El mandato del cambio en Nafarroa no admite privilegios

Una de las principales premisas del cambio político en Nafarroa, del mandato que las fuerzas que lo componen recibieron de las urnas, era terminar de una vez por todas con la discriminación de una parte de la ciudadanía, algo que se había vuelto tristemente normal bajo los gobiernos de UPN, PP y PSN.

El cambio suponía no permitir que ciertas personas y grupos fuesen segregados y tratados de manera injusta, así como que no se beneficiasen intereses particulares. Las personas más vulnerables, las clases populares, las minorías, las personas que no encajaban en su estrecha norma y los euskaldunes se habían convertido en ciudadanía de segunda, siempre un grado por debajo en derechos respecto a la «gente de orden». El cambio es, entre otras muchas cosas, no discriminar por ideas, género, identidad, etnia, raza, lengua o cualquier otro rasgo de quienes conforman la sociedad navarra. Es decir, que los poderes públicos traten a todas las personas por igual, siempre teniendo en cuenta las capacidades y atendiendo a las necesidades de la gente. Una pequeña y tranquila revolución política y cultural.

Es cierto que algunas de esas discriminaciones son parte intrínseca del sistema económico y político y del marco legal actual. Esto es obvio para todos y todas en muchos terrenos, desde la desigualdad de las mujeres hasta el racismo contra los migrantes. En este periodo no han desaparecido esos fenómenos, pero las políticas públicas y la reacción social e institucional han sido radicalmente distintas a las de etapas anteriores.

De hecho, ya venían siéndolo, porque el cambio en las instituciones fue en realidad reflejo de otro más profundo y previo. La corrupción, el expolio, el maltrato, la obscenidad y la falta de visión estratégica de la última época del régimen fueron desencadenantes, pero no explican por sí solos un fenómeno político que tiene que ver con tendencias como la brecha generacional y con el trabajo silencioso de miles de personas en cientos de actividades comunitarias y sociales.

Eso dio en las elecciones unos equilibrios frágiles pero un mandato rotundo. Con dificultades y tensiones, se ha logrado articular ese mandato en torno a las diferentes instituciones y hoy en día nadie pone en duda su legitimidad, ni su liderazgo, ni su gestión modélica en muchas áreas, ni su proyección a futuro para lograr una sociedad más justa, igualitaria y progresista.

Privilegios e irresponsabilidad

¿Por qué, entonces, una de las fuerzas de esta experiencia tan rica social y políticamente decide romper esas premisas, poner en riesgo los consensos y aliarse con la oposición al cambio? Es difícil de entender por qué Izquierda-Ezkerra da ese balón de oxígeno a unas fuerzas, UPN y PSN, que están políticamente zombis, sin liderazgos, ni estrategia, ni pulso social.

En realidad, la cuestión de la lista única en las oposiciones es la historia canónica de la discriminación, la justificación más antigua de los privilegios. Se empieza diciendo que lo importante en un médico es que sepa medicina y no euskara –como si fuesen incompatibles o como si no hubiese mejores médicos que hablen otras lenguas que el castellano–, y se termina no queriendo competir en igualdad de condiciones con los compañeros en Educación. Lo justifiquen como lo justifiquen, están apoyando privilegios corporativos, no los derechos de todos y todas; ni de los profesionales ni de quienes reciben esos servicios, la ciudadanía. Ademas, están actuando de manera desleal e irresponsable.

Paciencia y solidez

Las discrepancias son legítimas y hasta ahora se han gestionado razonablemente bien. Dentro de los gobiernos y en la nomenclatura de los partidos puede haber tensiones y cansancio, pero la sociedad navarra está más que razonablemente contenta con lo hecho. Y se han hecho cosas importantes en servicios públicos, memoria histórica, socioeconomía, urbanismo, integración del territorio, educación… Se están cumpliendo los programas. No hay que ceder ante el chantaje y los privilegios, pero hay que tener tranquilidad y altura de miras. El cambio está en marcha con un mandato reforzado y hay condiciones para ahondar en todo ello. Sin prisa pero sin pausa, testarudamente, «a lo navarro».

Los liderazgos compartidos y una sociedad civil crítica y movilizada son claves para hacer que el cambio sea irreversible, tanto socialmente como en las urnas.

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