milagro lograr cambiar la política de seguridad de un Estado como el francés. Sin embargo, en el caso vasco, tras el proceso de desarme de ETA este sería el segundo «milagro político» en el plazo de un año. Lo sucedido en este periodo es un hecho inédito en la historia de la resolución de conflictos, sin lugar a dudas por la posición cerril de los estados pero sobre todo por la capacidad social de revertir ese negacionismo y lograr objetivos en principio inalcanzables.

Todos los representantes de Ipar Euskal Herria que acudieron hace seis años a Aiete entendieron lo trascendental del momento, su carácter histórico y su responsabilidad. No cabe decir lo mismo de algunos de los representantes de los territorios del sur.

No es sorprendente pero sí triste que sean las mismas personas que pusieron condiciones en Aiete y pegas para el desarme en Baiona las que ahora menosprecian la vía abierta con París para lograr la repatriación y la liberación temprana de los presos políticos. Ahora bien, recurrir a las mentiras para ello es miserable. Por ejemplo, decir que solamente con manifestaciones no se puede lograr un objetivo como este supone, además de minusvalorar el papel de la sociedad civil, ocultar que existe una interlocución directa, pública y efectiva con representantes del Ejecutivo francés. Bilateral, por lo tanto, esta sí en su sentido original. Por eso, quien sostenga que la movilización de ayer es una manifestación más no entiende nada, o no quiere entender; pero no por loco ni por tonto, sino por narcisista y reaccionario. Sencillamente, no es decente desentenderse de iniciativas que tienen los derechos humanos por bandera y buscan objetivos que comparte la mayoría de la sociedad vasca.

Paris tiene la palabra

Tras esta movilización y sobre todo con la mesa abierta, el Gobierno de Emmanuel Macron debe elegir ahora entre contentar el deseo insaciable de venganza y el ventajismo político de sus aliados españoles o atender las demandas justas de una parte importante de su sociedad. Debe considerar si aplica a los presos vascos una excepcionalidad jurídica que no se corresponde con la realidad y que daña seriamente su relato, tanto en clave de valores como en los términos prácticos derivados en la actualidad de la amenaza yihadista. Debe, como todo Gobierno, calcular costes y beneficios. Debe elegir entre una pequeña crisis diplomática con España que durará unas horas o abrir un conflicto político con sus representantes y con la sociedad vasca, un conflicto que nunca podrá decir ya que es «cuestión interna española».

De Madrid no cabe esperar audacia o inteligencia; ni que cierre un frente ni que se adelante a lo inexorable. Su posición será cada vez política y éticamente más débil, aunque inhumanamente feroz. Eso obliga a resistir, denunciar, capitalizar, desequilibrar e inventar.

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